Hasta hace unas pocas décadas todo estaba más o menos, como siempre, desde hacía siglos. Había un pasado que teníamos que interpretar y que en el presente nos decantaba por una determinada ideología, que nos llevaba a algún tipo de proyecto colectivo, en uno u otro sentido.
Ahora nos encontramos con nuevas generaciones que viven peor que las anteriores, con la precariedad laboral y una quiebra del sistema de pensiones, con guerras aquí o acá de una complejísima justificación, una descomposición de las clases sociales, de la familia, de la misma riqueza y un nuevo tipo de terrorismo que no tiene ningún sentido. Se está preparando un mundo sin Historia, de gente suelta en donde han colapsado aparentemente todos los proyectos que teníamos en la modernidad.
Ahora un joven de Algeciras o de algún barrio marginal de París, que nació en Europa y tiene origen musulmán de cualquier otra procedencia, para desarrollar un discurso político, que está organizado simbólicamente en que hay que dar cuenta del pasado para generar un proyecto de resistencia y a la vez generar un plan para el porvenir, lo tienen muy crudo.
No tienen un marco en donde mirarse ni atrás ni hacia delante, no tienen nada. Para colmo, esta extraña era digital ha creado nuevas formas de reclutamiento inmediato. El Narco en América Latina, las iglesias evangélicas a nivel global, los nacionalismos o la Yihad Islámica en Europa. Es decir lugares en donde se te asigna nombre misión y destino de forma inmediata en cuatro tutoriales de Youtube.
Nos ha tocado vivir el fin de muchas cosas y andamos a tientas en un cambio de ciclo económico y social entreverado con una continua revolución digital. Estamos atónitos sufriendo una distorsión deliberada de la realidad que aparentemente cambia sin cesar y la opinión pública no sabe pararse a vislumbrar lo que sucede tras el bombardeo de imágenes y la interminable sabana de la Internet. Son tantas las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. Que el miedo a no saber lo que hay debajo de las cosas, a menudo nos paraliza.
Pese a que hasta la fecha nunca haya tenido un teléfono móvil en mi bolsillo, no tengo nada en contra de las nuevas tecnologías, al contrario, pero sí les encuentro una serie de peligros. Por ejemplo “el documento” sigue siendo el papel, en este soporte las cosas permanecen y te pertenecen. En la nube pasan y se van, aparecen y desaparecen, están y a la vez no están. Esto pasa con las fotografías, las tarjetas de crédito, los libros o el carnet de conducir. Nos sentimos cobayas en el laboratorio de haber qué pasa, si vamos a donde parece que vamos.
Hay que leer libros sentados durante horas del tirón, escuchar sinfonías completas y andar sesenta minutos por el campo en silencio. Huir de la publicidad y el consumo desordenado de objetos innecesarios y de esa sanidad privatizada que se está convirtiendo en una rama de la industria farmacéutica.
Desprendernos de la cáscara que envuelve las cosas, toda esa baba que se le ha ido pegando a los aparatos que nos rodean cotidianamente. Lavar toda la pelusa que nos lleva a la pereza y combatir de en medio de nuestro ambiente, la contaminación mental.
La capacidad de estar frente a un cuadro y el tiempo necesario para realizar los trámites de conseguir las entradas de una obra de Teatro, se ha reducido de una forma escandalosa y nuestra concentración, como la necesidad de silencio para desarrollar un pensamiento, está bajo mínimos.
Tenemos la potestad de transformar la realidad desde nosotros mismos. Continuamos formando parte de lo Sagrado. Todos formamos parte de una misma luz, de una mente colectiva. Cada persona tiene un reino personal desde donde puede ver la realidad y que tiene la obligación de mantenerlo despierto y bien alimentado. A través de nosotros mismos ganando consciencia, desde esa evolución interior, se podrá transformar el mundo exterior al que también estamos conectados. ¿Cómo vamos a modificar lo que nos rodea, sin mejorarnos previamente a nosotros mismos? Cada uno tenemos la responsabilidad personal de hacer un mundo y nadie ni nada lo puede hacer por nosotros.
Afortunadamente pienso que en este país tenemos recursos para capear el temporal. Como primera medida para nuestra salvación propongo un género literario, copio de la Wikipedia. Sátira; que expresa indignación hacia alguien o algo, con propósito moralizador, lúdico o meramente burlesco. Ante todo no perder el buen humor, y aquí podemos tirar de la Celestina, el Lazarillo, Don Quijote, los bufones de Velázquez, los niños de la calle de Murillo, el retrato de la familia Real de Goya y toda su serie negra. Galdós, Gutiérrez Solana, Valle Inclán, Buñuel, Jardiel Poncela, Chumy Chúmez, Chema Madoz o Antonio Orejudo. Vamos, que si hacemos un mínimo esfuerzo aquí tenemos de dónde enriquecernos y por añadidura reirnos un rato de nosotros mismos.
Imagen: José Gutiérrez Solana. Título: Visión del Carnaval. Técnica: óleo sobre lienzo firmado en el ángulo inferior derecho. Se adjunta certificado de autenticidad emitido por D. Adrián Espí Valdés. Medidas sin marco 82×100 cm.