♦ Diez días después, los resultados de las últimas elecciones locales celebradas en Leganés nos procuran la misma sensación inicial. Batacazo del PP y del PSOE que bajan el cincuenta por ciento y el 25 por ciento de su representación en el Consistorio y éxito de Leganemos y de ULEG que, los primeros irrumpiendo en el panorama político nacional, y el partido vecinal constatando su progresión con un 50 por ciento más de ediles. El cuádruple empate a ediles de PSOE, Leganemos, ULEG y PP no debería dificultar en exceso la elección del nuevo alcalde y de un gobierno local que administre la ciudad sin las dificultades habidas durante la última legislatura, en parte por la ausencia de capacidad política del que ha sido primer edil.
Habrá que desterrar la práctica del poder municipal como la apropiación de un objeto arrojadizo contra los adversarios. Hasta ahora, durante los últimos cuatro años, el Pleno del Ayuntamiento se ha transformado en un circo sin apenas utilidad. La mayoría de las propuestas del gobierno local eran desechadas por la oposición, casi en bloque, aunque se ejecutaban gracias a la potestad de la Junta de Gobierno; las mociones de la oposición se aprobaban en Pleno pero nunca se llevaban a efecto. Era cosa de locos; y si fijábamos el objetivo en el Alcalde, acabose. El pleno era un lugar de chiste y chisme, una especie de escenario con interminables óperas bufas a cargo de un tenor desacompasado y desafinado que no ‘sustentaba’ el guión de una una ciudad como Leganés.
Esa primera sensación de galimatías o revoltijo, el ‘tótum revolútum’ del cultista prolijo en latinajos o ‘el carajal’ que diría el gallego y su réplica cubana, no era tal; juntos en el desenlace, pero no revueltos. La confusión inicial y el desbarajuste del resultado que desconcertó incluso a las mentes ‘más intuitivas’, se volvía más preocupante ante la mera posibilidad de abocar la política española de nuevo a la infausta idea del frente político, —que no ideológico— conformado a base del ‘pegamento marca anti’, el único capaz de unir a gentes exacerbadas, aunque incompatibles, con el propósito exclusivo de ir en contra del adversario al que se sitúa, no solo como opción política, en la trinchera enemiga.
El resultado electoral final ha confirmado varias de las hipótesis previas al recuento de los votos. En primer lugar, hay que destacar el batacazo del PP a nivel nacional, un Partido Popular insensible a las dificultades de los ciudadanos, agravado en Leganés con la pésima gestión de Jesús Gómez. Lo mismo le ha pasado al PSOE que, aun siendo la fuerza más votada, no ha podido exhibir el resultado como una victoria porque Santiago Llorente ha restado dos ediles a los que ya tenía su predecesor, su ‘querido enemigo’, Rafael Gómez Montoya. Un resultado que cualquiera, hasta el más tonto, certificaría como una derrota. Pero bueno, ya se sabe, aquí todos ganan. Todo gobierno necesita hacer creer en algo; y la suma de Podemos y PSOE solo conduciría a la incredulidad y la ausencia de propósitos confesables.
En segundo lugar, y en número de votos, el escrutinio confirmaba el empuje de la marea de ‘cabreados’ en apoyo de los partidillos de la marca blanca del ‘mercadona de la política’, un volátil Podemos que ajusta precios, programas y principios, bajo el disfraz de las consignas, logotipos y ademanes de un renovado, aunque fracasado, proyecto de ‘candidaturas de unidad popular’. En el futuro se comprobará la unidad de esas listas que directamente representan a una minoría y que solo han contado con el refrendo de un quince por ciento de los vecinos llamados a las urnas; un porcentaje importante, sin duda, aunque de poco peso si lo colocamos en la balanza que mide las expectativas generadas por el voto de castigo a la política económica y a la corrupción, a los grupos residuales que practican la oposición activa; incluso, olvidando el voto de los ‘pasotas’ o resignados que se quedaron en casa: un 30 por ciento del censo electoral. ¡Cuán lejos está la revolución que preconizaban en las calles! Aunque, eso sí, han finiquitado el proyecto de Izquierda Unida que en Leganés se queda con el candidato como único representante en la Corporación. Ahora, a por el PSOE.
El otro partido de los llamados a estar —según la ola y la moda electoral— en las instituciones es Ciudadanos, la marea de color naranja que sube gracias a la reactivación mediática del hasta hace poco anquilosado proyecto de Albert Rivera y que ahora, en Leganés, ha conseguido cerca de un 8 por ciento de los votos y dos ediles; un resultado bueno pero que no cumple con las expectativas de Ciudadanos debido, casi enteramente, a la presencia en Leganés de un partido de centro, independiente y regenerador.
Para calibrar la finura del voto leganense y sus criterios, recordaremos al lector —que ya conoce los resultado—las diferencias entre los votos recibidos por las listas de los partidos en las municipales y los cosechados por sus respectivos compañeros y compañeras [o camaradas], aspirantes a la presidencia de la Comunidad de Madrid. El PP de Leganés ha constatado, incrédulo ante la evidencia, como su porcentaje se reducía (aproximadamente) un diez por ciento con respecto a los votos recolectados en Leganés por Cristina Cifuentes; de poca ayuda ha sido, en este caso, la enviada de Esperanza Aguirre, Eugenia Carballedo. El resultado del PSOE es similar al del PP: solo se puede aplicar el término de fracaso; Llorente, incapaz de representar al socialismo local, se ha dejado en la gatera electoral ocho puntos con respecto a Gabilondo. La candidatura de Ciudadanos en Leganés ha ‘mantenido el tipo’ bajando solo un dos por ciento con respecto al resultado de Ignacio Aguado en la Comunidad. IU, otra de las grandes derrotadas en los comicios locales, ha superado por poco, lo justo para obtener representación local, el resultado de su lista regional.
En el caso de ULEG, como partido de ámbito local, los vecinos de Leganés han hecho uso del ‘voto útil’ en la elecciones autonómicas; casi un quince por ciento de los votos locales del partido vecinal se ha derivado a otras candidaturas regionales.
La ‘tercera vía’ en Leganés, y la opción más clara para liderar un gobierno local renovado, regenerado y dedicado al vecino, es el partido independiente Unión por Leganés-ULEG que, sin el viento en popa a toda vela que exhalan las televisiones hacia las marcas nacionales de los otros partidos, ha conseguido aumentar su representación en un cincuenta por ciento pasando de cuatro a seis ediles, igualando el resultado de las franquicias nacionales del PSOE, Leganemos y PP.
ULEG mantiene su posición como tercera fuerza en el Consistorio aunque se erige en la primera del espacio político del centro y de la derecha. Y, como decíamos en el párrafo anterior, de no haber sido por la presencia de Ciudadanos, habría conseguido una mayoría, no absoluta, pero sí indiscutible. Los resultados, aguantando el pronóstico del viento en contra, dan cuenta del gran trabajo de este partido por los vecinos de Leganés durante toda la legislatura.
El resultado de los comicios en Leganés, en resumen, podría catalogarse como un empate técnico que obliga a indagar en la esencia misma del proceso democrático. La libertad de persuadir y sugerir se ha de transformar, según la denominación del periodista y publicista Edward Bernays, en un ejercicio de ‘ingeniería del consenso’ y del pacto. Un objetivo que hay que busca sin olvidar la importancia de la ética como arma imprescindible contra la corrupción y el poder por el poder.
La diferencia entre la fuerza política más votada (el PSOE) y la cuarta (el PP), —con Leganemos y ULEG en medio— es de 1.465 votos, bastante menos que la suma de los votos nulos y en blanco habidos en la urnas pepineras. Con esta igualdad, y las diferencias ideológicas y personales entre las distintas opciones, solo creemos posibles dos alternativas para que el próximo día 13 el Pleno de Leganés elija un nuevo alcalde y se conforme un gobierno local. Una que haya un pacto de gobierno; y la otra, en ausencia de acuerdos, que sea la lista más votada la que asuma la alcaldía y el gobierno.
La segunda posibilidad sería, —según nuestra opinión— la peor opción de cara a la estabilidad y a la gestión del futuro Ayuntamiento. Cada partido votaría a su candidato en el pleno del próximo día 13 de junio; y no habiendo mayoría absoluta (14 votos), sería alcalde Santiago Llorente como cabeza de la lista más votada. Este desenlace otorgaría la primacía a un PSOE condenado a gobernar en solitario y dividido; administrar Leganés con solo seis concejales, tres de los cuales están ‘adscritos’ al sector del exalcalde Rafael Gómez Montoya. Una complicada tarea un grupo municipal exiguo y dividido a causa de las disputas (políticas y personales) que mantienen sus respectivos jefes. La elección de Llorente estaría abocada inexorablemente a un estado político inestable y a la amenaza permanente de una moción de censura; y a la misma locura que ha dominado la legislatura que acaba. No parece Llorente ingeniero, versado ni siquiera iniciado, en acuerdos ni consensos. Bastante hace con mantener el puesto en un equilibrio inestable como producto químico-político volátil. Llorente, que desea emular a Montoya y a Pérez Ráez, ha asegurado que puede [y quiere] gobernar con sus seis ediles y la incorporación de técnicos; sus palabras anuncian el incremento de los cargos de confianza, el nepotismo y la falta de ‘masa crítica’ política para gobernar Leganés. Si Jesús Gómez estaba falto de ‘inteligencia emocional’, Llorente está exento de ‘inteligencia social’; ni siquiera lidera su entorno. Entre los dos politicos, aunque resulte difícil de imaginar esa fusión, hubieran conformado un lisiado político total.
La primera posibilidad, y la más sensata para los intereses de los vecinos, es que se produzca un acuerdo entre las fuerzas políticas; y solo contemplamos uno posible. Habrá que desechar el acuerdo entre PSOE y Leganemos por ser insuficiente para alcanzar la mayoría absoluta. Y, cualquiera de los dos —comunista y socialdemócrata— se quedarían con cara de lelos. Además, la historia —en este hipotético acuerdo— no ayuda. Llorente representa el regreso de un pasado lejano, próximo al urbanismo como fin y a una política fiscal agresiva.
El candidato socialista fue edil con Pérez Ráez, impuso la ecotasa y está mal visto desde los círculos de Podemos. Al mismo momento de resultar ganador en las primarias del PSOE local, la coordinadora del partido de Pablo Iglesias en Leganés, Mercedes C. Obón dijo textualmente que «Llorente era más de lo mismo». Con esa lacónica expresión está todo dicho entre ellos. Y para coronar este paisaje imposible, ningún votante de Ciudadanos imaginaría siquiera que su papeleta acabe apoyando a un hipotético gobierno de ‘la casta’ con el ‘frente popular’ de Leganés.
De los otros dos partidos empatados a ediles con PSOE y Leganemos, el PP está en una clara situación de desventaja para optar de nuevo a la alcaldía. Es el gran derrotado en los comicios locales, bajando de la primera a la cuarta posición como fuerza política local y reduciendo su representación a la mitad; ULEG está por encima del PP en cuanto a votos recibido y, para desgracia del resto de candidatos, se comprometió con sus votantes ante notario a no apoyar a ningún otro candidato que no fuera el suyo. El PP de Leganés, representado por Juan Manuel Álamo, ha asumido la posición de su partido en el tablero en el que se juega la partida y ha reclamado públicamente el apoyo de su partido al candidato de ULEG, Carlos Delgado.
En esta situación, y presuponiendo que PSOE y Leganemos serán incapaces de acordar nada, y menos atraer a Ciudadanos a su redil, la partida de ajedrez político en Leganés está clara. Existe la posibilidad clara de conformar una mayoría basada no en el reparto de prebendas y cargos, sino en la integración de los programas electorales.
Además de los seis votos de ULEG y de los seis que podría otorgarle el PP, Carlos Delgado necesita los dos votos de los dos concejales de Ciudadanos para conformar un gobierno nuevo. Ellos son los verdaderos árbitros de la nueva situación política a nivel local. Su hipotético voto a favor de la gobernabilidad de Leganés cumpliría con el requisito más exigido en la propaganda del partido naranja: la regeneración. ULEG es una formación política volcada con Leganés, haciendo (hasta ahora) oposición por y a favor de los vecinos.
Los dos ediles de Ciudadanos en Leganés son, fruto de ese cuádruple empate, en árbitros de la final de la ‘champion política pepinera’, en la que se juega el futuro gobierno de la ciudad. Ciudadanos tiene en su mano la elección del nuevo alcalde de Leganés; o determina con su inacción la elección de Santiago Llorente o apoya al candidato del único partido de la ciudad de ideología y características similares, Carlos Delgado, con el que podrían haber ‘jugado’ juntos. El futuro de ULEG y de C’s determinará esa hipotética alianza.
La abstención de Ciudanos en el Pleno de investidura, sería, en efecto, un voto a favor de la continuidad del PSOE, un partido que en Leganés ha hecho poca oposición, que ha traicionado a la clase trabajadora y a los empresarios, que ha estado implicado en la turbia operación urbanística de la segunda fase de Legatec, que ha asumido con su silencia cómplice la nefasta gestión de EMSULE, etcétera.
¿Qué pasará el día 13? Ciudadanos decide. El partido de Albert Rivera tiene en Leganés la posibilidad que tanto preconiza a nivel nacional y regional de apostar por la regeneración. Arbitrar un gobierno local centrado y estable, que trabaje por y para los vecinos, sin hipotecas de ningún tipo ocultas en la mochila del poder deseado. Otra cosa es que Ciudadanos quiera o no que sus ediles se integren en la Junta de Gobierno. La responsabilidad que le han otorgado los miles de vecinos no se puede rechazar. Esconder la cabeza no es la forma, en este caso, más adecuada de procurar el ‘buen gobierno de la ciudad’.
► ‘Consecuencias del buen gobierno de la ciudad’ es una magnífica pintura mural de la serie de alegorías del buen y mal gobierno, y sus consecuencias en la ciudad y en el campo. Sus autores son los hermanos Anbrogio y Pietro Lorenzetti y fueron realizadas entre 1337 y 1340 en el Palacio Público de Siena como homenaje al ideario político del partido de los güelfos que gobernaba la ciudad. Los frescos muestran unas estampas con la maestría del color aplicado con criterio casi psicológico y detalles de un gótico tardío, aunque podría catalogarse casi de un estilo precursor de las nuevas tendencias por llegar del Quattrocento. Los mensajes recalcan la importancia del bien común y su primacía sobre los intereses privados o particulares. Una idea que sigue, casi siete siglos después, vigente y de máxima actualidad.