DIARIO DE UN JUBILADO

La ficción de la democracia

Es difícil pensar en Esperanza Aguirre, por ejemplo, como pueblo y, sin embargo, ella participa como el que más en este juego al que llamamos democracia.

La democracia es una ficción, lo saben hasta los más tontos. El pueblo nunca es el que manda, el pueblo es el que trabaja, el que paga los impuestos, el que mantiene el edificio social lo quiera o no lo quiera y, sin embargo, la palabra democracia presume de significar algo así como el poder del gobierno del pueblo. Y eso, ¿cómo se hace? ¿Cómo gobierna el pueblo cuando decimos que hay democracia? Eso es algo que no lo sabe nadie. Lo establecido es que el pueblo gobierna a través de los representantes que elige cada vez que se celebran elecciones.

La primera cuestión que habría que aclarar es saber quién es el pueblo. Todos aquellos que han nacido o se han criado en un pueblo más o menos lo tienen claro: el pueblo es el pueblo, todo lo que son sus calles, sus casas, sus campos y, también, es curioso, la gente que ha nacido y vive en él. Para complicarlo aún más, la gente que ha nacido en una ciudad, esa gente, decimos, no son de pueblo, son de ciudad. No son el pueblo. Y sin embargo, la democracia tuvo su origen en la ciudad de Atenas en donde el ser ciudadano se confundía con ser el pueblo, el demos que en griego significa pueblo.

¿Quién entonces es el pueblo? Lo primero que uno piensa es que el pueblo es la clase baja. La gente de abajo. Por ejemplo, todos los que viven en Leganés, lo mismo que los que viven en el barrio de Vallecas de Madrid son pueblo. Y los que viven en el barrio de Salamanca, ¿qué son? ¿Son también el pueblo, el pueblo llano? Hay quien lo pone en duda. Más difícil es aún saber si los dueños de los chalets de lujo de La Moraleja también son el pueblo, el pueblo que forma parte de eso que llamamos democracia. Ellos son en realidad más cracia que demos, más poder que pueblo. Son los que siempre han detentando el poder en todas sus formas y circunstancias. Sí, pero cuando se convocan elecciones su voto vale lo mismo que el de un vecino del barrio de La Fortuna. Es lo bueno que tiene el voto en democracia que todos valen lo mismo.

El pueblo, entonces ¿quién es? El pueblo somos todos pero algunos lo son menos, o más, depende según como se mire. El pueblo es mucho más irracional que la nación. Es una palabra muy peligrosa. Hay que tratarla con mucho cuidado. A los emigrantes, por ejemplo, nadie los considera parte del pueblo a pesar de que algunos tienen derecho a votar, nunca a ser votados. No importa que sean hispanos, blancos y que hablen nuestro idioma y vivan entre nosotros desde no se sabe cuándo. Es más, muchos de ellos son en parte los descendientes de aquellos españoles que hace más de trescientos años marcharon a América. Los marroquíes y mucho menos los subsaharianos serán considerados nunca como pueblo entre nosotros, en nuestras mentes yen nuestros corazones. Un negro siempre es un negro, afirman los descerebrados que se sienten más españoles que nadie. Los moros, mejor que se vayan por donde ha venido. De los chinos, mejor no hablar, ellos, los chinos, ni quieren ni pueden ser pueblo pero habitan en nuestros barrios, abren su negocios por todas partes, compran y alquilan nuestras viviendas, las suyas, pero no pueden votar, no pueden participar en la democracia ni aquí ni tampoco en su país. Entonces los chinos tampoco son pueblo.

Y los políticos cuando detentan el poder son o no son pueblo. Nunca, en democracia, deberían olvidarlo porque cuando lo olvidan quien sale perdiendo somos nosotros, el pueblo bajo, el pueblo base, el buen pueblo que lo mantiene y los sufre todo. Es difícil pensar en Esperanza Aguirre, por ejemplo, como pueblo y, sin embargo, ella participa como el que más en este juego al que llamamos democracia. La gente como Esperanza Aguirre ¿se siente de verdad pueblo?

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