La vida de los seres humanos no está en triunfar o el fracaso. Esta vida no está en los bienes materiales ni en la competencia, está en otro sitio. ¿En dónde?… No es fácil hoy responder a esta cuestión.
Vivimos inmersos en una sociedad del espectáculo vaciado de todo contenido. Todo está tan mercantilizado y mediatizado, pasado por la publicidad y por la comercialización, que nos resulta imposible comprender que las cosas podrían ser de otra forma. Todos tenemos las sensación de que no se puede hacer nada. Nos recortan nuestros derechos y nos quedamos paralizados. Pero el “derecho al sentido del humor”, por ahí no paso. Y lo cierto es que la gente a mí alrededor ríe cada vez menos, es para echarse a temblar.
¿Existe algo en la condición humana, sexual, hablante y mortal que no sea susceptible de convertirse en un objeto de consumo y en un negocio en nuestra sociedad actual?… Hay uno solo y es la lengua. Por eso, en vez de escribir cartas tecleamos en ciento veintisiete caracteres. Y nos perdemos en “you tuve” con videos de tres minutos, en lugar de leer una novela de Dostoyevski.
El mundo ha cambiado, la generación de nuestros padres y las de nuestros hijos son completamente diferentes. La globalización y la tecnología, paradójicamente, aumentan exponencialmente la incomunicación en cada individuo y las diferencias sociales. Las cosas no son como antes, pero tenemos el miedo metido en la piel, no nos atrevemos a cambiar. Todos poco a poco vivimos peor, pero nos aferramos a nuestra cada día más raquítica zona de confort. Todos hacemos lo que nos dicen que hay que hacer, estamos tan confundidos con tanta información y arrastramos tantos decenios de marketing del miedo, que nos esforzamos por hacer las cosas bien, pero según parece en contra de nuestros propios intereses, en una dirección equivocada.
En la zona de confort es difícil hacer cambios. Muchas cosas ya han cambiado definitivamente. Una de las cosas que, intencionadamente, no han cambiado es la pedagogía. Todo el mundo está de acuerdo en que hay un problema en la educación de los niños que vivirán un mundo tecnológico inédito. Si hay un futuro lo inventarán ellos; con los adultos ya no creo que se pueda hacer mucho, lo siento. En mentes tan encorsetadas a la vivencia del miedo es difícil. La esperanza está en los niños, hay que enseñarles a mantener su atención y a que permanezcan despiertos. Que desechen nuestros viejos hábitos de temor y de consumo. Los niños pueden, tienen una mente abierta, para ellos lo nuevo no será un cambio. En un mundo tan desordenado, la mejor apuesta esta en ellos.
Todos los que ahora estamos vivos en este planeta, en la fecha de nuestro nacimiento, nos encontramos con unas estructuras que mantenían un orden relativo. Los estados nacionales, el derecho internacional, los partidos políticos, la religión, las clases sociales, los sindicatos de trabajadores y las organizaciones empresariales, la familia, los barrios… Toda una estructura que nos mantenía al margen del caos. Las gentes eran fontaneros, ingenieros de caminos o mineros para toda su vida laboral y las grandes empresas eran públicas y precisaban de sus trabajadores. Hoy la empresa se puede desplazar con costes bajos, a cualquier territorio y nuestros jóvenes saben que cambiarán una media de once veces sus puestos de trabajo o, lo que es peor, no dispondrán de ninguno y serán desechados.
El poder y las finanzas se han desdibujado y no tienen rostro, ni se presentan a ninguna elección popular; se han globalizado. Y las soluciones a los conflictos continúan localizadas en los individuos, con un número de la seguridad social, cada día más atónitos y solitarios. Hace muy poco se nos murió Zygmunt Bauman de puro viejo y aburrido. No era optimista con el futuro de nuestra humanidad, pero nos regaló cuatro reflexiones para entender lo que nos está sucediendo.
Como sabemos tan poco sobre las cosas, que hace unas pocas décadas eran solidas. Si uno no es capaz de comprender como las cosas evolucionan, no puede tomar medidas de precaución. Entonces no se puede defender, prepararse. Los hechos nos toman por sorpresa. Hay una ausencia de una entidad colectiva, que antes llamábamos sociedad. El poder se ha evaporado en un ente global, no tiene reglas, es neoliberal. Los individuos son los que deben solucionar los problemas concretos, sus conflictos locales. En competencia con los demás y en una soledad apabullante. “Todo el mundo tiene una excusa y un solo culo”… Búscate la vida, se emprendedor o un puto “loser”.
Nos han ganado por la mano, no tenemos herramientas para enfrentar estos enormes desafíos. Vamos a perder nuestra condición de ciudadanos para pertenecer a la esclavitud del nuevo régimen neoliberal, con la única alternativa de ser excluidos. Esta estrategia surgió con la caída del muro de Berlín. Era la idea de Henry Kissiger y cuando se quitó el valor del papel moneda por oro. No es casual, llevan décadas preparándolo. Este golpe radical está muy bien estructurado.
Había dos comerciales de zapatos, que se fueron al continente africano. Ambos comprendieron que casi todos iban descalzos. Uno llamó a su central para comunicarle: “No hay nada que hacer, aquí todos viven felices sin zapatos. Me voy”. El otro se puso en contacto diciendo: “Necesito cientos de miles de unidades de pares de zapatos, esta gente no lo sabe, pero dentro de poco no sabrán ir descalzos”.
Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Todos dependemos de una deuda con un banco. Somos culpables de todas nuestras costosas enfermedades. Participamos de la violencia de género y el acoso escolar. Todos somos refugiados conflictivos, que complicamos la estabilidad del sistema del bienestar social. Somos los únicos responsables de nuestra infinita infelicidad. Y con nuestro “miedo solido” tenemos la secreta recomendación de votar a Donald Trump.