Silencio, que pare la música, que dejen esos intrépidos bailarines de danzar sobre el oscuro linóleo. Desde su púlpito de locura nos habla el gran Vaslav Nijinsky, la cordura de la leyenda viva, de la danza contemporánea, de la revolución encarnada en la razón de existir
Julián Puerto Rodríguez
Un wasap me alertó, aquella plácida tarde de primavera, de que quedaba invitado a un evento donde la veteranía del coreógrafo se unía a la valentía del joven lírico. Profesionales ambos de la escena, empeñados en el duro caminar por la retorcida vereda de la complejidad cultural.
El Teatro Auditorio Federico García Lorca de Getafe se despereza del sonar dantesco de las campanas que al unísono anunciaron la imposibilidad de venta y enajenación del patrimonio del poeta, cual maestrazgo hubiere.
De pronto apagaron los murales de alusiones lorquianas y apretaron el interruptor de encender la luz de la escena para que, las bailarinas de la corte del viejo Luis Ruffo, danzaban sin cesar y levantaran al fauno de su siesta.
No… En esta ocasión el fauno no provocó el gran escándalo parisino, sólo levantó el leve murmullo del público embelesado en una coreografía que, arropada de una sencilla pero suficiente escenografía, dejaba todo el protagonismo tanto al gran Nijinsky (Carlos Manuel Díaz) como a los ágiles y esbeltos cuerpos de las jóvenes danzantes.
Allí en lo alto de la locura estaba él. Pausados sus movimientos en la blanca camisa de fuerza, hasta lograr deshacerse de la atadura maniaca del mundo y su destino. Unido inseparablemente al virtuosismo de su conciencia y su personalidad.
Mejor loco que cuerdo en un mundo que no perdona la revolución cultural. Mejor la locura transitoria de unos movimientos en la escena del espectáculo que repetir, una y otra vez, los movimientos seguros que marcan la tradición del ballet. Mejor bailar duro sobre las ásperas maderas, hasta que brote la sangre de las plantas de los pies.
No vimos ningún loco por el Lorca cuando Carlos Manuel Díaz fue desglosando, con la paciencia y la pausa que encarna a los grandes actores, las letras que Carlos Pardo y Paula García construyeran para él. Inyectada la deteriorada salud a través de los cuadernos de los sentidos diarios de Nijinsky. El actor, con una voz clara, nítida y contundente enmarcada bajo la blanca luna lorquiana, desveló el pensamiento del coreógrafo a todos aquellos y aquellas que tuvieron a bien y quisieron visitarle en su aburrida reclusión en el hospital.
Cuando Vaslav Nijinski dejaba la palabra descansada sobre la razón de la existencia, es cuando surgía la leyenda de la danza. La “Consagración de la primavera”, “El espectro de la rosa”, “Pájaro de fuego”, “La siesta del fauno” y “Petrushka”, se plasmaban consecutivamente, sobre coloridos movimientos individuales y de conjunto.
Eran los gráciles movimientos de las sensibles bailarinas, que desgranaban con el buen hacer de sus cuerpos los nuevos movimientos diseñados por el coreógrafo ruso, quienes parecían pasear por el cuadro colorista de Matisse.
Silencio, que pare la música, que dejen esos intrépidos bailarines de danzar sobre el oscuro linóleo. Desde su púlpito de locura nos habla el gran Vaslav Nijinsky, la cordura de la leyenda viva, de la danza contemporánea, de la revolución encarnada en la razón de existir.
Sobre el pasillo lateral que separan las butacas del patio con las de platea, tan sólo fue un momento, pude ver pasar a Luis Ruffo con su flequillo de paje y a Carlos Pardo, con su carpeta de guionista bajo el brazo. Como un flash me llegan imágenes del estudio vanguardista de los ochenta en la calle Cónsul o de la recuperada y olvidada zarzuela de “La manola del Portillo”, ¡qué mas da!.
Hombres independientes y libres que disimulan, escondidos tras la sonrisa dibujada en sus rostros, el chaparrón de la indiferencia oficial.
Dos filas más delante de la mía Félix el Gato intenta enviarme una frase socarrona que no entendí, mientras pienso en Luis Ruffo, en Carlos Pardo, en Paula García, en Carlos Manuel Díaz, en todos ellos y ellas, en tantas y tantas horas de trabajo.
La danza es el arte que se hace y se deshace y lleva consigo la maldición de que cuando la entiendes ya no puedes seguir haciéndola. Como el teatro, la literatura, la música, la cultura… La España agónica que dejaran los miserables para que Larra se pegara un tiro en sus ideas. Un disparo de fuego tras sentir, desde lo más profundo de su librepensadora cabeza, que “escribir en Madrid es llorar”.
“La danza”. 1910. Henri Matisse (1869-1954).
Cartel anunciador de la obra “Nijinsky. El bailarín loco del zar”. Teatro Auditorio Federico García Lorca. 2 de mayo de 2016.