“No quiero saber nada de política”, está es la respuesta de mucho españoles, cuando escuchan estas dos palabras: “partidos políticos”. Claro que, si se sienten afectados su bolsillo, porque suben los impuestos municipales o porque tienen que pagar parte de las medicinas o porque se exasperan ante las largas colas de las consultas médicas y se deciden a ir a un médico privado, entonces son quizás los primeros en quejarse. Efectivamente, la política actual en España es algo muy sucio y muchos no quieren acercarse a ella para no mancharse. Pero también somos muchos los que sí queremos saber y hablar de política, y no porque queramos medrar o busquemos un cargo social y económicamente bien remunerado. A muchos la política nos cuesta tiempo y dinero. Y queremos hablar y escribir de política, porque es la mejor inversión que podemos hacer para nuestros hijos e incluso para nosotros mismos. La política es para muchos una cuestión de conciencia. No queremos dejar a las futuras generaciones una sociedad endeudada hasta el cuello, una sociedad sin trabajo y sin futuro, de la que tengan que marchase si quieren vivir dignamente, una sociedad con unos pocos muy ricos, con muchos que van tirando
Y por esto, muchos seguimos hablando de política e incluso pertenecemos a un partido político.
Nuestra sociedad española está enferma, social y democráticamente enferma. Entre la democracia perfecta, que no existe y a la que podríamos dar el valor de 100, y la dictadura, que calificaríamos con un cero, creo que en España estamos más cerca del cero que del cien. Es decir, estaríamos más cerca de la dictadura que de la democracia perfecta. Y cuando uno está enfermo, recurre al médico. Pero ¿quiénes son nuestros médicos en el campo de la democracia? ¿Existen acaso estos especialistas? ¿Podemos decir que nuestros políticos son especialistas en cuestiones políticas o sociales? ¿Nos podemos fiar de ellos? ¿Nos pondríamos en sus manos? ¿Nos subiríamos a un autobús si supiéramos que el conductor no tiene carné de conducción? Pues eso es lo que estamos haciendo actualmente en política.
No creo que sea necesario ningún título universitario para ser un buen político, pero sí un mínimo de formación, sobre todo cuando se trata de política autonómica o nacional, y, además de un mínimo de formación, se precisa sobre todo de unos valores y de unas cualidades humanas mínimas. ¿Cómo podemos conformarnos con que lo único que exigen los partidos a sus candidatos es que no sean corruptos? Es como si al conductor de autobuses lo único que le exigiéramos es que no condujera estando borracho.
De acuerdo en que muchos de los políticos ya cumplen con estos requisitos mínimos, pero no todos, y mucho menos los partidos políticos en cuanto tales. Diariamente estamos asistiendo a expedientes de políticos que son echados de sus partidos, de todos los partidos. ¿Pero quién los dejó entrar? ¿Quién los puso en las listas electorales? Todos los partidos tienen también su gran responsabilidad por no haber controlado la calidad de sus candidatos. No basta con que los echen del partido.
Si los políticos son nuestros representantes, si los partidos políticos no controlan la calidad humana y democrática de sus candidatos, si hasta las piezas más insignificantes de una máquina tienen que pasar el control de calidad, si queremos excelencia y no mediocridad en nuestros representantes/apoderados y si realmente nos preocupa el futuro de nuestros hijos, debemos ser los ciudadanos los que impongamos un control de calidad independiente a los políticos.
¿Cómo seguirá?
Félix de la Fuente Pascual, Secretario de Acción Política de CILUS, Ciudadanos Libres Unidos