♦ El viejo golpea al perro, casi sin pelo y lleno de pupas, y le tira violentamente de la cadena. “No sé que voy a hacer con este maldito perro”, refunfuña. El pusilánime Sr. Meursault llega después de comerse un filete y pitorrearse de una chica fea a la puerta de su casa que le pregunta: “Ha hecho algo malo”. “Siempre esta estorbando… ¡Estúpido!”, se queja el anciano jorobado con sombrero, mientras se va dando tirones al animal. Se acerca otro vecino y le comenta: “Como trata a ese perro… ¿Es despreciable, no?”. Marcello Mastroianni le mira perplejo un instante y le responde “No”, para después soltarle una sincera carcajada…
Esta es una pequeña secuencia de Luchino Visconti de ‘El Extranjero’ de Albert Camus. Por cierto, es muy curioso que el creador del Sr. Meursault, un hombre que vive sintiéndose extranjero dentro su propia realidad, un idiota nihilista, al que le suceden tragedias absurdas y casi cómicas, terminara sus días con solo cuarenta y siete años, a la manera de su propio personaje. Albert Camus murió en un ridículo accidente de tráfico contra un árbol, yendo de copiloto, en un viaje casual del sur de Francia hacia París. Había recibido el Nobel de Literatura hacia tres años escasos y toda su obra se suponía que estaba por hacer. Aunque siempre pensó que moriría por causa de la tuberculosis, que le acompaño desde niño, un par de días antes Camus había escrito, con respecto al accidente que acabó con la vida del ciclista Fausto Coppi, que no hay forma “más idiota” de morirse que en la carretera.
Cuando amanece, en la pantalla vemos un campo desolado con pequeñas chozas con cuatro chapas donde los pobres se refugian del intenso frío. Vemos a un muchacho que sale de una de esas chabolas dando las gracias y pateando y sacudiendo los brazos, tiritando de frío. Cuando de repente entre las nubes aparece el Sol todos los pobres corren a calentarse al mínimo rayo solar, dándose codazos y felices por el inesperado regalo. Sale otro rayo de sol más allá y todos muy contentos corren para quedar debajo… Es la más alta cumbre de la pobreza y su miseria. Dan las gracias y son felices bajo un frío intenso, no tenían nada y ahora tienen un rayo de sol. Es Vittorio de Sica en “Milagro en Milán”.
Gelsomina (Giulietta Masina), una discapacitada medio tonta después de ser vendida por su madre, se convierte en compañera del bruto y fornido Zampanó (Anthony Quinn), un hombre que se gana la vida realizando patéticos espectáculos circenses callejeros por las carreteras miserables de una Italia recién salida de la segunda guerra mundial. Federico Fellini diseño esta pequeña escena para ‘La Strada’:
Paran en lo alto de un puerto, con neveros y mucho frío. Gelsomina después de encender un pequeño fuego prepara la comida, con lágrimas en los ojos y siempre en silencio. Zampanó retuerce su mugrienta gorra de lana y se desespera…
—No quería matarlo. Solo le golpee un par de veces. No estaba muy herido, le sangraba un poco la nariz, nada más. Cuando le di la vuelta, estaba muerto… ¿Qué te pasa? ¿Cuál es el problema? —Gelsomina come llorando en silencio—. Te llevare a tu casa… ¿Quieres volver con tu madre? Eh, ¿no quieres estar con tu mamá?
—Si no me quedo contigo, ¿quién lo hará?… El loco está muy herido ¿verdad?
—¡Yo no puedo seguir así¡ Estás enferma de la cabeza, yo tengo que ganarme la vida… —Gelsomina se acuesta sobre una manta en el suelo, al lado de un muro, llorando en silencio. Zampanó se levanta desconcertado.
—¡Venga vamos¡ Hace frío.
—Tú lo mataste, se está bien aquí al sol…
Cuando queda dormida, él va hacia su destartalado carromato. La deja sus cuatro trapos, la tapa con un trozo de tela. Deja unas monedas y su vieja trompeta junto a sus manos. Y un Anthony Quinn con la mirada perdida la abandona para siempre. No se volverán a ver.
El viejo neorrealismo italiano, con sus películas en blanco y negro. ¿Lo disfrutarán las nuevas generaciones? Todo es tan efímero como la estanquera de “Amarcord”. ¿No caerá en el olvido y apenas será pasto para los expertos y amortajado en la Wikipedia? Demasiados datos y medios para cada día, menos verdadero conocimiento. Es necesario volver a las viejas obras del arte moderno… ¡Va todo demasiado aprisa! Y nos parece que no da tiempo para lo verdaderamente importante. ¿No tienen esta sensación, de vez en cuando?…