Por Sergio Ramos Pérez
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Había una vez un gatito llamado Jude que pasaba largos y solitarios días bajo un árbol seco y deshojado, un abeto. Siempre se tumbaba junto a su raíz, y los días de lluvia, por mucho que intentara refugiarse, las frías gotas caían a través de las ramas secas y acababan mojando al pequeño minino. ¿Pero qué podía hacer? Le encantaba aquel árbol y no encontraba ningún otro lugar donde ir. Y así fue pasando los días, semanas y meses bajo aquel árbol seco y feo, pero al que amaba con todo su corazón gatuno y al que le era fiel a pesar de todo. El gatito cuidaba de su árbol siempre y se acurrucaba por las noches bajo su raíz para dormir bajo la luz de millares de estrellas tintineantes. Muchas veces intentaba acomodarlo con ramas sueltas o hierbas, construirse una casita, pero nunca lo conseguía. Intentó taparse con unas pajas, pero la lluvia se filtraba a través. Otra vez intentó construirse un refugio con ramas, pero el aire lo derribó. Intentó también hacer una casita con barro, pero su propio peso lo hundió. Así día tras día y el gatito empezaba a pensar, entristecido, si era verdad lo que los demás animales pensaban: tenía ideas muy raras y no tenía relación con otros semejantes, sería un gatito inútil y fracasado en todos sus ámbitos de la vida. El minino comenzaba a creerlo y maullaba lastimeramente a la luna noche tras noche y lloraba cual bebé gato.
Un buen día de diciembre, en la víspera de Navidad, una sombra pasó sobre el felino animal y el gatito comenzó a perseguirla alrededor del árbol. Algo fue bajando y sombra y ave se juntaron en el suelo frente al minino.
– ¡Hola! –dijo aquel misterioso pájaro de ébano.
– Hola… ¿eres un cuervo?
– Lo soy.
– ¿De dónde viene, Sr. Cuervo?
– De un lugar muy lejano, de allí donde reina la maldad y es terreno de los hombres. Iba volando y volando en medio de la oscuridad y me perdí, hasta que distinguí éste sitio y bajé para descansar. ¿Por qué preguntas tanto?
El cuervo estaba a la defensiva, era huraño y arisco. El gatito pudo notar una mirada más oscura y opaca que sus plumas en los ojos del ave. Con un ronroneo y restregando el lomo contra una de sus alas, el minino le dijo:
– Ven, te enseñaré algo que te alegrará.
El cuervo, curioso, siguió al gatito por largos caminos hasta un enorme mar. Al llegar allí, el cuervo sintió alegría y reencuentros felices, a pesar de que era un sitio de pesares.
– Aquí –explicó el gato- viven todos aquellos que echamos de menos y el mar está conformado por gotitas de lágrimas que hemos derramado por su ausencia. Si alguna vez te sientes solo, sólo tienes que venir aquí y encontrarte con quien añoras.
Entonces, un cambio se produjo en los ojos del cuervo, un brillo, un destello… se tornaron llenos de vida.
– Es maravilloso, gato –dijo el cuervo.
– Puedes venir siempre que quieras y lo necesites, y yo te acompañaré si así lo deseas.
– Por supuesto que sí. Pero gatito, dime una cosa: ¿por qué me ayudas si apenas nos conocemos?
– Porque vi la tristeza en tus ojos, cuervito, y sé lo que es eso y no quiero que nadie pase por cosas así. Es feo.
– ¿Tú has pasado por tristeza?
– Muchas veces, otros gatitos me ven como un animal raro, no me quieren, porque prefiero cuidar de mi arbolito en vez de irme con ellos.
– Eso es muy bonito, gatito. Cuidar de los demás desinteresadamente, ya sea flora o fauna. Y demuestras tener un alma muy grande y noble por tu parte por el hecho de que te rechacen y que tú aún quieras cuidar y aliviar de dolor a los demás.
El gatito sonrió y agachó la cabeza tímidamente mientras sus grandes ojos miraban al cuervo y relucían vidriosos de emoción. Y el cuervo le devolvió la mirada y de la oscuridad que les envolvía a ambos pudo ver cómo el gatito se tornaba más claro y resplandecía como un angelito celestial.
– Además –continuó el cuervo-, te esfuerzas mucho por luchar por lo que quieres y sacar adelante tus ilusiones, trabajas duro y sin descanso, sin importar los resultados ni las opiniones, y si te frustras, te levantas y continúas… tienes mucha fortaleza, gatito.
– No, no la tengo, cuervito. Siempre acabo llorando.
– Gatito, pero ser fuerte no significa superar un bache, ser fuerte es superar uno tras otro sin rendirte nunca. Y tú lo haces.
– Además, mi pelo es áspero y feo.
– Tu pelo es bonito como tú y –el cuervo pasó un ala sobre el pelaje del animal-, también es muy suave. Parece de terciopelo, gatito. Además, minino, estabas triste cuando llegué y aun así quisiste alegrarme.
Poco a poco, según caminaban de vuelta al árbol, el gatito, asombrado, maulló. El cuervo no entendía lo que pasaba y miró hacia el árbol. Allí arriba, en lo alto, una rama, una única rama había brotado y se había llenado de un verde intenso. Una rama verde y llena de vida. El gatito comenzó a corretear juguetonamente, feliz de que por fin su arbolito había comenzado a brotar. Aunque sólo fuera una, pero había una rama. Poco a poco, llegó la hora de dormir y el gatito se acurrucó como de costumbre en la raíz del árbol. El cuervo no podía permitir que se quedara solo y desamparado, cogiendo frío en la intemperie, por lo que se acercó al gatito y con una de sus alas le abrigó.
Ciertamente no se merecía pasar frío y soledad teniendo un alma tan bondadosa, cariñosa y agradecida como la que tenía aquel pequeñito gatito bonito.
A la mañana siguiente, el 25 de diciembre, la sorpresa fue mayor porque en lo alto del árbol había ahora dos ramas exuberantes de verdor. El gatito estaba ilusionado de que su árbol estuviera retoñando y alguien se preocupara por él y le aceptara, incluso le admirara.
– ¡Gatito! –Dijo el cuervo- ¿quieres que te ayude a construir tu casita?
– ¿En verdad?
– Sí.
– Sería genial, que ilu.
El gatito correteaba y raspaba sus garritas contra la corteza del árbol. El cuervo comenzó a picotear la corteza mientras el gatito arañaba con sus garritas la madera y para cuando llegó la noche habían logrado un agujero en el que cabían los dos. Se metieron en él y durmieron a salvo de las inclemencias de la noche, protegidos por el frío viento y secos de la lluvia, la nieve y el granizo, pero podían distinguir las estrellas y la luna desde allí.
A la mañana siguiente, una tercera rama había florecido en el árbol. Cuervo y gato continuaron luchando duro por la construcción del hogar, no sin ello algunas diferencias como que el gatito quería algo de lana y el cuervo pedía un palo en lo alto del hogar, aun así y gracias a la unión y al esfuerzo de ambos, lograron un acogedor hogar en la raíz del árbol. Y por cada día que pasaba, una nueva rama fue reviviendo en el árbol, que crecían y crecían y se extendían más allá de donde alcanza la vista. Y gato y cuervo no se sintieron solos ni tristes nunca, nunca más.
Y esa fue la Navidad más cargada del verdadero espíritu navideño de ambos, la unión, la amistad y el amor… y lo que fue más importante, no solo duró durante esas festividades, si no la vida entera.
© Sergio Ramos Pérez. Todos los derechos reservados
Sergio Ramos Pérez nació en Madrid en 1988. Acaba de publicar su primera novela titulada ‘Cicatrices’, un «recomendable relato» publicado por la editorial Mablaz.