► El autor presentaba en sociedad el 28 de febrero su poemario ‘Tierra de luz blanda’, editado por Los libros del Mississippi.
De las cicatrices también se pueden sacar versos. Y se debe. A fin de cuentas, el dolor, la melancolía y el discurrir sobre la propia existencia son ingredientes inherentes a la buena ensalada de la poesía. De ello, y de tantas cosas, sabe el creador y escritor Ezequías Blanco, quien en la víspera del día regalado de este 2020 hacía de Getafe una cuna para traer a la sociedad su poemario ‘Tierra de luz blanda’, de Los libros del Mississippi. Entre las rendijas que va dejando la tinta de su último trabajo, entreveremos al autor y a sus propias zozobras con un hospital como escenario. Todo ello nos conduce a la emoción de sabernos en la lectura de una experiencia en primera persona. Blanco sólo pide que seamos cómplices. Como primera señal, el C.C Juan de la Cierva cosechó unos cuantos puñados de decenas de asistentes el pasado 28 de febrero.
Hace unas fechas, el catedrático todoterreno de Ezequías Blanco se tuvo que enfrentar a una ITV hospitalaria de grado no menor. No en vano, había que tomar aquellos muros con aquella luz. Su días de ingreso, eso sí, le proveyeron de experiencias que más tarde cosería en racimos de poemas, perfectamente enhebrados y que han germinado en ‘Tierra de luz blanda’, un lugar para profundizar en el ser, reflexionar sobre el reloj o las falsas creencias que, en algunos casos, brotan con la juventud. Sin embargo, todo ello, faltaría más, no está reñido con el humor. He aquí uno de los componentes clave del alumbramiento.
Tras unas proyecciones audiovisuales con distintas imágenes de Blanco recogiendo su prolífica dedicación cultural, pisaban las tablas de la sala el también poeta, boticario y gente de la vida nocturna/peculiar getafense Cristóbal López de la Manzanara y el propio autor, ambos componentes del grupo literario Poetas de la Venida, que ha surgido en Getafe al amparo de los bares de la Avenida de España (para ser miembros de tan selecto colectivo es condición necesaria, además de ser poeta –y se da por hecho que amigo–, el haber tomado unas cervezas con su ‘líder’, que no es otro que el boticario). Ambos habían decido mostrar al público que también son perfectamente válidos como buenos cómicos en cualquier performance que se precie. Así, la entrevista que dirigía López de la Manzanara arrancaba haciendo al espectador partícipe del juego. De un juego en el que dos buenos amigos disimulaban conocerse. “¿Usted es ‘El Boticas, no?”, le preguntaba el uno con cierta sorna benevolente; “coño, y usted el de ‘Cuadernos del Matemático’”, le contestaba el otro.
En el fluir del diálogo, conocimos que, para Ezequías Blanco, Castilla está presente y los guiños a la tierra son notorios, la importancia de la psicodelia, el amor por el simbolismo y por el doble sentido y que está “desentendido de las luchas que suelen mantener los poetas”. O incluso, mirando por ese retrovisor que salió a salvo de aquella ITV, hubo lugar para anécdotas pretéritas. Según Blanco, a él le han llamado de muchas formas (“Isaías”, “Zacarías” o “Malaquías”, mientras el bueno de López de la Manzanara reía), pero estas aproximaciones se resumían muy frecuentemente en Quías. “Recuerdo aquello que llamábamos ‘Los martes de Quías’. Leíamos poesía, hablábamos de lo cotidiano e íbamos al cine. Todo ello con compañeros y compañeras de toda la vida”, sostenía entre suspiros de memoria.
El poemario
“En esta obra, se te ve el ramalazo existencialista”, le avisaba Cristóbal López de la Manzanara. Y es que entre ese “vals de las agujas” o los “espacios transparentes donde no hay a qué aferrarse” se intuye el “eco de la muerte”. Para Blanco, el libro habla, entre otras cuestiones, “de las ganas de una persona de ir a su cama cuando está en el hospital con esas sábanas que rozan. Me parece que blanda es el mejor adjetivo que hace referencia a las luces de los hospitales cuando estás atontado por la anestesia y por las vejaciones a las que estamos sometidos cuando estamos ahí. La poesía es vida y la vida está en todos los lugares. Soy un chupóptero de lo que acontece”.
Blanco, quien se definió como “un escritor de la línea de Juan Rulfo, al que copio a veces”, mostraba su concordancia con la afirmación de López de la Manzanara de que “los grandes escritores no se tienen que ir a Nueva York para escribir un gran libro”; y agregaba a su amigo que “hay gente que no concebía que Getafe fuese protagonista de una novela y yo no lo entendía”.
En suma, la luz blanda, aquella que emerge de las profundidades de un quirófano, dio para iluminar sobradamente a los paladares sedientos de poesía allí presentes. Eso sí, antes de las firmas, coincidentes con la clausura del acto, hubo un pequeño trago de la mano de Matías Muñoz, Enrique Gracia Trinidad y Juliana Sesmero. Entre medias de esta luz tan sui géneris a Blanco le dio tiempo a explicar que no es muy amante de las comas en pos de las licencias métricas, pero que, sin embargo, ama a los bancos. Aunque eso es harina de otro costal. De momento, deléitense con esta obra. Salud.
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