CAJA DE CUENTOS

La ofrenda más hermosa

 

Por Juan Carlos Herranz


Con cariño para Ana y Chofi por guiar, desde el cielo, nuestros corazones.


 

I

Llega la primera Navidad del mundo y los habitantes de Belén y su comarca se encuentran muy alborotados. La Virgen María ha dado luz al niño Jesús y los espera —–junto a San José—– con los brazos abiertos, en el pesebre donde se encuentra con el bendito recién nacido. Todos tienen muchas ganas de conocer al maravilloso bebé. Entre ellos discuten. No se ponen de acuerdo sobre los presentes que deben llevar a la Virgen como ofrenda. El frío es intenso en Belén. A pesar de que la paja protege al niño Jesús en el portal, la Virgen María lo cubre con su manto azul por temor a que se ponga enfermo. Hombres y mujeres continúan con las discusiones. Quieren postrarse ante la Virgen con la mejor dádiva del mundo. Discuten por entregar el objeto más hermoso. Están dispuestos a comprar el agasajo más preciado que exista en los puestos del viejo mercado local. Llenos de júbilo y gozo, comparten ideas —–a pesar de sus diferencias—– para alegrar la dulce sonrisa del niño Jesús y de la Virgen María. Belén es un pueblo más; sin embargo, esa noche, con el nacimiento del Señor, la luz de las estrellas la han transformado en la ciudad más bella y espectacular de todo el universo.

Mientras la más hermosa estrella guía a los tres Reyes Magos de Oriente por el desierto, los rostros de las primeras personas que caminan hacia el establo, se alumbran con el tibio lucero que les anuncia prosperidad y esperanza para todos. Las empedradas callejuelas dan la bienvenida a un lugar donde sus puertas se abren de par en par en esa noche mágica y sencilla. A nadie le importa las altas horas de la madrugada. Los comercios se abren para ofrecer la más considerada ofrenda: jabones, telas, juguetes de madera, hierbas medicinales, plantas aromáticas, metales preciosos, inciensos, talco, comida… Todo está dispuesto para dar agradecer a la madre tan maravillosa bendición. El calor humano acompaña la festividad así que, decididos a que el niño Jesús no pase ni hambre ni frío, los pastorcillos se dejan aconsejar por los tenderos en su empeño por satisfacer a Dios.

 

II

 

En los mostradores de los puestos los objetos se agolpan pero la indecisión protagoniza todas las conversaciones. La fruta madura se agolpa entre los cuatro puestos: naranjas, higos secos, dátiles… El mercadillo se transforma en un inmenso ir y venir de intenciones por agradar al Mesías. Los campesinos y pastores que más bienes poseen; reúnen más panes pero —–algo que todos tienen claro—–, lo más importante no es el precio del regalo sino la buena fe con la que va a ser entregado:

—–Voy a llevarle al niño este gran pedazo de queso para que no pase hambre —–dice un pastorcillo a otro.
—–Pues yo le voy a ofrecer un poco de algodón de Egipto para que no se hielen sus pequeños pies —–responde con alegría un campesino—–. La Virgen María podrá protegerle del frío mucho mejor…
—–Yo le voy a llevar este jarro de agua fresca del río Jordán para saciar su sed—–señala un tercero con bondad.

La Estrella de Oriente sigue anunciando —–con sus destellos—– el nacimiento de la flor prometida. Les invita a dejar los quehaceres cotidianos para llenar de alegría sus respectivos corazones. Las huestes celestiales se unen a Melchor, Gaspar y Baltasar en su camino hacia el establo donde se halla quien ha llegado a la vida para ofrecer a todos su salvación del pecado. Desde el portal de Belén, la Virgen María observa con ternura la llegada de sus primeros hijos con agasajos. María sonríe a pesar de que sus manos se agrietan por las bajas temperaturas noche. Gentes llegadas de todas partes se sitúan frente al niño Jesús en absoluto silencio. Muestran profunda admiración por su belleza. Apenas queda espacio en torno del humilde establo.

 

III

 

Yahani —–el más humilde de los campesinos—–, no puede evitar que sus lágrimas se campen a sus anchas a través de sus mejillas. Tan pobre es que no puede ofrecer ni un pequeño obsequio al Señor. A pesar del mutismo que reina entre los habitantes, su llanto desconsolado pasa desapercibido. Un anciano campesino se acerca al niño Jesús. Suspira ante el bebé sin lograr contener la emoción:

—–Virgencita —–dice con timidez—– para que tu hijo no sufra ni sed ni de hambre, yo te ofrezco este racimo de uvas que resbalarán por su garganta para saciarle.

María le sonríe con afecto. Sus labios acarician el rostro de la criatura mientras percibe, con exaltación interior, la generosidad de todos los presentes. Un joven pastorcillo se postra ante el Mesías cargando un bello regalo:

—–María —–habla con voz temblorosa—– he aquí esta sencilla cuna tallada a mano por quien está hablando. La madera de olivo y cedro con que está fabricada mecerá a vuestro hijo en sus dulces sueños.

Antes de retirarse, reza a San Gabriel —–arcángel de Luz y Amor Verdadero—–. Su plegaria pide que el balanceo de su gentil lecho consiga ser de su agrado.

 

IV

Yahani llora angustiado. Siente una tremenda desolación por haber sido la única persona incapaz de ofrecerle al niño un regalo. Su corazón se estremece a medida que se va acercando al pequeño. Agacha la cabeza con mucha tristeza:

—–María —–dice otro pastorcillo—–, yo le ofrezco a nuestro Señor este noble caballo de pura sangre. Estoy seguro que le será útil cuando sea mayor y se vea obligado a caminar por las naciones para cumplir la misión que Dios le ha encomendado. ¡Alabado sea el Señor! —–exclama con júbilo.

En la mente de Yahani se agolpan recuerdos sombríos. Durante el verano perdió su cosecha por un inesperado incendio: ¿qué va a pensar de mí José y María cuando me vean llegar con las manos vacías? —–solloza—–. Le duele hasta el alma cada vez que se acerca el momento de rendir honores a Jesús:

—–Querido Jesús —–exclama otro campesino antes que Yahani—–, yo ofrezco a tu hijo este ramo de margaritas para que inunde de buenos augurios su bendita vida.

La mirada afligida de Yahani se cruza con la del Mesías. Ha llegado su turno de rendirle pleitesía a un Dios que desea que amen a su hijo. Con paso lento se desmorona al mirar a la Virgen y mostrarle sus manos vacías. Está convencido de que su presencia es una deshonra para el recién nacido. No sabe como justificar su extrema situación de penuria y desdicha:

—–Madre —–toma aire—–, no he podido traerle nada a tu hijo, nuestro Padre. Soy tan pobre que tengo que luchar mucho para que no se me mueran los míos. Sé que esta bella criatura con la que Dios ha glorificado la Tierra en esta noche de Navidad, se merece mucho más de lo que le voy a dar. Lo único que le pido es que no se enoje demasiado si le desagrada mi ofrecimiento. Esquiva los ojos de María para que no se percate de su desconsolado llanto. Yahani posa sus rodillas en el frío suelo de Belén. Los murmullos del resto de los congregados murmuran desconcertados:

—–Jesús —–le acaricia con ternura los pies—–: Yo quisiera ofrecerte todas las estrellas del cielo o un manto de nubes, pero quiero que traigo mi amor puro —–rompe a llorar—pues nada más puedo ofrecerte a mi pesar. Yo te doy el amor que brota de mi corazón porque a ti amo por encima de mi propia vida.

De manera inesperada, la Virgen María pone su agrietada mano sobre la cabeza de Yahani. El brillo de sus ojos acompaña la sonrisa de sus labios. Tan dulce como la miel, las palabras de la Madre del Señor caen sobre los oídos de todos sus hijos:

—–¡Yahani! ¿Por qué lloras? —–se muestra feliz—–. Le has dado a mi hijo el amor que tanto necesitará para luchar por los hombres y mujeres que habitan en este desagradecido planeta. Le has hecho entrega de lo mejor que hay en ti. Sin tu amor, mi niño; tu hermano, no conseguiría sobrevivir a la maldad —–La Virgen María seca las lágrimas del pastor con sus propias manos—–. Con amor todo se consigue. Esperaba la ofrenda más hermosa y tú se la has brindado. Ve en paz que yo nunca te voy a olvidar. Tu cosecha se multiplicará a partir de este año. Ni tú ni tu familia volveréis a pasar calamidades. Bendito seas, Yahani.

Desde aquella noche, los habitantes de Belén reparten su pan con quienes más lo necesitan. Desde aquella noche las cosechas del humilde campesino brindan a su hogar prosperidad y regocijo. Desde aquella primera Navidad, Dios muestra el único camino de paz y prosperidad al ser humano. Desde aquella noche, el amor sigue moviendo montañas al compás de un villancico que nunca deja de alegrar la vida a los buenos hijos del Señor:

 

Por allí van los tres Reyes Magos de Oriente:

          Melchor, Gaspar y Baltasar.
          Por allí van los pastorcillos
          A ver a la Virgen sonriente.

          ¡Oh, María!
          La buena gente que te quiere
          Va a acompañarte al pesebre.

          ¡Oh, María!
          La buena gente que te quiere
          Va a ofrecer a tu hijo lo que siempre has querido.

           ¡Oh, María!
           Amor y paz. Sentimiento de verdad.
           Es lo que la buena gente que te quiere
           En esta Navidad te va a regalar.


 

© Juan Carlos Herranz. Todos los derechos reservados.

 

www.juancarlosherranzoficial.com

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