FRANCISCO A. FERRERA.- El poeta Ángel González dio por título a uno de sus más bellos libros “Sin esperanza, con convencimiento”. En el libro se entremezcla el convencimiento de un futuro mejor, desde un presente sin esperanza. El presente desde el que están escritos aquellos versos fue el de la posguerra española, una época muy difícil, marcada duramente por el dolor, la muerte y la pobreza.
Ángel González había perdido la esperanza, pero tenía el convencimiento de que todo iría a mejor, de que ya solo podía ir a mejor. Salvando las distancias, creo que hoy España está también marcada por el dolor y la muerte, y que hay una sombra negra de pobreza que amenaza a millones de personas.
Pero hay motivos para la esperanza. China parece estar superando la crisis, varios equipos en todo el mundo trabajan para encontrar una vacuna, y la presión pública está haciendo que, incluso los gobiernos que se habían mostrado más reacios, adopten medidas para poner a salvo la salud de sus ciudadanos.
Más aún, nuestra estructura social ha demostrado que funciona, y desde los profesionales sanitarios que arriesgan sus vidas para salvar las de los demás hasta los pequeños autónomos, han sabido hacer un esfuerzo tremendo para mantener en funcionamiento los servicios esenciales con los que poder continuar nuestras vidas durante el estado de alarma.
Y todavía más, nuestra sociedad ha mostrado su cara más humana y solidaria. Han sido miles, muchas de ellas de gran generosidad, las iniciativas personales o empresariales que han querido poner su granito de arena para ayudarnos a todos, ya sea haciéndonos sentir acompañados, cosiendo mascarillas o imprimiendo en 3D respiradores clínicos.
Es por todo ello que hay esperanza. Una esperanza visible y palpable. Visible, por ejemplo, en una gran mayoría de balcones cuando dan las ocho. En las ventanas en las que se ha colgado un arcoíris que dice “todo irá bien”. Palpable, en el pan que nos llevamos a la boca, en el interruptor que cuando se toca enciende una luz, o en las pantallas que aún nos permiten, de alguna manera, estar cerca de aquellos a quienes amamos.
Respecto al convencimiento, todos sabemos que esto pasará y volveremos a salir a las calles, y besaremos y abrazaremos a aquellos que tanto estamos echando de menos. Pero necesitamos estar convencidos de algo más. Necesitamos tener la certeza de que no se abandonará a nadie por el camino.
En este sentido, a nuestra esperanza se ha de unir la acción firme y decidida del gobierno estatal y de los autonómicos. En primer lugar, dotando al sistema de salud pública de todos los recursos que sean necesarios para poner fin a esta urgencia sanitaria, pues de ello depende todo lo demás.
Conseguir que nuestro sistema sanitario aguante la presión de esta pandemia significa salvar vidas, pero, también, aportar confianza y certidumbre. Los ciudadanos deben tener la seguridad de que, si algo falla y caen enfermos, recibirán la asistencia médica necesaria.
En segundo lugar, es imprescindible garantizar una renta mínima vital que garantice a todos los ciudadanos disponer de los ingresos suficientes para superar esta crisis. Porque, si algo aprendimos de la crisis financiera de 2008, es que debemos vigilar de cerca a nuestros gobiernos para que en medio del naufragio no repartan los salvavidas a los que ya van en barca, dejando al resto de la tripulación a merced de las olas.
Nuestro convencimiento es claro. Es el momento de rescatar a los ciudadanos. Trabajadores, autónomos, desempleados y jubilados deben ser la prioridad económica de este gobierno. Se debe gestionar por ellos y para ellos, y con urgencia.
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Francisco A. Ferrera es presidente de Red Autónomos