DESDE LA DOBLE A

Rúbricas del cielo para la tierra. Va por ti, Irune (II)

Gonzalo y las 317.000 firmas recogidas

How many deaths will it take till he knows that too many people have died? O en castellano, ¿cuántas muertes serán necesarias antes de que él se dé cuenta de que ha muerto demasiada gente? Es una de las preguntas que se hacía Bob Dylan cuando, finalmente, expresaba que la respuesta estaba en el viento. En el caso que nos ocupa, los responsables no escucharon oportuna y debidamente los soplos de algo tan evidente. De haberlo hecho, Irune, hoy, seguiría pintando esos preciosos cuadros, fruto de sus dotes y estudios de Bellas Artes. Hace unas fechas contaba la historia de la joven Irune Faustmann. Fue arrollada por un tren de mercancías de COMSA en Areta (Llodio) correspondiente a la C3 de Bilbao, donde opera RENFE.

Gonzalo y su hija Irune

Lamentablemente, el de Irune no es un caso aislado. En la última década los arrollamientos como consecuencias de los pasos como el de Irune, en este país, suman 46. Los arrollamientos en vías, cerca de los 1000; ahí están las imprudencias, suicidios y fallos de seguridad. Hiela el habla y corta la respiración. No podemos evitar muchas cosas que no están en el manejo de nuestras manos, pero esta sí. Congela el alma saberlo. ¿Cuántas muertes más necesitamos para que se den cuenta? Esta pregunta no removerá algunas conciencias, pero parte muchos corazones. Corazones que, sin embargo, son capaces de coserse para gritar con el viento la facilidad de la respuesta a quienes tienen la capacidad de poner solución. Porque latirán por la protección de los desconocidos. La causa más noble. Porque nadie ni nada les devuelve lo que con el viento se marchó. Pero, ahí radica la clave. Corazones desgarrados que, a toda costa, se zurcen como pueden para que no haya más en su situación. Para que nadie más sienta lo que es partirse en dos. Desde que escribí el primer artículo de Irune, hemos tenido, desgraciadamente, constancia de más arrollamientos. El 15 de septiembre en Segovia. El 19 de septiembre entre Villaverde y Leganés. El 27 de septiembre en la línea Sevilla-Cádiz. El 4 de octubre en Fuenlabrada. El 6 de octubre, un maquinista arrollado en Valencia. El 8 de octubre un arrollamiento que detuvo el EUROMED entre Barcelona y Valencia. El 13 de octubre a un kilómetro de la estación de Astorga. El 18 de octubre otro arrollamiento entre las localidades sevillanas de Carrión y Aznalcázar.  El 20 de octubre, en la C3 de un convoy que salía de Collado Villalba hasta Aranjuez. El 21 de octubre fallecieron dos personas tras arrollar un tren a un coche en un paso a nivel en Granada. El 26 de octubre en Sax. El 2 de noviembre en Valladolid.

Silencio. Dolor. Mucho dolor. Una lista larga, pero con necesidad de ser difundida. Conozco y admiro a Itzi y Gonzalo, los padres de Irune, su única hija. Os aseguro que son gente de lo más normal y que han salido del anonimato por el bien común (han tenido que soportar hasta la mala praxis de algunos medios) y os prometo igualmente que están lejos de pretender cualquier halago por el gran favor que nos hacen. No en vano, espero que entiendan que yo resalte la gran alma que viste a ambos dos. Como escribía en la otra ocasión, comenzaron una recogida de firmas este verano, a través de la plataforma digital de change.org, para evitar más desenlaces como el de Irune y exigir  YA un cambio en materia de  legislación ferroviaria. Más de 317.000 rúbricas. Podían haberse quedado en su casa, pero vinieron a Madrid el 26 de septiembre. El viernes anterior por la tarde, cuando me disponía a salir a cenar con unos amigos, me sonó el móvil. Era Gonzalo. Me trasladó lo que él considero, prudentemente y a la espera de los acontecimientos, una buena noticia: el martes 26 los recibiría el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna. Iba a contestar a la carta que le envió Gonzalo. Yo también le dije que lo veía como algo positivo. Finalmente, Gonzalo me comentó si me podía acercar para vernos. No dudé ni un segundo en organizar la mañana de trabajo del día 26 para estar a las puertas del ministerio. Cuando llegué, pregunté a una persona de seguridad en la entrada si sabía de una entrega de firmas y un posterior encuentro con el ministro. Este trabajador  desconocía la existencia de ello. Entonces, sin saber muy bien por qué, me dirigí hacia el otro extremo de las cristaleras que estructuran los accesos al edificio. Ahí vi a Gonzalo. Él se estará enterando al leer esto, pero no me atreví a entrar en ese instante. El motivo fue la emoción de lo humano que reflejaba la escena. Gonzalo llevaba la caja de las firmas, con la foto de él y su hija que ha ilustrado desde el principio esta campaña. Un padre con la caja de rúbricas en el registro del ministerio para dejar constancia de que más de 317.000 firmantes (o 318.000 ya en esa misma mañana) apoyaban lo que él reclamaba. Un PADRE cumpliendo el que fue su objetivo: hacer todo lo que esté en su mano para obtener una respuesta, y por tanto solución, a tantas muertes sin sentido. Porque como bien entona Gonzalo, quien da todo lo que puede y tiene, más no se le puede pedir. Y él, aún dentro de su baile de dolor, no ha cedido en su fin. El cielo de las sonrisas más bonitas respiraba orgullo por los cuatro costaos en esa mañana.

Así las cosas, me decidí a esperarlos afuera. Iban pasando los minutos. En la reunión estuvieron presentes el secretario general de infraestructuras, el director general de operaciones de RENFE y el director del gabinete del ministro. Supuse que cuanto más tiempo tardasen en salir, mejor sería el encuentro. Finalmente estuvo cerca de una hora, 50 minutos.

Efectivamente, previamente a la cita, se podía intuir ésta como una atención de cortesía. Sin embargo, lo cierto es que tomaron notas y acogieron dos compromisos, que estaban dentro de la carta de Gonzalo: la realización de un estudio de todos los pasos y cruces de vías para evaluar los riesgos y, consecuentemente, la toma de medidas oportunas, y que el seguro del viajero diera cobertura desde la entrada hasta la salida de la estación. A ellos no les corresponderá al haberse producido en fecha anterior a la de entrada en vigor. Lo pelearán judicialmente. Gonzalo le afirmó a de la Serna que todas las familias de las víctimas habían recibido silencio y le dejó claro la inexistente atención que reciben. También hubo un pequeño debate sobre la megafonía con el secretario general de Infraestructuras y los tiempos de los avisos, que tienen que atenerse al sentido común; ése que no sesga vidas.

El ministro, por su parte, avisaba que el estudio de pasos y cruces de vías podría llevar dos o tres años. Gonzalo solicitaba mientras tanto algo tan simple como la medida provisional de un semáforo. Si éste hubiese estado en aquel lugar, estas líneas jamás se habrían construido. Gonzalo nunca habría sujetado esa caja.

Itzi y Gonzalo agradecían al ministro su recepción y valoraban como valiente la actitud de éste por su forma de tomarse el asunto. La carta era dura, pero justa. Como bien apunta Gonzalo, será el tiempo el que nos haga comprobar si las cuestiones que quedaron en ser estudiadas tendrán su atención.

Todo esto me lo contaba Gonzalo a su salida. Les esperaba en la calle. Y aunque esté escribiendo este texto con todo mi respeto y cariño, no fui como periodista exactamente, sino como Adrián. Desde mi salida de la facultad, he vivido muchas historias en televisión y prensa, y algunas muy duras. Aun así, os puedo asegurar que lo que ocurrió a continuación fue el rédito más bonito que, por ahora, me ha regalado la profesión. Fui al encuentro de Gonzalo y me disponía a saludarlo cuando él me dio un abrazo. Era el abrazo de una persona que lucha pese a su dolor. De alguien que no se rinde pese al golpe de los golpes. De alguien que se niega a que ninguna familia más experimente los entresijos de lo que supone estar en su piel. De alguien con una dignidad y fiereza extraordinaria. El abrazo, en definitiva, de una buena persona. De una persona buena. Ellos dicen que hacen lo correcto. Pero, a veces, lo correcto resulta lo más extraordinario y heroico.

Lo dicho, estaban prudentemente satisfechos por el resultado de la reunión. Se volvían ese mismo martes a Arrigorriaga. Kilómetros de altruismo y humanidad en un solo día. En las semanas siguientes, el ministro Íñigo de la Serna anunciaba públicamente el plan al que se comprometió en la reunión que mantuvieron los padres de Irune con él.

Por otro lado, tampoco podemos dejar de mencionar que la empresa propietaria del tren que arrolló a Irune no esté por labor de demostrar cómo se tiene que demostrar lo que esgrimen: que actuaron correctamente. ¿Por qué? Porque los datos están perdidos por haberse sobrescrito. Borrado de la caja negra… Silencio. ¿Si no interesa lo que hay, se aniquila lo grabado? La ecuación es comprensible a cualquier entendimiento. No obstante, España no contempla una normativa específica que regule la preservación de los datos de registro de la caja negra. Y es que mientras a unos les toca danzar en el amargo ballet del desconsuelo; otros hacen su baile en el banquete del interés, la impunidad e irresponsabilidad. Este es el tremendo contraste que nos ofrece la vida. Una fotografía de disparidad  que ilustra, más si cabe, el valor de Itzi, Gonzalo y su círculo de familiares y amigos que los apoyan. Y yo, sin duda, me quedo con la fracción de imagen de estos dos padrazos.

A través de Gonzalo he conocido a Susi y a Jesús. En los próximos días os diré quiénes son y su historia e igual batalla para frenar lo que tiene freno, pero hay que pisarlo para que pare. Porque estos desgarros cuentan con solución. El freno (the answer, my friend) esta vez, no está en el viento, sino en las medidas de seguridad pertinentes.

Fueron muchas las firmas que quedaron registradas en el ministerio de Fomento. Rúbricas del cielo, que, en cierta manera, homenajean a ella, pero cuya victoria redundará en la tierra, en los que estamos aquí. Vuelve a ir por ti, Irune.

Itzi, Gonzalo; mi profundo agradecimiento y un fortísimo abrazo.

 

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