Alguna de estas obras de arte urbano estaría a punto de cumplir cuarenta años. Son los murales que adornan o embellecen numerosos testeros de la ciudad. Tras la llegada de los Ayuntamientos democráticos, en el año 79, los políticos recién aterrizados diagnosticaron a Getafe, además de la ausencia de equipamientos, aceras, y de belleza, algo que es fundamental para la salud mental de sus habitantes. Getafe era un pueblo feo, pese a quien le pese.
Los paredones y fachadas ciegas, pero abiertas al exterior, se mostraban descarnadas, haciendo, si cabe, más humildes los bloques de viviendas que proliferaban por todo el municipio. El primer Ayuntamiento, regido por Jesús Prieto, nombró a Andrés García Madrid como director de Cultura; quién hubiera pensado que se le echaría de menos después de una retahila de inanes e ignaros gestores culturales. Y García Madrid, en su intento de imponer las ‘vanguardias culturales’, contrató al pintor y escultor Ángel Aragonés [carro de la Cibelina, Palas Atenea de la avenida Ferrocarril].
Aragonés, artista y, como García Madrid, comunista convencido fue el maestro del taller de pintura del que ha salido una buena pléyade de artistas gráficos getafenses. Él y sus alumnos se encargaron del proyecto de embellecimiento urbano con algunos murales, algunos desaparecidos como ‘La Tienda de Pájaros’ (1980) de la calle Leganés, el primero que se realizó, hoy tapado por el jardín vertical de Juan Soler debido al deterioro que arrastraba en las últimas legislaturas de Pedro Castro y sus ‘ignaros’ concejales de cultura. Quizás hubiera sido mejor restaurar la pintura y buscar un emplazamiento, orientado al sur, para las plantas y la fuente. La tienda cerró definitivamente.
Luego llegaron otros murales como el de la plazuela que hay en la calle Hospital de San José (1982), entre Magdalena y la Plaza del Lavadero. Este lienzo urbano sobrevive a las agresiones urbanas más groseras, roto por los desconchones y por una máquina de aire acondicionado, atravesado por cables eléctricos o telefónicos, pintarrojeado por el espray de patanes con ínfulas de tipógrafos. En la escena aparece el propio artista, acompañado de otros miembros de su equipo, mirando una bucólica escena de baile al son de una flauta, a las puertas del Hospitalillo de San José. Es una lástima; el estado del mural y de la plazuela.
Ángel Aragones completó un ciclo de una década con los murales de la calles Tirso de Molina (1984), Padre Blanco (1985), Sur (1988) y rotonda dela Base Aérea (1991).
Tenemos que destacar el de la calle sur, un monumental plano de Getafe —remedando al del Greco de Toledo de 1608— en el que parecen Felipe II, de perfil y montado en un avión y otros símbolos de Getafe. El extraordinario mural se acabó y se firmó el 20 de mayo de 1988. Hace poco más de 30 años. Quizás había que pensar en hacerles un ‘ligting’ o restauración
Aragonés acabó su trayectoria pictórica sobre paredones con tres escenas, imbuidas del más clásico ‘realismo socialista’, en los testeros que se enfrentan a la puerta de la Base Aérea. El artista afrontó los enormes lienzos sus obras más alegóricas e ideológicas.
Intervención urbana
Durante los siguientes veinte años, el gobierno socialista de Getafe se olvidó de los murales de Aragonés y de promover nuevas obras y a nuevos artistas. Lo importante era hacer casas, nuevos barrios, construir, urbanizar, arrojar más cemento y ladrillos a la ciudad sin ningún criterio estético, solo económico. Getafe era el reino de Jauja.
No fue hasta el año 2015, en las postrimerías de la legislatura del sucesor de Pedro Castro en la alcaldía, Juan Soler, en que se retomó el embellecimiento de la ciudad con un soplo de aire fresco de la mano de Mulafest, un festival de ‘tendencias urbanas’ que contó con numerosas intervenciones artísticas sobre más de 1.100 metros cuadrados de lienzo urbano, un impulso fresco y vigoroso a los viejos, aunque valiosos, murales.
Getafe se llenó de ‘pop art’, de arabescos y florituras de colores, animales o escenas y personajes figurativos de la mano de artistas de talla internacional como Ricardo Cavolo, Sekone, Uriginal, Agostino Iacurci, E1000, Sabek y el colectivo artístico BoaMistura. Alguno de ellos, como el de Iacurci en la calle El Greco —parece que la pintura no era muy buena— también necesitan un ‘repintado’.
No podíamos perder la ocasión de traer, aunque sea brevemente, a los artistas callejeros que ocupan, uno detrás de otro, el paredón de la vía a su paso por el final de la calle Toledo o la valla del Polideportivo Ginés de los Ríos u otras esquinas, como novísimos centros de arte. Unas obras, las más de las veces, fugaces. Apenas surge la obra de arte en el lienzo de hormigón, entre el fárrago de siglas, retortijones de mano con espray y firmas imposibles, son tapados con una nueva capa de pintura de manera implacable y hortera. Sin embargo, no sería despreciable, la realización de un catálogo municipal para asignar nuevos testeros, más resguardados del vandalismo, con proyectos renovados. El arte callejero, y sus protagonistas, reclama espacio. La ciudad ansía belleza.