El servicio de televisión en los hospitales públicos es una de esas adjudicaciones que desde la óptica del ciudadano, a pie de calle, no se entiende. ¿Es un chanchullo, responde a algún beneficio para la administración o simplemente es una forma de regalar un negocio a una empresa? Preguntas difíciles pero que se formulan en la mente de todos los que están, o visitan, las habitaciones de un hospital público. En este caso, el de Getafe.
Lo que es indudable es que se trata de una fuente de conflictos en la que pierden, sin ningún porcentaje de duda, los enfermos ingresados. Entretener una convalecencia o pasar el rato mientras se está ingresado, si la estancia es larga, puede salir muy caro. Hay canales de televisión gratuitos, incluso públicos, y el hospital es público; pero el servicio de televisión está privatizado. El aparato está conectado a un contador de monedas que no se cansa de tragar. Como la máquina de tabaco o de café. Si solo quieres ver el telediario, el disgusto de las noticias internacionales que llegan de EEUU, los sucesos nacionales que aterrorizan todos los días las pantallas, el tiempo y, sobre todo el deporte, va a suponer una inversión —dependiendo del canal y de la duración de su informativo, entre 1 y 2 euros. Si la adicción es total y repites, con las mismas noticias, en la edición de noche, la cosa se pone casi en los cuatro euros: lo mismo que supone un ‘bono de 24 horas’. No solo pasa en Madrid, en el resto de Comunidades Autónomas, es lo mismo; en Galicia, el bono diario supone entre 5 y 7 euros. Es un abuso manifiesto que se cobre 1 euro por una hora de televisión de las cadenas que en los domicilios no son de pago, algunas de las cuales incluso funcionan a costa de los seis o siete minutos de publicidad cada veinte o veinticinco de emisión. Ya está bien pagada, señores y señoras.
Ángel es vecino de Getafe y está enfadado con el servicio que ofrece el Hospital para el uso de la televisión; tras sentirse engañado, ha intentado llevar su queja —en primera instancia—, ante la empresa que ‘suministra’ el servicio. «En la naturaleza siempre se ataca a los más débiles, a los cachorros, a los ancianos o a los enfermos; así ocurre en el hospital de Getafe; la empresa concesionaria del servicio de televisión, tsalud.es, se aprovecha de los enfermos ingresados y de sus familiares».
Estas empresas funcionan gracias a las contratas o concesiones públicas de elementos o servicios que se consideran accesorios para las personas y para los enfermos. Habría que ponerle números al negocio. 4 euros por día, por 30 días, por 12 meses, por—pongamos que están en uso la mitad de las que tiene del centro, 315 habitaciones… ¿Cuánto? Casi mejor que el de Canal + o, mejor dicho, Movistar +. Televisión privada con emisiones públicas en hospitales públicos, con un decodificador barato: cualquier pantalla vale. Venga, a la ‘buchaca’. No es un problema, claro está, de la empresa que para eso se creó, para ganar dinero. Es una práctica abusiva, injustificada, una anomalía que la administración ha instaurado como si fuera lo más normal en los Hospitales públicos. ¿Qué se va a hacer? Si quieres televisión, paga. Vale, pero no tanto… Que, a la larga, sale más caro que tener contratado el canal de pago para ver el fútbol. En un hospital se puede estar dos o tres días… o meses.
No son grandes cantidades si la estancia es corta. Nadie va al juzgado por cuatro u ocho euros: «los pequeños engaños no son delitos». Sin embargo, Ángel se siente indignado y ha optado por hacerlo público. Es una buena opción para desahogarse por el cabreo. Se trata de un asunto que todo el mundo conoce, que [nos] afecta o ha afectado en algún momento a todos, a cientos, si no a miles, de ciudadanos cada día. Sin embargo, la impotencia que provoca su pequeñez y el ‘esto es lo que hay’ hace que siga funcionando una práctica abusiva y anacrónica en los hospitales públicos. Nadie hace nada. Esto cuesta muy poco señora Cifuentes. Los aparatos de televisión instalados en el Hospital de Getafe son de principios de siglo. Un modelo que, ‘teletransportado’ a nuestra época, no valdría en un gran almacén [o fábrica] de electrodomésticos más allá de los 200 euros; sin necesidad de acudir el día sin IVA, ni al black friday’, ni a ninguno de esos trucos consumistas.
Ángel se ha visto desbordado por lo que él considera como un «truco muy sencillo», pero que ha constatado como «efectivo para engañar». Si, además de los telediarios, quieres ver algún concurso o película, debes decidir si vas pagar un euro por una hora y quedarte a medias o ‘comprar un bono’ de 24 horas por 4 euros. «Lees las instrucciones y miras el monedero —está claro, hay mucho tiempo después de las visitas—, insertas los cuatro euros, para quitarte de problemas…».
Pero… El sistema [que es muy listo] no ‘entiende’ automáticamente que has introducido cuatro euros para comprar las 24 horas. Ni siquiera pregunta, como si fueras tonto, si deseas solo cuatro horas o, por el mismo precio, veinticuatro. Tienes que ganarle al ingenioso sistema y pulsar la tecla OK para «comprar el bono o la máquina asume que sólo quieres comprar 4 horas de servicio, que te sobra el dinero o que te han dado el alta y te vas a marchar. Además, aunque pulses el OK, la máquina no te entrega ningún justificante; la empresa siempre se puede escudar en que no lo has hecho».
«El aparato no te pregunta, no da a elegir, no entrega justificante, no deja rastro de lo que pasó —se queja Ángel, impotente ante el número de irregularidades—. A la hija de la vecina de cama que se quejó le dijeron que, tras las comprobaciones, habían visto que no había echado el dinero, y que gratis no se puede dar servicio». Así se conjuga el verbo resolver ante la duda razonable. Nadie llama para que te dejen por mentiroso tras comprobar que no había ninguna moneda. La empresa juega con eso, con que nadie acude a otras instancias a reclamar cuatro euros. Lo importante, estando donde se está, es la salud.
La queja de Ángel también se refiere a la calidad de los aparatos y a su ‘amortización’. De 23 pulgadas, aproximadamente, tendrán diez o doce años, si no más. Viendo la recaudación que suelen acumular cada día, pongamos solo dos euros al día de media, cada aparato podría estar pagado en tres meses. ¿No podría ser el propio hospital el que se hiciera cargo de ese servicio. Y a los tres meses, una vez amortizadas las nuevas pantallas, hacerlo gratuito?
Es un asunto, a pesar de su escasa importancia y menos para los que no gustamos de ver televisión, un poco vergonzoso. Parece un gran y anacrónico chanchullo. Desde la administración se favorece claramente a la empresa o empresas concesionarias, aún después de varios lustros de haber amortizado la inversión y habiendo generado un importante lucro a costa del tiempo de espera de los que acuden y permanecen, generalmente de manera involuntaria, en los hospitales. Se dice, que el tiempo es oro, para concederle, más allá del lujo, el valor máximo. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, el uso de la televisión en un hospital público es actualmente un servicio suntuoso, que además nadie puede llevarse desde casa como si fuera una buena merienda. El siguiente servicio, que la administración podría considerar accesorio, será el aparcamiento. Ahí, sí hay otro buen negocio… para un futuro inmediato. Primero, la necesidad; luego la obligación.
Pero sigamos con la televisión de pago de los hospitales. Ángel acaba desahogándose contra contra la soberbia y la codicia de la empresa «¿Por qué ni siquiera responden a mi e-mail reclamando la devolución? Cobrando cuatro euros al día, no hay que abusar…». Al final, antes de acudir a la prensa, ha querido poner una queja en la Oficina de Consumo, pero, —se vuelve a lamentar— «esas dependencias no abren por la tarde… Todo son facilidades para los pícaros».