DIARIO DE UN JUBILADO

Las catástrofes en nuestras tristes vidas

Hay que controlarlo todo, pero antes que nada el miedo y así no hay quien viva. El negocio, para las funerarias y para los de siempre.

♦ Las catástrofes ya sean naturales o provocadas por el hombre son utilizadas para recortar nuestras libertades. Alguien, al común de los mortales, nos quiere meter el miedo en el cuerpo y así controlarnos. Se trata de conseguir que seamos buenos y que paguemos las deudas contraídas con engaño aunque en ello nos vaya la vida, la casa en la que vivimos, la pensión si somos pensionistas, las medicinas si nos ponemos enfermos, etc., etc., etc. Pretenden que vivamos aterrorizados y sometidos. Y ¿quién es ese alguien? Alguien que dice tener todo el poder sobre nosotros, que sabe más que nadie, que dice ser como Dios y tener más razón que un santo como si los santos tuvieran razón en algo.

Ahora se habla de las pensiones, dicen, que, como dentro de uno o dos años no habrá dinero para pagarlas, los ciudadanos deberán comenzar a ahorrar por su cuentan para que cuando sean viejos puedan vivir de algo. No quieren que el Estado, es decir, la sociedad cuide de sus ancianos, de sus enfermos, de sus niños, de sus discapacitados… Aquí sólo podrá vivir el que pueda vivir de espaldas a los demás, el resto que se muera. Sálvese el que pueda.

Se lo veía venir y va llegando, poco a poco la esperanza de vida de los españoles en vez de ir hacia arriba irá hacia abajo. La consecuencia de los recortes en sanidad es que la gente terminará muriendo antes, menos mal, porque para malvivir viejo y sin poder comer, mejor, eso, morirse. Esa es, no cabe duda, el último anuncio de catástrofe. Hay que controlarlo todo, pero antes que nada el miedo y así no hay quien viva. El negocio, para las funerarias y para los de siempre.

El diluvio universal fue la primera de las catástrofes de que habla la historia real o ficticia. La humanidad se había vuelto ingobernable, alegre y divertida y Dios decidió eliminarla. Los hombres eran malos y cayó sobre ellos una tromba de agua. El castigo no sirvió para nada porque la gente siguió aspirando a ser felices aquí y ahora y eso no lo podía consentir la autoridad, por esta razón siguieron ocurriendo desgracias una detrás de otra a lo largos de los siglos, algunas eran simples amenazas que nunca se convirtieron en realidad pero que te tenían el alma en vilo. Unas las producían los hombres, otras la naturaleza.

La segunda mitad el siglo XX la vivimos bajo la amenaza de una guerra nuclear. La bomba atómica y sus derivados pendían encima de nuestras cabezas. Al final se derribó el muro de Berlín y todo se acabó. Se acabó o más bien quedó en suspenso. A renglón seguido comenzaron a hablarnos de que el petróleo se estaba agotando y que la civilización que tantos beneficios nos estaba proporcionando a todos tenía los días contados. Sin una fuente barata y abundante de energía esto no podía durar mucho. Las alegrías del vivir bien iban a durar poco, nada. Y para complicarlo más, para asustarnos aún más, alguien comenzó a explicar con toda clase de detalles que el planeta Tierra estaba a punto del colapso a causa del calentamiento global por culpa de CO2 que expulsaba a la atmosfera la industria que tanto progreso y bienestar nos había proporcionado. El ser humano se estaba convirtiendo en el enemigo número uno del planeta. La culpa, como siempre, la teníamos nosotros, todos, los de abajo nunca los de arriba, no teníamos derecho a vivir bien, estábamos condenados al desastre; la puta historia de siempre.

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