PARAÍSOS PERDIDOS

La feria

¡El monstruo de Guatemala!…  “El monstruo de Guatemala, vengan a ver al monstruo de Guatemala”… destacaba sobre la música de Los Chichos de los coches de choque. Esas fichas de plástico verdes, azules, rojas, su peso en el bolsillo, cuanta gratitud a su inocente carga por las expectativas que me despertaban… Las sirenas de finalización del látigo y la verborrea de las tómbolas: ¡Y otra muñeca chochona! y el jamón con el pan candeal, aún sin salir, señores y señoras… doce trabillas sin comprar, es una locura, cuando el premio está ya…

Mi terraza daba al interbloque de la Avenida de España y al descampado de las ventoleras, del recién desmantelado cuartel de artillería, al otro lado de la Iglesia de las Margaritas. Durante una semana de junio se montaba la feria de las fiestas de Getafe. Y yo desde mi baranda, con una extraña excitación contemplaba las caravanas de camiones descargando escenarios de conglomerados pintados, maquinaria y bombillas de colores. En sus casas móviles comían en el exterior, soltaban sus residuos y tiraban cables con precisión hasta formar todo un espacio irreal.

Con el ruido llegaba la gente y con ella el polvo y los chorreros de aguas embarradas por detrás de las luces. Al fondo, cerca de la iglesia y de lo que hoy es la universidad Carlos III, montaban uno de esos teatros chinos itinerantes de Manolita Chen “la reina del cabaret de los pobres”. Con grandes carteles de sus figuras internacionales, tristes cómicos de la legua; por los agujeros de la carpa imaginábamos señoras ligeras de ropa mientras escuchábamos los cuplés y nos daban pescozones, para que nos diéramos el piro, los señores agitanados de la taquilla.

Rodajas de coco, berenjenas con trago de bota de vino, moscatel, algodón de azúcar rosado, montado de panceta, chorizos, morcilla y pinchos morunos en las casetas de los partidos políticos. Y mucho ruido, mucho polvo, niños llorando, adultos descojonándose y niños chillando, abuelos suspirando… En el Tren de la bruja un semidelincuente arreaba con la escoba, indiscriminadamente entre los carricoches, tras pasar el túnel de esqueletos de cartón piedra y los esperpentos con pelucas atravesadas por cuchillos de plástico ensangrentados.

Dar golpes a un saco de boxeo y que llegara a la campana ¡Riiing!… La chica más guapa del barrio a tu espalda. El laberinto de espejos, la mujer serpiente. Doblar una escopeta de perdigones, cargar el balín y disparar al palillo que sujetaba la boquita mínima, alargada, oscura y perfecta de un cigarrillo “More”…

Estrenar unos  vaqueros “Lois” con una camisa grande azul claro del ejército del aire, por fuera, de segunda mano, del Rastro, y unos zapatos gorila (con los que regalaban una pelota) mientras fumábamos sofisticados el ‘more’ recién cazado… Ligeros e insensatos nos dirigíamos complacidos hacia nuestra principal atracción, “La ola”, en la que dábamos vueltas girando el volante cromado y despachábamos puñetazos al saco cuando llegaba en su sinuante periplo… Al ritmo del “Hurricane” de Bob Dylan.

Sentíamos que podríamos llegar a amar a cualquiera de esas chicas hasta morir y que por el más coñazo de nuestros amigos podríamos matar al recién inaugurado rey de España… Olíamos a barrio, éramos calle… Y todo nos quedaba por delante.

¡El monstruo de Guatemala!…  “El monstruo de Guatemala, vengan a ver al monstruo de Guatemala”… En la  litera de abajo, mi hermano mayor con un güevo fuera en calzoncillos blancos abanderado, arriba roncando, escuchaba los ecos de la feria, hasta el amanecer… Una vez, no quedaba otro remedio, pagué la entrada para ver al monstruo de Guatemala.

Había que traspasar un pasadizo muy colorido y subir unas precarias escaleras metálicas. Abajo se veía a un mono grande (no era un gorila pero era mayor que  un orangután) ensimismado, con la mirada perdida, despeluchado y comido por las moscas, asfixiado entre el ruido y la calima de los plásticos, el polvo y el resol. Nos invitaron a continuar la bajada por las precarias escaleras y nos palmearon las espaldas mientras nos reconocían nuestro buen gusto y nos invitaban a recomendar “esta gran experiencia” con nuestros conocidos. Fuera, en una de las múltiples calles prefabricadas de la feria olía a miseria, a muchedumbre y podredumbre. Pegaba fuerte el sol y es que la feria mola de noche, con la luz natural le huelen las sobaqueras…

¡El monstruo de Guatemala!…  “El monstruo de Guatemala, vengan a ver al monstruo de Guatemala”… Muchos años, en mi litera de abajo, siete personas viviendo en cincuenta y cuatro metros cuadrados, en un cuarto piso sin ascensor, durante una semana de comienzos del verano no me dejaba dormir el estruendo de esta cantinela… Hoy me dicen que soy un ‘desaborío’, no me gustan las fiestas multitudinarias, ni las mayorías absolutas, ni el fútbol, ni los best seller, ni las personas que saben lo que quieren y no dudan jamás….

Hay mucha gente que no vio al ¡El monstruo de Guatemala!…  Yo si lo vi, eso fue una gran lección.

 

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