La tinta, tanta tinta. Tantas cosas. Su extensa y excelsa obra lo mantendrá vivo in aeternum. La personal, en primer lugar, y la literaria, seguidamente. En los albores del postrero mes de 2021 exhalaba por vez última uno de los hispanistas más reconocidos de la Tierra, Mills Fox Edgerton (Nueva Inglaterra; 1931). Se va pintando un reguero de instantes indelebles. Se va horadando un hueco equiparable a todo lo que regaló: inmenso. Y es que no hay manual de instrucciones para despedir al amigo.
‘Voces que oigo’, ‘Una honda copa de tinto’, ‘Ahogadillas’… Son tres títulos de la prolífica obra de Mills Fox, poeta ante todo, novelista y pintor además. Fue profesor en la Bucknell University y dirigió durante cuatro lustros la editorial de este prestigioso centro del conocimiento. Además, Mills Fox fue determinante en la etapa norteamericana de la sempiterna Gloria Fuertes. Una suerte de contingente facilitador, también conocidos como bendiciones. Y sucedió. En este caso, parafraseando el sabio refranero patrio, pero virando el matiz, Dios creó a los buenos y ellos se juntaron. Ambos creadores no tardaron mucho en forjar una amistad que supera lo que el tiempo sepulta. El (verdadero) triunfo de la vida.
Esta humilde tribuna no persigue versar con concreción y rigor académico el legado literario de Mills Fox. Ese objeto sería inabarcable en tan sólo unas líneas. Estos párrafos son el canto agradecido ante la pérdida, tecleados al alimón de quien aún mastica la noticia, la única cuyo titular no tendrá posibilidad de vuelta atrás. Quizá la única vía de rebelarse ante el tiempo sea la escritura y, con ella, perpetuar al ser.
Sin estridencias ni extravagancias. Amigos, amigas y, alrededor, la hoguera de una copa de vino. El nexo, las conversaciones inacabables sobre arte, creación. En suma, esperanza y libertad. Así era feliz Mills Fox. Generoso, entusiasta, afectuoso. Sus tertulias, que organizaba como el niño vive un 5 de enero, según su círculo íntimo, se engalanaban con la magia y misterio de quien no necesita palabras para emocionar. Y eso es bien complicado. Mills era escritor. Pero antes, luz. Lluvia buena, que cala concienzudamente.
Se ha ido, según ha conocido este medio, como un valiente. Saber del epílogo, pero mirando de frente al próximo capítulo. Quién sabe tras el enigma. Aquí, la adenda la asegurará su gente. Continuarán las reuniones. Las charlas sobre libros, pintura, poemas… Y cuando vuelvan a elevarse las copas, porque la vida exige levantarse, habrá un nombre seguro por el que brindar: el ya eterno Mills Fox Edgerton.