DIARIO DE UN JUBILADO

Para las mujeres que quiero…

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Mao Tse-tung, no sé si con razón o sin ella, escribe en su ‘Libro rojo’: “Las mujeres sostienen la mitad del cielo, porque con la otra mitad sostienen la mitad del mundo”. Sí, pero a ellas ¿quién las sostiene? Mejor sería decir que nadie, ellas mismas. Mejor todos a la vez.

♦ Recibo estas reflexiones a través del WhatsApp, así de pronto y que conste que no estoy ni espero estar enganchado nunca jamás a esta forma de comunicación tan espontánea y en ocasiones tan traicionera. Aun así, a veces, como en esta ocasión ha merecido la pena porque si las mujeres son ellas mismas, libres y auténticas, sin más tonterías que las que uno mismo, en este caso una misma, quiera cargar sobre sus espaldas, siempre serán bien venidas. Y es que ser mujer es una de las modalidades, sólo hay dos, creo, de comportarse como un ser humano sin más. Al bueno de Antonio Machado le gustaba repetir: “Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”, o ser mujer, habría que subrayar. Mao Tse-tung, no sé si con razón o sin ella, escribe en su Libro rojo: “Las mujeres sostienen la mitad del cielo, porque con la otra mitad sostienen la mitad del mundo”. Sí, pero a ellas ¿quién las sostiene? Mejor sería decir que nadie, ellas mismas. Mejor todos a la vez.

“Dicen que a cierta edad las mujeres nos hacemos invisibles, que nuestro pro-tagonismo en la escena de la vida declina, y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de los años jóvenes.

Yo no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable pero nunca fui tan consciente de mi existencia como ahora; nunca me sentí tan protagonista de mi vida, y nunca disfruté tanto de cada momento de mi vida.

Descubrí que no soy una princesa de cuento de hadas. Descubrí al ser humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas.

Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta, de estar llena de defectos, de tener debilidades, de equivocarme, de hacer cosas indebidas, de no responder a las expectativas de los demás y, a pesar de ello, quererme mucho y aún amar, sentir, vibrar.

Cuando me miro al espejo, ya no busco a la que fui en el pasado. Sonrío a la que soy hoy. Me alegro del camino andado y asumo mis contradicciones.

Siento que debo saludar a la joven que fui, con cariño, pero dejarla a un lado; porque ahora me estorba. Su mundo de ilusiones y fantasía ya no me interesa. Me interesa ser yo, aquí y ahora.

Qué bien no sentir ese desasosiego permanente que produce correr tras los sueños. Qué bien poder disfrutar del silencio y de los pensamientos.

Qué lindos son los recuerdos y sonreír tras ellos.

La vida es tan corta y el oficio de vivirla es tan difícil, que cuando uno comienza a aprenderlo, ya hay que morirse. Por eso trato de vivirla a plenitud como si hoy fuera el último, gozando cada minuto, cada momento, cada «te quiero», cada rayo de sol que me acaricia. Y tan solo puedo dar gracias a la vida por toda esta maravilla.

Por mis amigas que al igual que yo viven ahora su realización que son mi ejemplo, por mis amigas que comparten conmigo sus experiencias en los su-frimientos y en sus alegrías, por las mamás del mundo porque, como ángeles sin alas, acompañan a sus hijos en todo momento, doy gracias a la vida por haberme dado la gran dicha de ser mujer.

Para las mujeres que quiero …”.

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