PARAÍSOS PERDIDOS

El individuo contra la Historia

Les voy a dar un disgusto, y mira que lo siento, pero se lo voy a dar. “El hombre no es un ser histórico”. La realidad puede parecer cruel, pero no es así, simplemente lo que es, es. Por mucho que se sufra por la injusticia y la desigualdad o el hambre de los niños en el cuerno de África. La realidad no cambiara: Lo que es, es.

Buscamos la certidumbre, tenemos tanto miedo de perder el sólido suelo de nuestras creencias, ideologías o prejuicios (aprendidos) que corremos el riesgo de no dejar ningún espacio ni para la duda ni para la verdad. Tan solo poniendo en tela de juicio nuestros mitos más tranquilizadores podremos intentar buscar las mejores soluciones y transformar la realidad. Si renunciamos a correr riesgos con nuestras emociones, nos convertiremos en aburridos turistas de nuestras vidas y así nos luce el pelo.

Partamos de la base que vivimos en un mundo con una civilización de conquistadores muy inmoral, desde hace unos siete mil años. Nos educaron competitivos y asustados. Lo tenemos que reconocer, hablamos mucho del bien común, pero se utiliza como una herramienta y no como un verdadero deseo universal. Viviendo casi en defensa propia contra los demás. Rodeados de tantas imágenes y tanto ruido que, finalmente, nos invitan a ser sordos y ciegos ante nosotros mismos.

Los que sufrieron el régimen dictatorial del general Francisco Franco apoyado por la cúpula eclesiástica, siempre nos dijeron que, en el fondo, este hombre llevaba el país como un sargento chusquero su cuartel. Y los obispos lo llevaban bajo palio y ofrecían ejercicios espirituales a las gentes no para salvar sus almas… No disponían de un plan colectivo ni transformador, más bien “iban a lo suyo”,  eso era todo. Uno comienza a pensar si Napoleón no persiguiera la formación de un Imperio, “La Grandeur de la France”, sino simplemente mejorar su curriculum y enriquecer su trayectoria personal. O que Lenin puso en marcha la Revolución de Octubre en Rusia porque estaba mosqueado por la ejecución de su hermano, por la autocracia del Zar y que Stalin le sucedió en el Comité Central del Partido porque se estaba mejor en la dacha de Sochi, que robando bancos en Tiflis, cuando era joven.

Los maniqueos, en la antigua Babilonia eran dualistas: creían que había una eterna lucha entre dos principios opuestos e irreductibles, el Bien y el Mal, por tanto, consideraban que el espíritu del hombre es de Dios pero el cuerpo del hombre es del demonio. Nada más lejos de mi intención, el convertirme a esta antigua religión, a estas alturas de la película. Con la ferocidad que últimamente reverdecen las sextas y religiones.

Pero me estoy llegando a plantear que hay una pequeña proporción de seres humanos que nacen adictos al poder. Y una inmensa mayoría, más pacífica y menos activa, que no le importaría cooperar con el resto de las tribus, razonablemente. Dedicando sus esfuerzos a otros menesteres de mejora personal, más que a la conquista y el acaparar cargos y cosas.

Los Historiadores estudian los tiempos históricos, pero los hombres vivimos en un tiempo cíclico de infancia, juventud, madurez. De siembra y cosecha, de estaciones; frio calor, y continuas oscuridades que vuelven a amanecer. De forma que la Historia nos queda un poco a nuestras espaldas. Son un legado de crónicas que recomponemos de generación en generación, según nos vaya la feria.

Si separamos al hombre de la historia. La modernidad y el progreso de todo lo anterior. Veremos que la mayoría de los hombres quieren ser mejores y buscan algo cierto, bello y justo. Pero la Historia hasta la fecha no parece que vaya a tener un final feliz, de hecho comenzó sin el hombre y tiene todas las papeletas para continuar sin la humanidad, tan ricamente.

Resulta que hay un niño, que acaba de comprarse una bolsa de pipas en la Calle Leganés de Getafe y quiere comérselas en un banco del parque, con un amigo. Y no sabe que ya esta jodido, porque siglos atrás se instauró La Casa de Borbón a este lado de la frontera y en el futuro su vida se verá directamente condicionada por las decisiones que apruebe el Eurogrupo en el edificio lustus Lipsius de Bruselas.

Por culpa de esos pocos yonquis del poder, que insisten en repetirnos que:

Lo que es, es.

Y  “yo voy a lo mío”.

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