DIARIO DE UN JUBILADO

El escándalo de la Tomatina de Buñol

El origen de la Tomatina de Buñol, allá por los años cuarenta, fue similar o peor que la Fiesta del Agua leganense.

♦ Esto es algo que ocurrió en Leganés a finales de los años setenta del siglo pasado. Una mañana del mes de agosto, durante las fiestas de Butarque, un grupo de jóvenes estaban tomándose unos cubalibres a la puerta de un pub en la calle Jeromín. El pub se llamaba La Rata o como rezaba a continuación: “La rata está debajo de la lata”. La frase no sé a qué venía a cuento. El caso es que en medio de una media borrachera comenzaron a lanzarse los unos a los otros el contenido de los vasos que apenas sostenían en sus manos. Resultaba divertido, refrescante, veraniego, festivo aunque alocado; también, todo hay que decirlo, algo caro porque lanzarse una coca-cola con ron no estaba al alcance de cualquiera. Eran jóvenes de izquierda que iban camino de convertirse en concejales.

Y del cubalibre se pasó al agua, resultaba más asequible. Cundió el ejemplo, el mal ejemplo, y aquella gamberrada a pequeña escala dio origen a la Fiesta del Agua. El ayuntamiento tuvo a bien incluirla en el programa oficial de las fiestas patronales. Las calles del casco antiguo de Leganés se convertirían en un campo de batalla una calurosa mañana de agosto. Nadie se libraba del remojón por las buenas o por las malas, quisiera o no quisiera, joven o mayor, enfermo o sano, estuviera trabajando o de vacaciones, simplemente por pasar por allí. Lo divertido era mojar a la gente o que la gente te mojara a ti. Se vio a un concejal desde una de las ventanas del despacho del alcalde con una manguera en ristre empapado impunemente a cualquier vecino que cruzara por la plaza. Un año se atrevieron con los novios y sus invitados que acudían a casarse con sus trajes y vestidos recién estrenados en la parroquia de El Salvador. Era un escándalo. Las denuncias se multiplicaban en las dependencias de la comisaria de la Policía Nacional. No hay que olvidar que era pleno verano y en Leganés y en el resto del planeta Tierra el agua para beber era y es un bien escaso. El derroche de agua era algo que clamaba a al cielo. La Fiesta del Agua organizada por el mismísimo ayuntamiento era un sin sentido, un contra sentido. Terminó prohibiéndose un verano. Aquel año estuvo sin llover todo el otoño, todo el invierno y toda la primavera. Las autoridades autonómicas no tuvieron más remedio que tomar medidas. Leganés, por fin, consiguió librarse de esta maldición.

El origen de la Tomatina de Buñol, allá por los años cuarenta, fue similar o peor que la Fiesta del Agua leganense. En medio de una pelea juvenil, hartos de las patadas y los puñetazos se liaron a lanzarse los tomates que una frutería ofrecía en la puerta de su establecimiento. Al año siguiente decidieron divertirse lanzándose tomates a la cara, a pesar de que entonces, en la España de la posguerra, el hambre no era ni mucho menos una broma.

Ahora resulta que la famosa Tomatina está punto de convertirse en algo así como los Encierros de Pamplona, las Fallas de Valencia, la Semana Santa de Sevilla o la Romería del Rocío… ¿Cómo puede ser divertido tirarse unos a otros toneladas de tomates en las calles de su pueblo? Es posible que sea divertido pero indecente, también, con los miles de niños en los países de Tercer Mundo que mueren de hambre cada día. La mejor Tomatina sería enviar todo ese tomate a los bancos de alimentos. ¿Es que nos hemos vuelto locos en este país? Y si los de Huelva hicieran los mismo con los jamones, los de Burgos con las morcillas, los de Ávila con los chuletones, los de Pontevedra con los mejillones, los de Ciudad Rea con los quesos manchegos, etc., etc., etc… ¿qué pensaríamos? ¿Nos parecería normal? A mí, desde luego, no me lo parece.

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