CAJA DE CUENTOS

Un paseo como nunca

Por Cristina Bermejo Rey

***

La joven dejó el edificio de oficinas del Parque  y cuando llegó fuera miró a su alrededor.

No nevaba, pero el manto de nieve aún continuaba ahí, decorándolo todo de blanco.

Decidió dar una vuelta por las instalaciones, disfrutando de aquel último día del año.

Sus pasos se abrieron lentos a través del recinto mientras observaba la hierba cubierta por una capa blanca de nieve que extrañamente había cuajado.

No pudo reprimir una tierna sonrisa. Rara vez se veía nevar en Madrid y ella estaba teniendo la suerte de contemplar las consecuencias de la gran nevada de la noche anterior.

El recinto se veía precioso bañado en blanco. Cristina rió y alzó los brazos mientras pasaba junto al tiovivo,  una de las atracciones más antiguas y entrañables del recinto y casi instintivamente se subió sobre un caballo, agarrándose al mástil que lo atravesaba.

La atracción se puso en marcha, la música comenzó a sonar haciendo que la muchacha riera sorprendida.

Cerró los ojos dejándose llevar por aquel dulce e inesperado viaje, que la transportó a los tiempos en que sólo era una niña y acudía al Parque con sus padres, y ella subía al caballo, o a la carroza….Y se sentía toda una princesa…

Sonrió mientras continuaba dejándose guiar por el vaivén de la atracción y contemplaba como los copos de nieve ahora sí caían, estrellándose contra el manto blanco que ya había en el suelo.

Cuando bajó del tiovivo dejó escapar una risita mientras alzaba los brazos, dejando que éstos se encontraran con la nieve que caía. Dio varias vueltas sobre sí misma, feliz, y continuó caminando en dirección a la zona de montañas rusas.

Se detuvo al ver cuán majestuosa se alzaba la silueta de la montaña rusa, y qué preciosa se veía con carámbanos de hielo colgando de sus raíles.

No lo pudo evitar y subió.

El mecanismo de sujeción se cerró fuertemente en torno a ella, que no sabía muy bien por qué de repente la atracción había empezado a moverse y se agarró con decisión a la barra mientras el tren ascendía la empinada cuesta de la montaña rusa.

Sus gritos no tardaron en brotar. Pero no gritos aterrados, sino gritos fruto de la diversión. Rió y gritó cuanto pudo viviendo al máximo lo poco que duró el viaje, y cuando bajó, expulsó el aire que le quedaba mientras seguía riendo.

Correteó hasta llegar a la plaza principal y no pudo evitar una exclamación sorprendida ante la imponente belleza de ésta: completamente nevada. Ni siquiera la casa del terror se libraba de resultar entrañable en cierto modo, teñida del manto blanco de la nieve.

Se acercó a la casa y contempló el cementerio helado: la nieve caía sobre las tumbas aportándoles un aspecto mucho más tétrico y sin embargo, a la vez las dulcificaba…

Se dio cuenta de que la verja estaba abierta, y dudó si entrar o no, pero esa niña traviesa que llevaba dentro la dijo que debía hacerlo, y así fue.

Ascendió uno a uno los escalones hasta llegar a la puerta, cuya aldaba golpeó tres veces mientras reía creyéndose una tonta. Nadie la abriría, por supuesto.

Pero entonces, ocurrió lo increíble: la puerta se abrió y ella tuvo que mirar al suelo para ver al diminuto ser cuya vocecilla le dijo:

— ¡Hola!¡Bienvenida a la Casa de Diabólico Noel! —Se lo quedó mirando: parecía ser un duendecillo: orejas puntiagudas, gorrito verde, muy bajo de estatura y una sonrisa malévola en sus labios, de donde goteaban lo que parecían ser chorretones de sangre.

— ¿Qué estás mirando? —La increpó malhumorado. — ¡Venga, pasa! ¡Amo! —Llamó mientras la muchacha entraba a la casa.

De lo alto de la escalera bajó un hombre de porte alto, delgado, vestido enteramente de rojo y con una perilla cana presidiendo su rostro.

— Me alegra verla, señorita. Hace muchísimo que no nos visita… Por aquí, por favor…. —Dijo conduciéndola a la siguiente estancia— … Espero que no haya olvidado… su miedo…— Le susurró mientras ella entraba en la sala.

En su camino por el la casa del terror (que ni mucho menos ella recordaba así), se encontró con extraños duendes de rostros ensangrentados que pretendían asustarla y que a veces lo conseguían, cuando no la provocaban risas con sus números que más que aterrarla la hacían reír: vio a los locos peleándose por caramelos, a la poseída vomitando lo que parecían ser restos de dulces, y tuvo la ocasión de llevarse a la boca el delicioso bombón que el de la motosierra le ofreció a la salida de la casa.

Una vez fuera se dirigió a las Sillas Voladoras y se sentó en una de sus sillas, abrochándose instintivamente el cinturón y dejando que la atracción subiera y comenzara a dar vueltas y a elevarse, dejándola contemplar la maravillosa estampa del parque temático completamente nevado…

“Tengan cuidado esta Nochevieja, se esperan nevadas cuya cota estimada será de hasta 50 centímetros de nieve”

La joven abrió los ojos, sobresaltada.

Se dio cuenta de que todo había sido un sueño cuando miró a su alrededor: el salón de su casa y la tele puesta. Información meteorológica. Y una voz:

—¡Cristina! ¡Échame una mano con la cena de ésta noche, anda!

 


 

© Cristina Bermejo Rey. Todos los derechos reservados.

Cristina-Bermejo-Rey

Cristina Bermejo Rey (Madrid, 1991), estudia último curso de Periodismo en Getafe, de donde es natural. Compagina sus estudios con colaboraciones esporádicas en programas de radio locales de literatura y/o terror, género al cual es aficionada y en el que empezó a ahondar a la edad de diecisiete años, escribiendo relatos de vampiros con tintes románticos, género que ha abandonado para centrarse en escribir historias del terror más crudo ahora. Tiene dos libros publicados: Dama de la Noche (Libros Mablaz, 2015) y Visita al Viejo Caserón (Libros Mablaz, 2016), ambos disponibles en www.librosmablaz.com, pero también pueden adquirise dedicados escribiendo a pedidoscrislm@hotmail.com

 

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