Grandes filósofos han tratado sobre el amor a lo largo de la historia. Es una cuestión que posee una gran cantidad de matices y vertientes. Desde el amor romántico hasta el amor platónico y el cortés pasando por el amor a la humanidad y la amistad. Actualmente, en especial entre una considerable parte de la juventud y también en las personas adultas, parece que se está perdiendo la esencia auténtica de lo que es realmente el afecto en toda su plenitud y extensión. La afectividad se puede expresar de infinitas maneras, pero es reconocible por lo que aporta en las relaciones interpersonales. Si se piensa en el amor del filósofo Pedro Abelardo y Eloísa se observa y se entiende lo que es un afecto auténtico y profundo en plena Edad Media.
Lo que no es amor, en el pleno sentido del término, a mi juicio, es el denominado amor líquido que no tiene consistencia en el tiempo y que supone la cosificación de las personas y la sustitución de las mismas, desde una perspectiva basada únicamente en la atracción física y el disfrute de la sensualidad.
El amor verdadero no es así. No extraña que haya tantos cambios de pareja en cortos periodos de tiempo desde unas premisas, que suponen saltar de una persona a otra a capricho en las relaciones amorosas. Parece una competición por ver quien consigue más satisfacción en el goce de la práctica amorosa en sí. Es algo similar a una actitud consumista pero centrada en el amor. Las personas son sustituidas por otras por motivos mínimos y sin dar oportunidad a que las relaciones de afecto se consoliden y refuercen con el tiempo. Al final, lo que sucede es que cada vez es más frecuente el desamor y los divorcios y la institución matrimonial está en una profunda crisis.
Para que una pareja pueda tener una relación de amor estable hace falta comprensión mutua, similares gustos y formas de entender la vida y capacidad de ayudar a la persona amada, de modo incondicional. Esto supone compartir un proyecto de vida y unos intereses comunes desde la libertad de cada persona.
Vamos a llegar a un limite que ni es amor ni nada siguiendo lo que hacen muchas personas, algo puramente monótono. Además, no llegan a tener ningún proyecto de vida en común con ninguna persona, porque tienen relaciones cortas que no llegan a ningún resultado. Esta forma de vida no se puede considerar amor.
El verdadero amor es el dar todo a cambio de nada, por parte de las dos personas que se aman, y tener un proyecto de futuro en común que mantenga la ilusión de vivir.
Además del respeto y valorar a la otra persona y que cada uno tenga su espacio de libertad, desde el respeto mutuo. El amor es tan necesario como el aire que respiramos, ya desde niños y durante toda la vida. Todas las edades necesitan amor, ya que es un sentimiento universal absolutamente imprescindible para una vida feliz.
Como escribe el filósofo Carlos Gurméndez “El amor, esfera dentro de la armonía de las esferas, es un canto o totalidad por sí mismo”. En efecto, contiene dentro de sí, multitud de aspectos y expresa también la ilusión de vivir. No en vano Dante decía que mueve el sol y las estrellas. El amor comprende multitud de mundos, que son la manifestación de su complejidad y dinamismo.
La banalización del amor en la actualidad es señal inequívoca de una pérdida de valores éticos y de una considerable crisis civilizatoria en esta era digital, en la que estamos viviendo. El amor se opone a la muerte en la que no se siente nada, porque la vida ha desaparecido para siempre.
El sentimiento amoroso produce paz y alegría, nos salva de la eternidad de la muerte, con la ilusión de la pasión por una vida compartida al máximo. El amor parece que suprime el paso del tiempo y nos convierte aparentemente en inmortales en vida. Es lo que, en buena medida, da mayor sentido y significación a la existencia.
Hasta científicos de la talla de Marie Curie se sintieron arrebatados por la fuerza del amor en sus existencias, al igual que el resto de mortales, lo que no impidió que destacase con extraordinarios logros en la ciencia y en el ámbito del conocimiento. El amor al conocimiento también está presente, de forma especial, en la filosofía de Platón y también en Aristóteles cuando escribe sobre la vida contemplativa.