OPINIÓN

Varbrindis

 

Atravesadas las altas montañas caían sobre una lengua de arena. De arriba hacia abajo; la camada de lobos. Con su paso sigiloso y sus ojos diamantinos, sobre el anciano. La niebla había tomado un color negro profundo y se veteaba de un rojizo cárdeno, intenso. Mientras, el aroma a hierba menuda se iba transformando en otro olor, más nocturno. Ocre, polvoriento, se inclinó sobre la desvencijada puerta y contempló, una vez más, aquel solar con sabor vacío, desnudo de almas, a donde fue conducido por aquella paciente manada de perros salvajes. Se hallaba al sur de una ampulosa mansión abandonada.

Al este se extendía la umbría de un espeso bosque fantasmagóricamente iluminado por un perezoso cuarto creciente. A su lado, los cánidos descansaban confiados, inspirando, aún jadeantes, aquel intenso sabor a lluvia.

Penetró en el amplio vestíbulo y, tras encender con el penúltimo de sus fósforos unos mohosos candelabros macizos, se encargó de la grata tarea —que lo es, para cualquier buen dormidor de sueños, después de una penosa jornada, por esos mil caminos— de identificar un buen jergón donde soñar en blando con sus extenuados huesos el resto de la noche. Despejó de miserias y telarañas un excelente rincón al rebujo de un amplio ventanal orientado hacia el oeste. Fuera del alcance de los caprichosos vientos otoñales, que arrastraban hasta lo inaccesible las hojas secas, en su ancestral capricho de verlas bailar y contonearse, libres, por una vez en su sedentaria existencia. Y fue apilando, lo mejor que pudo, todo cojín, trapo u cosa blanda que a su alrededor vislumbraba, hasta que lo consideró suficientemente acogedor para su descanso. Se tendió arropado por sus propios brazos y se sumergió en las tranquilas profundidades de sus párpados.

Fue entonces, cuando sintió por primera vez a Varbrindis, el amigo de los lobos. Bajó suave como una pluma por las escaleras. Contento y risueño el gran dormidor, disimulando en lo posible el chisporrotear de sus pupilas por la alegría de verse acompañado después de tanta oscura soledad, perros y esperanzas frustradas…

Le vino a contar la hermética historia, de Thalamo… La botella del brujo Alf Lailah, con su inagotable pócima soñadora, encerrada en las raíces de los cuatro grandes sauces blancos… El caminante viejo y agotado. Avaricioso de sueño, interrumpía su relato a menudo, bostezando e invitando a su anfitrión a dormir. Los lobos aullaban fuera mientras el vendaval se desorientaba, dando tumbos por la noche repleta de estrellas. El anciano asentía, y los ojos le resbalaban, por el precipicio de sus pupilas, hasta el desfallecimiento.

En el que finalmente cayó. Un profundo y eterno sueño persiguiendo la historia del laberíntico Varbrindis…

Al amanecer se despertó solo y marchó, tras cerrar cuidadosamente el portón, siguiendo a los lobos. Añoso y renqueante, pero muy contento, con los ojos brillantes y sus tiernas canas enmarañadas. Dejando a su nuevo amigo desaparecido por algún lugar de su cárcel-región. El cielo aclaraba lentamente después del chaparrón. Se encontraba, al fin, en la frontera; y puso, después de tantos años consciente, los pies en la tierra. Un frio amanecer en el que por fin despertó…

Lejos pastaban los caballos y los grajos se mecían en lo alto con sus gritos indiscretos, como si quisieran desvelar del todo al astro rey. Un horizonte rojizo teñía las veredas que reptaban en complicadas curvas, estiradas hasta el infinito. Y decidió atravesar de nuevo las altas montañas, detrás de los lobos, guiado por sus pasos sigilosos y sus ojos diamantinos. Hasta alcanzar la respuesta de lo que hay más allá de la nada… Cayendo sobre una lengua de arena, de arriba hacia abajo, el caminante la encontró. Y aquí la tienen a su disposición…

“Solo hay dos tipos de seres humanos; los que creen en los demás y los que desconfían y utilizan a la gente. Los que encuentran soluciones en la solidaridad y los que promulgan la competitividad. Los que no se sienten solos nunca cuando piensan y los que prefieren no darle a todo muchas vueltas. La decisión siempre es nuestra.”

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