Un 19 de mayo de 1978, un mes antes del Mundial de Argentina, el entrenador César Luis Menotti se vio obligado por el reglamento de la FIFA a dejar fuera a 3 jugadores de los 25 preseleccionados. Para así completar la lista de 22 futbolistas que iban a estar en la Copa del Mundo que paradójicamente se celebraba en su país y que más tarde otorgaría a la Selección Argentina por primera vez en su historia la copa de campeona mundial de fútbol.
Los 3 jugadores elegidos fueron: Humberto Bravo, Víctor Bottaniz y Diego Maradona, que ya era figura del fútbol argentino, pero aún era joven. Tanto Bravo como Maradona muy enfadados por la decisión decidieron abandonar la concentración, sin embargo, Bottaniz, en un gesto de compañerismo decidió quedarse a colaborar con sus compañeros, decidió apoyar y sumar en lo posible. Gesto que al final tendría una enorme recompensa.
Se vivieron momentos de tensión las horas previas a la fatídica lista de descartes, todos querían estar y vivir aquella experiencia desde dentro, al ser preguntado por los periodistas, el entrenador nunca dio explicaciones, simplemente dijo que había que tomar una decisión. Como máximo responsable, cuesta decidir, pero el cargo lleva implícito estas acciones por lo tanto tenía que «pulsar el gatillo» aún a sabiendas de lo doloroso y traumático que sería para todo el grupo en general y para aquellos jugadores en particular, ya que la cita no se repetiría jamás. Por voluntad propia, Bottaniz decidió quedarse y participar en los entrenamientos o animar desde la grada.
Passarella era el capitán de aquella selección y tras anunciarse el nombre de los descartados, les dijo a los tres delante de todos los compañeros que podían optar por irse o quedarse con el grupo. Bottaniz a contracorriente y hundido se quedó, aquella decisión tomada se convertiría en histórica. Vivió como un espectador más cada encuentro hasta llegar a la final, cada minuto del camino a la gloria. Y se sintió campeón como el que más, participó en todos los entrenamientos, compartió las penas y las alegrías a lo largo de toda la competición.
Cuando el árbitro pitó el final del encuentro entre Holanda y Argentina, el estadio estallaría en un tremendo grito de campeón. Aquella sociedad argentina dividida por la dictadura por fin había logrado su mundial. Un país convulso, una sociedad rota, reprimida y doliente pudo sofocarse, aunque fuera por unos días y sentirse por fin campeones del mundo. Por las madres, hoy abuelas, de la Plaza de Mayo y por tantos otros argentinos que seguían luchando contra aquel régimen, el mundial de la dictadura como muchos lo titularon. El militar Videla presidió ese partido, sin embargo, eso es otra historia, aquí quiero contar como cuando recibían las medallas de campeones mundiales, el entrenador se transformó en líder y agradeció a Víctor Bottaniz su apoyo incondicional al equipo, reconoció el gesto de Bottaniz al quedarse a ayudar a sus compañero.
Dicho agradecimiento marcará la historia de ambos personajes pues Menotti entrego a su descarte la medalla de oro que le FIFA le había entregado como campeón del mundo, gesto que ha quedado guardado por siempre en la historia del fútbol argentino y que muestra como aquel entrenador no era únicamente el jefe de ese grupo, más bien el líder y como los puestos de responsabilidad en ocasiones acarrean decisiones difíciles pero que se deben tomar desde el criterio y la objetividad, siempre mirando el grupo y respetando al máximo a sus integrantes.