El antropólogo Ashley Montagu en su libro Qué es el hombre elaboró unos abundantes y precisos análisis sobre la condición humana en el marco del siglo XX.
Nació en 1905 en Londres y falleció en 1999 en Estados Unidos. Trató en sus obras temas relacionados directamente con la raza, el género y su clara relación con la política, la sociología y el desarrollo. Sus reflexiones abarcan numerosos aspectos que se pueden englobar en la antropología filosófica.
Intervino como ponente, durante 1950, en la declaración de la UNESCO sobre la cuestión racial. Ciertamente, cabe decir que era muy consciente como antropólogo de renombre de la deriva violenta de la sociedad en nuestro tiempo y de los impulsos destructivos que observaba en la realidad social.
Expresaba también los peligros evidentes de los armamentos atómicos existentes que nos ponen al borde de situaciones caóticas. Se entiende que escribiera que «El hombre necesita cambiar sus actitudes mentales». En efecto, desde una perspectiva antropológica y, por tanto, filosófica es indudable que se debe favorecer la cooperación, el diálogo y la comprensión mutua en todas las situaciones. Ya que todos los seres humanos buscan el bienestar.
En este sentido, Montagu insiste en su libro, de modo claro, en que es absolutamente posible la realización de la cooperación de hecho y no únicamente de palabra. Es igual de fácil, aunque no lo parezca.
Por eso escribe que «El hombre nació para la cooperación, no para el conflicto o la competencia». La actitud empática y respetuosa hacia los demás adquiere, en consecuencia, un valor primordial, sin duda. La aceptación de las diferencias y de la libertad individual es una de las cuestiones fundamentales que no pueden ser obviadas o desplazadas.
La lucha por la existencia entre las personas tiene que ser sustituida por la solidaridad. Y la competición por las condiciones materiales de la vida no debe ser excusa para tratar mal a los demás. De todas formas, Montagu indica que «En tales condiciones, los hombres, en todas partes, tienden a ser desagradables, brutales y crueles». Y esto es lo que es necesario cambiar en la convivencia social.
Es, fundamentalmente, una cuestión de educación y de valores cívicos o éticos. Montagu está en esta línea de pensamiento y de planteamientos morales. Lo reconoce de modo explícito en sus obras. Las personalidades colaborativas, abiertas, tolerantes y respetuosas son las que realmente logran que la sociedad florezca y sea armónica.
La lucha contra el racismo, el desprecio al diferente, las faltas de respeto a los demás y otras cuestiones relacionadas son el punto de apoyo de la reconstrucción de una sociedad que sea sana y que no esté, en parte, enferma.
La existencia humana está inmersa en problemas. Esto es algo entendible e inevitable. Lo que habría que evitar es añadir problemas innecesarios derivados del excesivo egoísmo e individualismo que maltrata la dignidad de los demás para beneficiarse. Todos los individuos tienen derecho a realizar libremente su vida como quieran, sin estar sometidos a críticas continuas y descalificaciones falsas e injustas. El único límite es el respeto a las leyes.
Montagu conocía muy bien la naturaleza humana y supo ofrecer planteamientos conductuales de colaboración y fraternidad que propician la igualdad entre los seres humanos.
Las reflexiones de Montagu se aplican también, por ejemplo, a la influencia de las diferencias de los afectos maternos en los primeros meses de vida en el desarrollo de la personalidad. Considera que puede ser que ejerzan un muy considerable efecto sobre el carácter del niño. Aunque reconoce que esto debe ser investigado, de un modo profundo y sistemático, para disponer de mayor seguridad en los resultados de las investigaciones.
Ya que una persona es, en parte, el resultado de una serie de relaciones sociales. Se comprende, por tanto, la gran importancia de un ambiente social pacífico, dialogante, tolerante y en el que prime el respeto o la consideración de las diferencias como algo enriquecedor y no perturbador.
Los prejuicios o las falsas ideas son las causantes de numerosos problemas de convivencia entre las personas y esto se evidencia en las investigaciones de los sociólogos y los antropólogos. Se puede pensar que esperar otra cosa es utópico, pero lo que está claro es que la labor por una sociedad justa y solidaria es de todos, sin excepciones. La actitud ética es la base de la solución de los problemas sociales e individuales.