A mi padre, a mi primo Alberto, a mi primo Javi, por acompañarme durante 15 años como abonados…
Empiezo a escribir estas líneas, posiblemente desordenadas por la emoción, momentos después del adiós definitivo al estadio Vicente Calderón. No quería hacerlo antes porque una despedida definitiva no se imagina, se vive. Y después se cuenta a quien sí tenga la capacidad de entenderlo.
A todo un templo de historias, de sentimiento, de pasión, estaban a punto de apagársele las luces para siempre. Los flases y los móviles ya habían trabajado por encima de lo normal en estas últimas jornadas conscientes del ocaso. Y, cómo no, en esta jornada, en esta última visita, todos queríamos inmortalizar la Historia rojiblanca. Más que nunca acampamos en la ribera del Manzanares. Compartiendo comida y recuerdos. Familias, grupos de amigos y quien se uniese. El hasta siempre estaba presente, pero la normalidad (la enorme “normalidad” que se vive con una afición como esta) que abraza la antesala de cualquier partido también era protagonista.
No se puede retar al tiempo. Todo llega. Era el momento de ingresar por última vez al estadio y pasar el abono por los tornos que ya tendrán descanso perpetuo. Reconozco que, al menos yo, no era muy consciente de que no íbamos a regresar. Supongo que ocurre como con las despedidas sin retorno, uno se entera y digiere con el tiempo. Cuando saliésemos por esas mismas puertas, todo se habría acabado. Aún faltaban 90 minutos por jugar. No era lo de menos, pero tampoco lo de más. El estadio Vicente Calderón abrió sus ojos un 2 de octubre de 1966, medio siglo. Para la inmortalidad quedará el orgullo de ser Luis Aragonés quien convirtiese el primer gol. De igual forma, quedará que hoy, Fernando Torres hizo los dos tantos que desencadenaron la victoria. La última.
El colorido en los asientos, esos que desde este lunes podremos solicitar los socios como evocación de lo que fue, no podía ser otro que el esperado. Las zamarras colchoneras daban la tonalidad que siempre vistió el estadio. Y la banda sonora, unánime. Todo el campo vibró al acorde de los cánticos que invocaban a grandes futbolistas de la casa. Luis Aragonés, Vieri, Caminero, Hasselbaink, Futre, Torres, Perea, Caminero, Manolo… Ni qué decir tiene que a Simeone se le mencionaba en cualquier ocasión.
Entrábamos en los últimos compases. Los postreros respiros del Calderón antes de su exhalación final. Esa que iba a certificar el colegiado con el pitido de conclusión, mientras ya todos estábamos de pie. ¡Qué bote el Calderón! Y sus hinchas le hacíamos alzarse hasta el cielo. Acompañando hasta el final. Ahora sí. Fin. Nadie se movía. La ceremonia de clausura se sucedía.
Tiago, tras siete largos e intensos años, decía también adiós. Afición eternamente agradecida. Posteriormente, hicimos sonar con fuerza el grito de “Campeonas, campeonas”. Las chicas del Atleti se acababan de proclamar vencedoras de Ligas, por vez primera, tras concluir invictas el campeonato.
Más que merecida vuelta de honor. Qué regalo despedir con ellas y su enorme logro. Más tarde, jugadores insignias de todas épocas salían a un césped ya huérfano de su gente para mostrar todos los trofeos que ha visto el templo que aún aguantaba. La primera plantilla y cuerpo técnico presentes y protagonistas también del post. Vídeo a una vida mediante y liberación de sentimiento, ese al que más tarde referenció Simeone, quien también y con toda su hinchada presente certificó que seguirá dirigiendo el barco en la nueva casa.
Y hasta ahí. Algunos seguiremos juntos en el nuevo estadio, otros estarán sentados en lugares separados. Tras quince años considero también como a una familia a los que tenemos al lado. Lo avisaba el escritor García Márquez, “no llores porque terminó, sonríe porque sucedió”. Y así hicimos finalmente. Un lujo vivirlo con tu padre y con tu primo. Otro lujo abrazarse mientras pisábamos por última vez las escaleras de acceso a la otra familia, Jose, Martín, Pedro, David, Luismi… Y a las que no pudieron estar, pero también nos acordamos.
Lo dice esa canción del gran Sabina, “celebrando la vida al alimón, 50 abriles en el escenario, por mucho que se empeñe el calendario nadie nos va a quitar esta canción”. Pues eso. Qué lo jugao no se pierde. Queda. Permanece. Es ya imborrable.
Y así nos lo recordarán nuestras propias letras, “paseo de los melancólicos, Manzanares, cuánto te quiero”. Porque en su adiós todos alzamos más fuerte que nunca la voz para decir por última vez, “aquí están, estos son los hinchas del Calderón”.
¡Hasta la eternidad!