OPINIÓN

Acabar con el matonismo de ciertos seguratas de @Renfe contra los honestos

Estación de Renfe de Zarzaquemada (Leganés). 20:25 horas del jueves 13 de febrero. Un grupo de entre seis y ocho jóvenes, sin nadie que les pare y sin vergüenza aparente alguna, se suben a los tornos, toda vez bajados del tren, los superan sin dificultades y colándose que es gerundio. Viaje gratis. Al otro lado, en la cristalera que mira hacia la conocida como plazuela de las banderas, dos seguratas de Renfe. No hacen nada. Ni se inmutan. Eso sí, cuando les digo que se les han colado delante de sus augustas personas es cuando uno de ellos se pone agresivo. ‘Matando’ a quien alerta de una injusticia. He aquí lo más irritante de este lamentable suceso.

Hemos concretado la hora y la estación de Cercanías, pero más inri, y por si algún pertinente responsable de Renfe quisiera interesarse por lo acontecido, diremos que uno de ellos llevaba un gorro y era de complexión gruesa, mientras que el otro era calvo, con el pelo de los laterales de la cabeza cano y de complexión media. Este último fue el violento.

Es sabido que muchos de estos trabajadores lidian (cuando quieren trabajar y no mirar el reloj para ver cuánto queda para irse a casa como estos dos, al menos en día y hora indicados más arriba) con situaciones desagradables que se dan en muchas estaciones. Ello puede ser hecho de empatía para con una realidad profesional, pero no de justificación de una dejación consciente. No cobran por la omisión, no cobran para agrandar lo que es ya una mini ciudad sin ley, como la estación de Zarzaquemada, sino para poner cerco a un lugar donde el olor a ciertas drogas, peleas y lesiones a las normas es el pan de cada día. Para ello, un par de espantapájaros de trapo vendrían a ser lo mismo, con la salvedad de no requerir ingreso alguno a final de mes.

El de estos chavales no fue un colarse disimulado. No. Como ya se ha indicado, pasaron por encima de los tornos, dejando sus pisadas, incluso dañando sin enmascaramiento alguno las instalaciones. Esto lo hacen porque saben previamente que nadie les para, nunca mejor dicho, los pies. He aquí ya un problema que genera un agravio comparativo para con quienes pagamos religiosamente nuestro bono. Insoportable. Se concede al vándalo su capricho, pero nos sobrepasamos con el honesto.

Pues bien, yo que me dejo cada 30 días mi dinero en la tarjeta mensual, no dudé ni un instante en decirles a estos dos seguratas que me parecía tremendamente leonino que tras ver cómo se colaban estos chavales ni se inmutasen. Sinceramente, me esperaba pasividad hacia mi queja y que cayese en saco roto. Había una sorpresa. El segurata calvo optó por ponerse muy violento. “Qué me lo digas de usted, de usted, y qué dices, qué dices”, gritaba mientras pude sentir casi como escupía, pues su cercanía era terriblemente máxima a mi cara, en un intento de apabullarme físicamente. Ante semejante situación violenta, le pedí que cesase en sus amagos de reprochable agresividad y que no cargase las tintas con quienes sí cumplimos con la legalidad y que lo único que hacemos es denunciar un hecho abusivo.

El tipo seguía en sus trece. Por momentos pensé que incluso se atrevería a tocarme. Así, saqué el móvil y le dije que procedería a grabar. Fue ahí cuando el del gorro entró en acción y redujo sus dejes virulentos. Por suerte, ambos se marcharon en ese instante. No tuvo suficiente hombría para dejar patente gráficamente su penoso comportamiento. Los cobardes cuando no hay testigos son muy gallitos; ahora, con el aviso de una cámara se relajan.

Esto no puede ser. Si no quieren problemas y bajar al barro hay dos opciones. Que Renfe ponga refuerzos y otras acciones en pos de la seguridad y legalidad o bien que se busquen otro trabajo. Ya es lamentable su pasividad ante quienes no pagan billete como para que encima intenten amedrantar al personal honesto. Ni de broma y ni una más. Sirva este editorial también como vacuna por posibles denuncias futuras a seguratas en la misma estación, pues ya aquí queda constancia de cómo proceden. Los honestos no podemos callarnos, aunque intenten silenciarnos con artes nauseabundas. Ya lo dijo Quevedo: “No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo”. Confiemos en que Renfe, al menos, dé un toque de atención.

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