La Montaña contra la Llanura es una expresión política muy gráfica, utilizada por autores como Víctor Hugo o Jack Lang originalmente en el contexto de la revolución francesa sobre todo referida a la rebelión de 1793. Refleja la división ideológica, digamos hoy, entre la izquierda y la derecha, el espíritu de facción y la contradicción permanente entre ambiciones dispares y que se reproduce, como una epidemia, en cualquier lugar y momento en que uno o varios colectivos se disputan el poder.
La composición de la Convención republicana de 1792 incluía a cuatro partidos o coaliciones. Los Girondinos, defensores de la burguesía de las provincias más desarrolladas; el partido de la Montaña representante de las posiciones más radicales que incluía a los jacobinos con Robespierre a la cabeza y a otros grupos revolucionarios encabezados por Dantón o Marat; y la Llanura, asociada al centro político más neutral. Debajo de la Llanura estaba el Pantano; imagínense, un estanque sucio lleno de ambiciosos, egoístas, corruptos, oportunistas y aventureros que votaban en función de oscuros intereses, siempre a caballo ganador, o se movían siempre en la misma dirección que soplaba el viento de los acontecimientos.
Los lectores que hayan seguido la actualidad política de Leganés en los últimos años admitirán que el resultado de las últimas elecciones municipales plasmaron un puzle de difícil encaje. Cuatro partidos, PSOE, ULEG, PP Y Podemos, empatados a seis ediles y con un número de votantes tan igualado que cualquier eventualidad de última hora hubiera dado con los huesos de uno de los candidatos de esos cuatro partidos en el sillón de la alcaldía. Fuera de las semifinales quedaron IUCM que se enganchó a la teta del PSOE y Ciudadanos que a las primeras de cambio se partió a la mitad dejando un tránsfuga y un solo edil de la formación naranja en el salón de Plenos.
Si quisiéramos reproducir la terminología de la revolución francesa en los comicios locales de 2015 tendríamos que asimilar al PP como los Girondinos; al PSOE, IUCM y Leganemos con las distintas posiciones de la Montaña, aunque como en 1793, sin que fuera posible acuerdo alguno entre ellos [al enemigo interno no se le expulsa, se elimina]; y, por último, a ULEG y a Ciudadanos con la Llanura. Sin embargo, desde los primeros compases de la legislatura, el propio Santiago Llorente desplazó a sus huestes y al concejal rémora [Bejarano] a la Llanura, más allá incluso de las posiciones de C’s, una pirueta que les acercó en la práctica al Pantano que aflora inevitablemente en cualquier lugar en que se administren fondos públicos.
Tras el [incalificable] mandato del popular Jesús Gómez, la nueva legislatura se antojaba, quizás más propicia para una política de acuerdos y debate sereno. La primera sensación pasó rápidamente. A las primera de cambio el gobierno municipal encabezado por Santiago Llorente, y sus agentes subterráneos [fontaneros] procuró con éxito romper a Ciudadanos y, a la vista del desacuerdo y de las dos primeros abandonos, a los de Leganemos. Robespierre recetaba la guillotina como su medicina preferida. Los girondinos de Recuenco [el hombre abandonado], tras la ‘espantada’ de la candidata Eugenia Carballedo, se establecían en una posición más que ambigua, pactando con la Llanura de Llorente en beneficio de sus intereses particulares. ULEG, por los movimientos en el tablero estratégico de los socialistas, las desavenencias del resto de grupos de la oposición y la grosera superficialidad del nuevo primer edil, se aupaba a las posiciones de la Montaña. Los que se felicitaban por la marcha del arisco y patético Jesús Gómez empezaron a pensar que, había que volver la vista atrás, para pensar que Llorente, el eterno vividor de la política, dejaba por bueno al déspota anterior.
El rompecabezas del Pleno para obtener una mayoría estable de gobierno había dejado a Santiago Llorente, el candidato más votado por unos centenares de papeletas, como alcalde. Leganés empezaba la legislatura 2015/2019 como empezó la anterior: haciendo el ridículo. El sectarismo del nuevo alcalde no se alzaba solo contra el adversario o contrincante político sino contra los propios compañeros del partido en el Gobierno Local. Llorente batía el récord de los municipios españoles acogidos a la Ley de Grandes Ciudades al nombrar el menor número de miembros de la Junta de Gobierno Local; ni siquiera todos sus ediles pasaban a formar parte de este órgano rector del ayuntamiento.
Desde el primer momento, el nuevo primer edil mostró, a pesar de su disfraz de bonachón ingenuo, su cara más antipática; parecía un voraz gargantúa, retratado en el clásico de Rabelais, un tragaldabas de mala digestión y decisiones excéntricas; si no fuera porque con ellas se gasta el dinero de todos los leganenses, los vídeos de los plenos municipales hubieran servido de bálsamo contra la melancolía y el aburrimiento. Y con el mismo furor del anterior alcalde del PP, sin distintinción ética ni ideológica, renombró a los directores general declarados ilegales por la justicia sembrando el Ayuntamiento de [presuntos] socialistas enchufados, sin que prevaleciera la capacidad, el mérito o la preparación de los elegidos. Esto, porque yo [también] lo valgo, parece que se regodeaba el alcalde socialista. No solo es poco ético, es ilegal.
Llorente se adentraba sin pudor en el Pantano con sus marrullerías políticas, sus comilonas y sus acuerdos espurios o bastardos con las contratas, pactando incluso con el rey del lodazal para sobrevivir en minoría y pagando el diezmo que exige la bestia en carne a cambio de la ayuda mediática. Se trata del auténtico cocodrilo, un aligátor endémico de la zona sur madrileña extendido —con diferente suerte por Getafe, Alcorcón, Fuenlabrada o Leganés—, que se ha hecho a sí mismo, tras abandonar el negocio de la lechería familiar, que en tiempos de bonanza inmobiliaria igual administra, a fin de cuentas, el negocio del ladrillo que un grupo de periódicos locales al servicio de sus intereses con la ayuda de su hija, cargo de confianza en el gabinete de prensa en el Ayuntamiento de Alcorcón; igual construye pisos y chalés que encarga editoriales para arrear mandobles a políticos díscolos e independientes; encarga, decimos, porque el atrevido no junta más de cinco letras sin que parezca su firma en un cheque bancario. Pero se mueve bien en aguas estancadas. Pacto aquí, pacto allí; del PP más radical de Alcorcón al PSOE más desvaído de Leganés, no hay motivación informativa, ni mucho menos ideológica. Es solo negocio, idiotas.
De los excesos gastronómicos a base de cachopos y chupitos, de las francachelas con sus compañeros del PSOE, con empresarios de la construcción y la comunicación, con los periodistas del pesebre, pagadas todas ellas con la Visa municipal, de los acuerdo oscuros con asociaciones empresariales o de los pactos secretos con el PP se podría haber deducido inicialmente que Llorente sería un pesado lastre para los ciudadanos de Leganés. Y muy caro.
No hay que olvidar una trayectoria, más que inane, perjudicial para la ciudad en la que se ha incrementado la delincuencia, con incidentes habituales alrededor de la Cubierta, con chanchullos en eventos como El Barrio de las Bodas, con un edil de Cultura enfangado por culpa del negocio de su joven esposa, una de las más emblemáticas taberneras de Leganés.
Sin embargo, el pacto de no agresión y de reparto de papeles con el PP, así como los trabajos para romper y detonar a Ciudadanos y a Leganemos, daban sus resultados. Quedaban, frente a frente, la coalición fantasma de la Llanura liderada por Llorente y Bejarano, auxiliados por catorce directores generales ilegales, en el gobierno municipal; y Carlos Delgado, el impenitente e incansable antagonista, el líder de ULEG al frente de las nuevas tropas de la Montaña leganense; de principio a fin, y sin remedio, la única oposición.
La historia de la legislatura se podría resumir en dos imágenes, ambas muy gráficas, y un sainete tragicómico. La primera de las fotos fijas recoge un contenedor de basura sin pedales. Al Gobierno municipal de Llorente le han dado igual las críticas y las quejas de los vecinos. Si quieres arrojar la bolsa de la basura, hay que levantar la tapa con las las mano, algo impensable en un municipio como Leganés. Un simple detalle psicológico de los que, inmersos en el fango del pantano, están insuficientemente preocupados por la limpieza y la comodidad de los vecinos.
La segunda imagen que radiografía el escaso progreso de esta legislatura en Leganés es el ruinoso edificio de la Biblioteca, símbolo del abandono de los proyectos y del abandono de muchos edificios y equipamientos gestionados por el Ayuntamientos. Cuatro años perdidos sin que Llorente y su [sostenible] equipo de ‘lisiados’ haya sido capaz de relanzar un proyecto que al principio era la envidida del resto de municipios de la zona sur. Hay que recordar las quejas de los usuarios por el mantenimiento de los colegios públicos, la Escuela de Música o el Polideportivo Cadenas, entre otros ejemplos destacados.
A pesar de toda la camándula y la malicia mostrada por Santiago Llorente y sus secuaces —ediles, cargos de confianza y adeptos al pesebre— a lo largo de la legislatura, lo que ha retratado fielmente su falta de escrúpulos ha sido el tragicómico suceso del llamado Bartolín, o Patrañuelo, en relación con la [inexistente] agresión que sufrió el Director General de Sostenibilidad y la farsa orquestada junto a su amigo de toda la vida y compañero de fatigas el alcalde de Leganés.
Ahora, llegado el final de la legislatura, ante el avance de ULEG, el hartazgo de los vecinos por la interminables chapuzas, las veleidades políticas de Llorente y el miedo a perder [de nuevo] el control del ‘cortijo socialista’ de Leganés, ha reclamado la artillería mediática del lechero en la que podría ser su batalla final. Sin acordarse que la más famosa espantada de Leganés, más que la de Cagancho, la protagonizó el propio editor [ahora evolucionado al marxismo-ladrillismo] al ser citado en la comisión de investigación del Ayuntamiento de Leganés por la trama de corrupción Púnica. Este aligátor, como dijo Jesucristo de los hipócritas, mira la paja en el ojo ajeno sin considerar la viga en el propio y, a la que te descuidas, como haciéndose el dormido, le arranca el brazo a su víctima con sus mandíbulas .
Gracias a los vecinos —que han calado a Santiago Llorente como ese político incompetente que es—, las encuestas y sondeos auguran un [necesario] cambio de tercio en la alcaldía de Leganés, una posibilidad real que llena de espanto a todos los habitantes de su ciénega y del pesebre, incluidos el saurio y los chupópteros.