PARAÍSOS PERDIDOS

El amigo del Caravasar

La muerte está en el aire, cazando el onagro, en una zona boscosa y cenagosa. De sus últimas doce flechas, sólo una ha fallado el blanco; sus empleados lo cubren de alabanzas, ninguno de ellos soñaría con igualar sus proezas. La caminata le ha abierto el apetito y lo expresa con reniegos. Los esclavos se apresuran a complacerle. El mundo funciona por sus raíles forjados. Son aproximadamente doce para descuartizar, destripar y ensartar a los animales salvajes que pronto se están asando en un calvero. El anca más gorda es para el ambicioso, que la coge, la despedaza y la saborea con mucho apetito, acompañándola con un licor fermentado. De vez en cuando mordisquea frutos encurtidos, su plato preferido, del que su cocinero transporta por todas partes unas inmensas vasijas de barro para estar seguro de que no falte jamás.

Primero llegaron los bárbaros, con sus nuevos alimentos, sus estúpidas ideas de cambio y sus barbas disparatadas. Después la peste por el aire. Pocas muertes pero el pánico apretó las garras. La muerte es la última mierda que reverencian los ignorantes antes de completar sus inútiles hábitos de consumo. Fue su más brillante descubrimiento; el enemigo invisible. Contra el libre albedrío, el miedo al miedo. Vais a morir antes de tiempo, y lo que os queda de vida yo me comprometo a hacérosla interminable. Nosotros matamos a un hombre, pero aterrorizamos a cien mil. Lamentable mi propia muerte será la de todos, para siempre.

De pronto, sobrevienen los cólicos desgarradores. Aúlla de dolor, sus empleados tiemblan. Las bolsas de valores se tambalean. Con nerviosismo tira su copa y escupe lo que tiene en la boca. Está doblando en dos, su cuerpo se vacía, delira, se desmaya. “No te diré la fecha de tu muerte, pero será cuarenta días después de la mía” Un hombre sabio que fue tan arrogante, un triste individuo. Vulnerable, como todos.

A su alrededor, decenas de cortesanos, de soldados y de sirvientes tiemblan y se observan con desconfianza. No se sabrá jamás qué mano ha deslizado el veneno en el licor. A menos que fuera en el vinagre. ¿O en la carne de la caza? Pero todos echan la cuenta: han transcurrido treinta y cinco días desde la muerte de su enemigo. Este había dicho “menos de una cuarentena”. Sus vengadores han cumplido el plazo.

El amigo que conociste en el caravasar, fue un individuo que se acerco, un buen hombre vestido con un ropón remendado. Murmura unas palabras juiciosas y nada alarmantes. Hay que recompensar al desconocido. Un centelleo, el centelleo de una hoja, todo sucede muy deprisa. Se discute con pasión, se gesticula. Existe una emergencia global:

“¿Podrían haberse hecho mejor las cosas?” Aquellos que responden “sí” son tachados de impíos, puesto que insinúan que los administradores no cuidaron suficientemente su obligación. Los que responden “no” son tachados igualmente de impíos, puesto que dan a entender que las instituciones son incapaces de hacerlo mejor.”

Hemos a sembrar la muerte con métodos diferentes, quizá más insidiosos, ciertamente menos espectaculares, pero cuyos efectos no serán menos devastadores. El enemigo será invisible, difuso e indestructible.

Hay que rendirse ante la evidencia: los Asesinos no tenían otra droga que el dogmatismo inamovible, constantemente fortalecido por la más rigurosa de las ignorancias, la más eficaz de las organizaciones, el más estricto reparto de tareas.

Morir es más importante que matar. Matamos para defendernos, morimos para dar luz, para conquistar el pensamiento de las gentes. Conquistar su miedo es la meta.

El amigo que conociste en el caravasar, fue un individuo que se acercó, un buen hombre vestido con un ropón remendado. Murmura unas palabras juiciosas y nada alarmantes. El amigo del caravasar, es tu hermano que no miente. Vive sencillo, gasta menos y protege más. Tal vez también será asesinado.

Nunca hubo compasión entre los poderosos, para el sentido común.

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  • Esta crónica está inspirada en la novela “Samarcanda” del Premio Príncipe de Asturias, el excelente escritor franco-libanés Amin Maalouf.

 

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