Nadie tiene derecho a opinar por encima de lo que opinan los ciudadanos y menos que nadie las espadas o las pistolas.
♦ En la guerra nunca hay vencedores ni vencidos, todos, los unos y los otros, siempre son los perdedores. Los muertos son nuestros, nunca lo son de los otros. Los muertos del enemigo en la batalla también son nuestros. En la guerra, repito, nunca hay ni vencedores ni vencidos, nadie es mejor que nadie. Nadie gana. En el deporte, sin embargo, el mejor es el que gana, siempre que se respeten las reglas del juego, el reglamento. En la política, por último, quien gana no son los partidos con sus líderes en cabeza sino los ciudadanos. El ciudadanosiempre debería tener la razón de su parte aunque a veces eso es algo que parece no suceder.
Nadie tiene derecho a opinar por encima de lo que opinan los ciudadanos y menos que nadie las espadas o las pistolas. La Iglesia no tiene ese derecho por mucho que presuma de tenerlo. Tampoco las asambleas populares por muy multitudinarias, por muy libres, por muy espontáneas y desinteresadas que sean, se expresen a viva voz o a través de mensajes electrónicos. Una asamblea es una asamblea y el conjunto de los ciudadanos es mucho más, somos todos. O todos o ninguno. Tampoco los que presumen de liberales lo tienen claro, el individuo por muy igual que sea con respecto a otro individuo no por eso está en posesión de la verdad, aunque sea el dueño y el amo del cortijo y la fábrica.
El ciudadano, repito, siempre tiene razón aunque se equivoque. Él, sólo él, puede rectificar los errores que comete. No basta con tener razón, también hay que ser libre y valiente para decir lo que se piensa le guste o no le guste al que detenta el poder sea este poder el que sea. Y no solo rectificar, también cambiar y hasta ponerle límites incluso al lucero del alba aunque cotice a lo grande en la bolsa de Wall Street para desde allí controlar nuestra salud, nues-tra educación, nuestras vacaciones, nuestra cultura, nuestros sentimientos… Y ¿por qué no? también a desdecirse.
Por todo esto, lo mejor que nos ha podido pasar es que, en las eleccio-nes celebradas el pasado 24 de mayo, no han ganado ni los unos ni los otros, quien de verdad ha ganado ha sido la gente porque han ejercido su derecho a decidir. Los derrotados sabemos muy bien quienes han sido, seguro que se lo merecían.
Que los socialistas de Leganés y Getafe, entre otros, no tengan más remedio que someterse a los dictados utópicos de los asamblearios puede resultar interesante, al tiempo que estos últimos se vean obligados a pasar por el aro de las responsabilidades de gobierno. Lo importante no son ellos, tampoco sus puntos de vista, lo importante es la gente. Cambiar está bien pero gobernar para mejor es lo que más importa.
A punto está de alzarse el telón, ahora hace falta que los actores estén dispuesto para representar su papel sin olvidar que el público, los ciudadanos siempre tienen la razón de su parte aunque a veces no lo parezca. No es como el deporte que los mejores son los que ganan no el que mejor juega, ni tampoco como en la guerra donde no hay ni vencedores y vencidos, los perdedores somos todos y los muertos son nuestros. La política no es para ganar es para hacer justicia.