LOLA MONTORO

París llora la brutalidad y la intolerancia yihadista

 


 ♦ Los seres humanos tenemos una enorme complejidad psicológica que enfrenta lo solidario y heroico a lo mezquino y brutal


 

La ciudad de la luz ha pasado a convertirse en un símbolo más del precio de la libertad. La publicación Charlie Hebdo ha sido atacada con armas automáticas causando al menos diez muertos y heridos graves. Muchas personas vieron en las torres del comercio el 11 de septiembre un temor hecho realidad, una muestra auténtica de cómo puede ser el fin de lo que conocemos como forma de vida occidental. Podríamos decir lo mismo de este acto absurdo de violencia contra la libertad en pleno centro de París, un 7 de enero que quedará como otro símbolo del sacrificio de un mundo occidental que defiende la libertad de expresión frente a otro primitivo, vengativo y cruel.

Resulta muy difícil abordar por separado aspectos de lo que las catástrofes significan. Se superponen una gran conmoción social, un terremoto económico, un esfuerzo de los servicios sanitarios y sociales, una pérdida colectiva de la confianza, un caos político y una alerta militar.

El impacto de las imágenes

Todos los golpes tienen un límite en su capacidad de producir espanto. La muerte es algo que siempre impresiona pero la muerte violenta colapsa nuestros sentidos y bloquea la mente. Llega un momento en el que el número de víctimas es indiferente y la orden de magnitud de la masacre comienza a medirse más por la estupefacción de los espectadores.

El atentado de hoy 7 de enero ha llegado a todos los rincones del mundo retransmitidos en directo y esto hace que el impacto parezca más cercano y que transmita una mayor sensación de peligro.

Llama la atención el exquisito cuidado que se está teniendo en la emisión de imágenes de los cuerpos tiroteados. No están apareciendo imágenes escabrosas de restos humanos y todos los reportajes tienen de momento un inmenso respeto por las víctimas mortales.

Cuando el mal está adjetivado de hediondo y escabroso, obsceno en definitiva, debe cuidarse en extremo la imagen y es un acierto no mostrar al mundo la carne humana desgarrada.

Capacidad de afrontar la pérdida

El conjunto de la sociedad se comporta como un organismo vivo con capacidad para cerrar sus heridas y conviene tutelar este proceso de cicatrización para evitar enfermedades a medio y largo plazo. La tragedia sigue teniendo víctimas además de las mortales.

La inteligencia de los seres humanos facilita la adaptación a las circunstancias e irá trayendo normalidad y rutina a una velocidad inversamente proporcional a la magnitud del desastre.

La capacidad colectiva de afrontar la masacre está asegurada pero esto no es tan cierto si se consideran los daños a los individuos. Además de la increíble pérdida de vidas, conviene reflexionar sobre los supervivientes, los familiares y amigos de los muertos, los ciudadanos de París y el mundo civilizado.

Prioridades inmediatas

La aceptación de la muerte requiere el trámite de funerales y sepelios y es el único consuelo que puede darse a las familias. Los ritos funerarios no se hacen por motivos caprichosos sino por una necesidad ancestral. La sociedad precisa los ritos para marcar una frontera, un antes y un después del atentado y el espacio necesario para organizar la respuesta.

Responder a la brutalidad

Las mentes de los organizadores de los atentados nadan en la sinrazón de un pensamiento primitivo y brutal. Hay determinados rasgos psicopatológicos en muchos individuos que se dedican al terrorismo en calidad de organizadores. Pueden ser psicópatas o sociópatas, personas que aún sabiendo distinguir el bien del mal no tienen sensación de culpa ni sentimientos.

Los ejecutores de los atentados son personas extremadamente influenciables por los cerebros de sus organizaciones. En estos sujetos el instinto de supervivencia queda por debajo de las necesidades delirantes del líder y llegan a creer que el sacrificio de sus propias vidas es necesario.

En este esquema de personalidades alteradas y fines delirantes solo es posible la acción por sorpresa porque el enfrentamiento en otro plano es imposible para ellos y no resistiría el más mínimo análisis. Las acciones sorpresa les hacen más temibles y potencian el terror en sus víctimas.

La tercera prioridad de las naciones es defenderse de este poder emergente con todas las fuerzas disponibles y más aún, inventar nuevas fuerzas. Si no hay respuesta, la cicatrización de la herida infringida a la sociedad es imposible.

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