Muchas leyendas aseguran que sólo se intuye su presencia en noches de temporal, o cuando la tramontana silba furiosa haciendo enloquecer a los ampurdaneses. Una mujer enjuta, encorvada, que alguna vez fue bella, de piel apergaminada, ojillos brillantes, maliciosos y negros, como negro era su atuendo, aunque de un negro muy ajado, nariz aguileña y un andar tambaleante a pesar del grueso palo que le servía de bastón, acompañada de una enorme perra siempre unos pasos más atrás. Se baja las bragas y se sube los faldones para no perder sus poderes, enseñándole el trasero desnudo a la luna llena. Después, siempre observada por los ojos profundos del mastín, mea y bate seguidamente sus propios orines con una ramita…; esa misma noche descargará una fuerte tormenta de piedra sobre Cadaqués… Habla sola, nunca a la perra, y se sonríe quedamente mirando a la luna.
Traza una cruz en tierra y así acuclillada sobre ella con las faldas alzadas y las piernas y entrepierna desnudas, reniega de las muertes violentas, del general Franco y todos sus capellanes, de todas las hambres y miserias…, de toda esa panda de cabrones fascistas que ahora ya duermen en Gerona. Saca un ungüento de una composición desconocida de la faltriquera y se unta en sus partes desapareciendo en un instante por arte de magia, dejando a la gran perra con la boca abierta babeando.
Lidia Noguer i Sabá, hija de la conocida como «Sabana», considerada una de las últimas brujas de Cadaqués. Y amiga de tantos artistas que pasarían a la Historia de nuestra cultura universal.
Con la guerra civil, ya sin familia y por tanto sin medios de subsistencia, se encontraba en un estado muy lamentable. Envuelta en una sotana de cura, pasaba el tiempo releyendo los libros enmohecidos en una choza miserable. Y cocinaba para los últimos milicianos, que le daban parte de su comida.
Con su raído hábito negro se hizo andariega, acompañada por una enorme perra negra. Cruzaba el Pení por el viejo camino de los bancales y se la veía en Port de la Selva, llegaba a Selva de Mar y decían que dormía, y bailaba, con viejas amigas en las ruinas de San Pere de Rodas, oficiando dudosas ceremonias.
Carva miraba, con sus ojos tranquilos, redondos e inexpresivos de hembra mastín, desde la oscuridad. Como en la cuneta de la carretera, antes de llegar a Cólera. Lidia se colocaba el pañuelo en la cabeza y murmuraba pestes. Adelante, la caravana de camiones, furgones y coches atestados, avanzaban un metro tras otro, pesadamente y se volvían a detener. La noche se les echaría encima antes de cruzar la frontera. Don Antonio Machado, más envejecido que viejo, se bajó de su camión empapado para estirar las piernas y las vio…; con frío y encorvado, con su desgastado bastón entre los dedos, apenas le quedaban unas semanas de vida. Bajaría a estirar las piernas acaso, tal vez deseaba escapar unos momentos de los gemidos de su madre. Pero eso, cuando la perra, Lidia y Don Antonio se vieron.
No podían saberlo.
Cuando por fin pude llegar a Agullana me topé justo a la entrada con el Asilo Gomis; en perfecto estado de conservación, actualmente es un centro de día. Se me hizo difícil imaginar a Lidia recluida hasta su muerte dentro de aquellos muros. En la plaza, en un autoservicio me vendieron el periódico; al señor de la caja le pregunté por la tumba de Lidia de Cadaqués. Nadie sabía nada de todo aquello. Un anciano me informó que el cementerio se encontraba saliendo del pueblo, como a un kilómetro por un camino de tierra, que sale hacia la izquierda. Justo enfrente de su puerta enrejada, pero con la cadena puesta sin candado, hay una cooperativa de aceite “Oli del Trull” Or de la L’Albera s.l. Las personas que por allí trabajaban fueron muy amables, el Oli D’oliva verge extra muy bueno, pero nadie sabía nada de la tal Lidia.
Después de un paseo lento y silencioso por todo el campo santo encontré en el centro de unos de los grandes cuadrados, ajardinados en abandono, la tumba de Lidia con su lápida, algo hundida, pero perfectamente legible.
Descansa aquí
Si la tramontana la deja
Lidia Nogués de Costa
Sibila de Cadaqués
Que mágica dialécticamente
Fue y no fue a un tiempo
Teresa “La bien plantada”
En su nombre conjuran
A cabras y anarquistas
Los angélicos
De una grieta, entre la piedra crecían unas minúsculas malas hierbas. Arranqué una y la metí dentro del plástico de mi paquete de tabaco. Aquí la guardo, es el recuerdo más personal que pude obtener de ella.