Por Saint-Just
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El año avanzaba al mismo ritmo que los pasos de Imanol.
Lentamente pero también de forma inexorable e implacable. Lejos quedaba la velocidad aplicada a la vida (frenesí), primero volaban los años (luz), luego las estaciones (crucero). Un día se dio cuenta que por primera vez vivía sincronizado a la duración del día (señal horaria). Luego la desvida.
Imanol cada vez que veía a operarios colocar las luces de la Navidad en las calles de su ciudad, no había inicio de saludo o contestación a éste que no fuera precedió por un ¡MIERDRA! Era un sentimiento y una autoafirmación a su, ya lejana, pertenecía al extinto Colegio de Patafísica.
¡Merdre, merdre, merdre: 5 ans avec Rajoy!- exclamó Imanol ese día y solo ese día.
Su repulsión a esos días de espíritu navideño, que año tras año ganaba espacio en el calendario, le llevó a adoptar una medida traumática, recuperar el calendario romano de diez meses.
¿Llegará la maldita publicidad navideña a invadir su décimo mes, octubre para los “alienados”? Seguro que sí pero ya no estaré. Así cuando colocaba el almanaque en la pared no arrancaba sus dos últimas hojas, simplemente con un rotulador rojo escribía sobre las mismas con grades caracteres: MIERDRA.
Sabía que tal decisión conllevaba el quedar mal con sus amistades, que en dichos ignominiosos meses celebraban su natalicio, pero con el tiempo le dejó de preocupar, casi todos ya sufrían algún deterioro cognitivo.
Si no se acuerdan qué han comido, qué carajos se van a acordar que no les haya felicitado. Alguna vez la mujer de alguno de ellos le había telefoneado:
—Hola Imanol, es el cumpleaños de Juan y le haría bien que le felicitaras, ya sabes…
Interrumpía Imanol atronando.
—MIERDRA.
La interlocutora o bien colgaba o bien le replicaba con una expresión altisonante ante la confusión sonora de la palabra. Eso ya no ocurría desde hace años.
Su obstinación le llevó dar orden de devolver todos los adeudos que se producían en su cuenta corriente en esos infaustos meses. En su mes uno se ponía al día y poco le importaban los gastos de devolución o intereses devengados. Uno debe ser fiel a sus principios y a los demás MIERDRA.
Un día, solo un día, no fue fiel a su mandamiento. Sonó el teléfono.
—MIERDRA, dígame.
—Disculpe, no quisiera molestarle, mi nombre es Gea y soy su asesora privada designada por su banco.
—No hay nada que disculpar ni nada que asesorar y menos pienso traspasar la puerta de su sucursal que comunica directamente con el inframundo, cruzar el río Aqueronte con Caronte, y aún menos llevar una pequeña moneda en la boca.
Una carcajada resonó al otro lado de la línea.
—Don Imanol, no sé de lo que me habla, pero le aseguro que no tendrá que pasar puerta alguna al inframundo. Esta asesoría es personal y privada; así, si usted quiere puedo desplazarme a su domicilio o vernos en una cafetería.
La risa le confirmó la primera impresión. Le intrigó su misteriosa asesora particular y privada. Tras una breve pausa.
—Don Imanol…
—Escuche, mañana a las 11 horas en la dirección que les consta en sus comunicaciones y una única condición.
—Deje que apunte en mi agenda, mañana día…
Interrumpió Imanol.
—Mañana es mañana y punto, no hay día tal o cual, Gea, mañana y solo mañana. Simplemente escriba: mañana 11 horas, Don Imanol, a las 11 horas, en la dirección que les consta a efectos de notificaciones bancarias. Punto.
Gea no sabía qué decir y por eso intentado mantener un tono que aparentase profesionalidad y de alguna forma seguir el rollo.
—Don Imanol, entendido. Solo mañana, no hay día tal o cual, a las once, en la dirección que me consta.
—Gracias Gea, hasta mañana, solamente mañana.
—Disculpe Don Imanol ¿Y la condición?
—Mañana y solamente mañana, puestos a elegir, desde las 11 hasta que abandone usted la dirección que les consta a efectos de notificaciones bancarias, usted será Ava. Gea evoca a mar y a desgracias en forma de castración.
Sin saber bien por qué, salieron estas palabras de boca de una Gea en mutación a Ava.
—Don Imanol. Ava, solo mañana, no hay día tal o cual, a las once, en la dirección que me consta.
—Excelente Gea, pasado mañana o cuantos más días desees, pero mañana y solo mañana, Ava.
Las señales horarias daban el pistoletazo de salida de Gea todas las mañanas, 45 minutos de carrera continua, ducha, fugaz desayuno, pi, pi piiii, las siete, así día tras día, pero hoy, solo hoy, a las once de la mañana Ava.
Durante la carrera de esa mañana su cerebro casi en exclusiva había concentrado todas sus neuronas en las múltiples combinaciones que su armario pudiera ofrecerle. A velocidad de vértigo pasaban por su mente perchas con camisas, chaquetas, pantalones, faldas, pañuelos… Cuando llegó a casa y camino de la ducha solo tenía claro la ropa interior. Esta aguardaba sobre la cama recién hecha.
Camino de la sucursal se miró de soslayo en un escaparate. Su cara reflejada la vio repetida en la de sus compañeros de trabajo. Incluso la directora le dedicó una mirada que superaba de lejos a la que solía acompañar al habitual y cotidiano ¡Buenos Días!, pero hoy, sola, solo hoy.
En la dirección que les consta a efectos de notificaciones bancarias, a las once en punto, Ava accedió al portal, no había telefonillo, escaleras, escaleras y una puerta pintada de verde con un enorme cartel con un inquietante texto: Jódete no haber venido. Ni Sr. ni Don, sola y solamente, Ava y una puerta.
Inquietada, pero resuelta, tocó delicadamente el timbre de la puerta, y tras un minuto, solo un minuto, vio la silueta de un hombre que se alzaba casi hasta el dintel de la misma, tras un segundo, solo un segundo, esquivando a Ava se precipitó escaleras abajo. Solo ascendió por el hueco de la escalera un poderoso eco ¡VIVE! ¡VIVE!.
Ava solo acertó a media voz a decir: “Permiso”.
Del fondo del pasillo: “Pasa y acomódate”.
—¿Perdón? —Por un instante había entendido pasa y desnúdate.
—Pasa Ava, cierra la puerta y acomódate.
Por un instante, solo por un instante, Ava pensó en seguir la estela del cometa naranja escaleras abajo, pero decidió pasar, cerrar la puerta y adentrarse por el pasillo. Una habitación más que iluminada, parecía incendiada.
Lo siguiente, es ayer y solo ayer.
Las señales horarias volvían a dar el pistoletazo de salida a Gea. Todas las mañanas, incluso ayer.
45 minutos de carrera continúa, ducha, fugaz desayuno, pi, pi piiii, las siete de la mañana, así día tras día, pero también ayer, solo ayer.
Entró a la sucursal y pudo observar decepción en las caras de sus compañeros.
—Gea, debes dar de baja estas cuentas, los capullos del departamento de testamentarías habían traspapelado unas cuantas, y hay un lío de mil demonios, a las puertas de Navidad y son del día 31 de octubre.
Ya no volaban los años, ni las estaciones, ni los meses, ni los días, ni un mañana, ni un minuto, ni un segundo, ni un instante. Solo se escuchó el golpe seco de la tecla “enter” del ordenador.
La desvida empezaba a correr.
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