Iniciada la segunda semana de marzo de este ya insufrible 2020, y cuando aún España no había entrado en el confinamiento por coronavirus, pero le quedaban días para ello; Crónica se desplazaba in situ a Perales del Río. Previamente nos citamos con unos vecinos prestos a mostrarnos su barrio y comprobar así qué hay de cierto en los cantos de sirena provenientes de lo que muchos apodan “la isla” y que suenan a quejas por el estado del barrio. Y así fue. Una tarde noche en que brindaron a este medio toda la amabilidad y explicaciones necesarias para entender la realidad de este barrio de Getafe. No en vano, a los días se decretaba el estado de alarma y la cifra de decesos por la enfermedad, como en otras partes del mundo, azotaba cruelmente al país. Los establecimientos, fuente de ingresos de este periódico local, cerraban. Era, pues, el momento de dar cabida a la información de servicio y de salud relacionada con esa desagradable realidad. Más de tres meses después, y mientras nos aclimatamos, mascarillas mediante, a la ‘nueva normalidad’, hemos querido recuperar el poso de aquellas anotaciones. No será lo mismo. Pero, a continuación, exponemos lo que en la retina se nos quedó. Al fin y al cabo, la vida sigue y Perales continuará reclamando lo que de justicia considera.
Llegamos en coche al centro de Perales. Y ahí surge el primer tema de conversación. “Ya has visto que es complicado llegar hasta este lugar. Y en transporte público, ni te contamos…”, espetan no sin cierta asunción mezclada de resignación. El vehículo privado, más allá de los accesos (la carretera que va a Getafe está llena de baches y cuando llueve empeora el asunto), resulta la mejor opción, de lo contrario “los autobuses pasan cada tres cuartos de hora y tardan otro tanto en llegar al centro”. Los problemas de comunicación, es evidente, podrían haberse solucionado con anteriores gobierno locales y esa idea, y conviene subrayarlo, la transmiten muy cristalinamente nuestros entrevistados: “las reclamaciones que realizamos contemplan a Sara Hernández y su equipo, pero también a Juan Soler y a Pedro Castro. Los problemas no son de ‘antes de ayer’”, resaltan, mientras agrega otro que “Castro era el que más venía y saludaba, pero luego poco más. La alcaldesa actual se acerca cuando hay que votar”.
Son las 19 horas, de unos tres días antes de decretarse el estado de alarma, insistimos. El ambiente de paz percibido es notable. Un trasiego manso abraza un ocaso que hoy aguanta pasadas las 22 de la noche. Pero, no exactamente idílico. Envuelve algo más. No hay local comercial apenas ya abierto. La vida debe encontrarse dentro de los hogares y un cartel de “se vende” cuelga del quiosco de prensa. “Tranquilo es tranquilo”, admite veladamente un vecino y continúa explicando que “no hay oferta, por ejemplo, para salir a cenar fuera. La churrería, y es entendible, sólo abre los fines de semana. Y el único centro comercial (donde nos encontramos en ese momento del paseo) ya no tiene a nadie. Sí contamos con una gran superficie desde hace un año y otra más, pero ésta con unos precios desorbitados”.
«LA ISLA»
Entre los vecinos vistos por Crónica, cala, especialmente, la idea “ser una isla” y “estar totalmente ‘olvidados’”. Ahí es cuando profundizan: “Por ejemplo, nos corresponde el 12 de octubre y las urgencias llegaron hace relativamente poco aquí. Y luego tenemos poca actividad”. ¿Y programación cultural?, interrumpo. “¿Qué es programación cultural?”, contestan con una simpática dosis de ironía. “Carecemos de biblioteca, el centro cívico costó un dineral y casi no hay actividad, infrautilizado; lo usamos para ejercer el sufragio. Hay talleres de lectura, pocos, pero tiene que llevar uno mismo el libro. El polideportivo es muy viejo y el rocódromo valió un dinero muy importante y ha habido que restaurarlo por dejadez. Achacamos poca inversión, hasta la fecha, del Consistorio en el barrio”.
Proseguimos dando una vuelta y nuestros ojos, notarios de la realidad que nos acompaña, aprecian cómo jardines y limpieza podrían ostentar un mayor nivel. “La alcaldesa viene en campaña. Y alguna asociación ha optado por brindarle abucheos”, apostillan. Lo cierto es que en cuanto a rotondas, hay algunas bien, aunque otras presentan un aspecto asalvajado. “Si vas por el centro de Getafe no ves estos matojos o aceras levantadas en ciertos casos. Los alrededores de uno de los colegios están muy poco cuidados; o la depuradora de la entrada, que despide un mal olor que ya te dice todo al llega”, lamentan los cicerones.
¿Y en Navidad? La situación no parece distar excesivamente. “La inversión del Ayuntamiento sigue siendo mínima. Había un trenecillo y alguna función aislada, aunque el resto del año nada. Y luces, pero apagadas”.
En cuanto a la parte dineraria, quien nos atiende alega que paga “en torno a los 800 euros de IBI”, lo que le da lugar a compartir la siguiente reflexión: “Entiendo que hay que pagar impuestos, claro, pero espero unos servicios esenciales. Y que revierta, esa es la obligación de gestión del Gobierno municipal, nosotros cumplimos pagando. Realmente, sí nos sentimos muy alejados de Getafe… Y no tanto ya, siquiera, en el sentido físico”. Ahí queda toda una reflexión que lanzan ya en plena cena. Todo un detalle.
EL CASERÍO
Nos trasladamos ahora a El Caserío de Perales del Río. Allí nos atiende un cercano Javier Corredor, presidente de la asociación vecinal. La tranquilidad aquí ahora sí que es total. Lo llaman algunos “la isla dentro de la isla”. Los vecinos anteriores nos contaron que nos encontraríamos con la plaza Carmen Pina. Nos habían definido a esta persona como “muy buena gente, extraordinariamente combativa, que estuvo muchos años al frente de la asociación y que al morir se le hizo este homenaje porque todo el mundo la recuerda con enorme cariño”. Era la mujer de Javier.
Es entrañable lo que perciben nuestros ojos. Las viviendas se asemejan, a primera vista, a las castizas corralas del Madrid de finales del siglo pasado. Tiene una explicación. “Es vivir en en convivencia. Lo hizo Peridis. Casas adosadas, y no en línea como en el Sector III, que luego se inventan fiestas para conocerse y no tienen ningún éxito. Esta forma ‘forzaba’, en el mejor sentido, a la convivencia”. También de algunos de esos balcones penden sábanas viejas en las que han pintado mensajes reivindicativos para el barrio. Tiene mucha historia El Caserío, una iglesia que data del siglo XVIII y todo lo relacionado con el marqués.
Según Javier, en El Caserío “nos sentimos como en todos los barrios de Getafe, poco atendidos, en personal, jardinería, el mantenimiento es casi inexistente… Pero, recalco, aquí y en los demás. El abandono del municipio, yo creo, es bastante general. Y yo soy de Getafe, y hasta mi bisabuela lo era”. Aunque eso sí, él valora positivamente la calma de que disfrutan; “la forma de vida tranquila nos gusta, en general…”
En cuanto a problemas, subraya el transporte como uno de los más importantes: “Con este Gobierno y con los demás. No son líneas rentables y, aunque sean servicios, los políticos no entienden que puede ser un servicio público y deficitario; al final se van a los números. Creo que es el barrio que peor comunicación tiene con su municipio de toda la Comunidad de Madrid. Y menos mal que con lucha vecinal se consiguió la carretera de circunvalación, y libramos los camiones de lodo. Ah, y el transporte con Madrid ocurre exactamente lo mismo”. En cuanto a, por ejemplo, programación cultural sigue fiel a su idea: “Muy poca. Pero en otros barrios, igual. Lo que ocurre con algunos es que tienen el teatro al lado y les llega algo más de movimiento. ¿Pero qué se hace de programación cultural en San Isidro o Juan de la Cierva?”
FIESTA DEL ESPÁRRAGO
No nos despedimos sin que Javier nos relate un santo y seña de El Caserío: la fiesta del espárrago, la cual llevan celebrándola casi 25 años. Para este 2020, estaba fijada para el 13 de junio, si bien por motivos obvios se ha cancelado. Eso sí, Javier, muy amablemente, nos invitó varias veces durante la conversación a asistir, “podéis volver cuando queráis, pero en junio no faltéis”. No obstante, como no caduca el ofrecimiento, iremos en cuanto se recupere.
“Es una fiesta realmente para los demás miembros de Getafe, más que para el barrio. Para que vengan a Perales y lo conozcan. Es que cuando la asociación iba a Getafe a reivindicar nos decían que éramos de los que más pedíamos. Pues que acudan y vean por sus propios ojos nuestra realidad”, cuenta Javier y añade que este festejo “también cuenta con un cariz infantil por la mañana. Además, hacemos senderismo y así se conocen los vestigios históricos y hablamos de la Historia y al final de la marcha tomamos algo. Realizamos cuatro o cinco rutas junto con el director del centro cívico. Más o menos llevamos con ello unos 15 años”.
Los abrazos y brindis juntos volverán. Y también a Perales. Y con ella los espárragos vestidos de buenos momentos. Hay una invitación pendiente, ni más ni menos que a la vida. Esta “isla” merece lo mejor.