LEGANÉS

La CEMU: el algoritmo de la sonrisa cosida de valores para los muchachos

Prólogo:

“Si un Niño vive con aceptación y amistad, aprende a encontrar el Amor en el mundo”; Constitución del Niño, diseñada, escrita y dibujada por Tío Alberto.

Prefacio:

Una de las mejores poetas contemporáneas de nuestro país, Isabel Escudero, plasmaba en uno de sus tantos versos que “nunca se sabe, nunca se sabe, si dando un rodeo doy con tu calle”. Vueltas y rodeos pintan de muchos sabores. Algunos evolucionan en una suerte de extravíos que parecen envolver al aturdido en letargo existencial. Pero, ahí, en medio de sombras, en el quicio de la desorientación, aparece la calle. Aquella que de un plumazo prende luz con la llama de los puntos cardinales inherentes a todo ser: alegría, amor, paz, justicia, fe y libertad.

 

Acto principal:

La ciudad dentro de la ciudad. Me encuentro en la aduana de la CEMU. Hasta el momento sé de ella lo que uno alcanza a conocer desde fuera. Tras un tiempo con la intención, voy a intentar descubrir algo más. No obstante, no es mi propósito conformarme con apuntar su dirección, la fecha en que fue fundada o los nombres de las distintas instalaciones. No. Mi pretensión se arrima a ser testigo de su esencia. Por eso, podía esperar. Me acaban de indicar cómo ir hacia las oficinas, pero hace como cinco minutos que voy de un lado para otro. Banco, discoteca, colegio, radio… ¿Y las oficinas? Es enorme, sí. Busco a quién preguntar de nuevo, pero delante de mí sólo tengo un pavo hocicando la primavera. Finalmente, un jardinero me echa una mano.

Ya en mi destino me encuentro con Maía Ordóñez, directora pedagógica desde hace 20 años y otrora maestra. Es una de las hijas de Paquita Gallego. Ello me da pie a contarle sucintamente, mientras tomo asiento, que mi grupo de teatro ha colaborado con el comedor. “Son entidades complementarias, nos llevamos muy bien”, me responde. Una adolescente Maía se acercó al espíritu de este proyecto, que ha ido creciendo con el riego de la ilusión y esfuerzo de décadas, siendo una de las voluntarias. “En la primera etapa éramos muchos los externos. Nos llamaba la atención un lugar que promovía la participación infantil y juvenil. El Tío Alberto nos daba la posibilidad de reunirnos, opinar, proponer actividades… Además ya había niños con algunas dificultades con los que interactuábamos, siempre dentro de un juego, de democracia”.

Efectivamente, el espacio ha ido creciendo. Actualmente, disponen de tres residencias de protección con 60 muchachos que ahí viven, de los que Maía es responsable legal, y algo más de 300 que asisten al cole.

Maía hace cierta semejanza entre su madre y el hoy su marido, Tío Alberto, “ambos con una gran sensibilidad por lo humano y la justicia social”. Alberto Muñiz, 1938 y natural de León, estudió arquitectura. Ya desde niño dejaba entrever algo inherente a su ser, la preocupación por el de al lado. Si veía a alguien con frío, se quitaba su abrigo para dárselo. Con el paso de los años y metido de lleno en sus estudios, conoció al padre Silva, a la sazón fundador del Circo de los Muchachos. Alberto, quien más allá de lo técnico es artista, dibujaba a los niños y fraguó amistad con el religioso. Visitó el circo en Ourense y el germen ya no pararía más. Una vez establecido en Leganés junto con su colega Andrés García Quijada comienza a entregarse.

“Alberto es muy afectuoso, muy niñero, y detectó que no todo el mundo podía pagar los libros; lo hacía él”, recuerda Maía. Así, Alberto, con una buena posición económica, decide abrir una pequeña ciudad, en el año 70, en los bajos de un edificio del Centro de Leganés. Utiliza todo su saber y entender para diseñar una mini ciudad. La solidaridad fue creciendo y el lugar se quedaba pequeño y pasó a unos locales más grandes, los actuales. Todo empezó con una cabaña, luego un edificio… Se pidieron unos créditos para iniciar la construcción. “Fue Alberto quien compró estos terrenos. Él ha dado prácticamente todo su dinero a este proyecto y al del padre Silva”, recalca Maía, a la par que responde a mi pregunta sobre el rol de las administraciones; “finalmente, todo se ha organizado de una forma más institucional, no nos gusta autodefinirnos como institución porque no lo somos, eso es algo que está por encima de nosotros, pero ya se empezó a organizar todo de una forma más profesional”.

La filosofía

Basta con tener ojos para darse cuenta de lo genuino del ambiente físico. Nada que ver con otro centro de protección. Todo adaptado a las necesidades infantiles y con los servicios que puedan precisar. Según Maía, “esta parte física tiene una importancia grande en el desarrollo de la actividad pedagógica. Por otro lado, está el ambiente psíquico o emocional. Ahí el proyecto educativo se basa en la participación infantil. Remontándome a cuando yo tenía 15 años, aquí los niños se erigen como líderes, como referentes de autoridad, hay una corporación, una alcaldesa…” Quizás ahora no se le dé tanto mérito, pero esto era rompedor en tiempos de una dictadura. Aquí los niños votaban cuando ni siquiera en España existía democracia. Por ahí, una suerte de visionario, “Alberto siempre ha ido un poco por delante y avanzado en pedagogía, quizás poco reconocido en sus inicios, pero en este momento estamos recogiendo mucho ánimo y refuerzo positivo por parte de instituciones, administraciones y de personas que están en el mundo de la educación porque es un modelo que funciona. Muchos niños que vienen aquí encuentran un motivo para seguir adelante, valores por los que luchar, una mano amiga…Y es que aterrizan con situaciones muy complicadas, pero ahí está ese punto de luz en las tinieblas, aquella calle que, para algunos, actúa de único referente.

¿Y al hacerse mayores, qué? “Muy emotivo y a la vez difícil. Es a los 17 años cuando se dan cuenta de que se van a tener que ir, empiezan a entrar en conciencia. Los preparamos para la autonomía porque evidentemente les tenemos que hacer entender que no somos como un globo que se pueda seguir hinchando e hinchando… Si se quedan no pueden venir otros. Es duro también para nosotros, ya tienes a un niño recuperado o en una situación bastante buena con quien has creado unos lazos de afectividad importantes y se va. Afortunadamente, ahora hay pisos que gestiona la Comunidad de Madrid compartidos. Se van con las familias si están bien, porque las hay que se recuperan bien económicamente o emocionalmente. Los que no tienen o no están recuperadas van a pisos de autonomía para mayores y a empezar a hacer su vida. Un enorme porcentaje sale bien, es nuestra gran satisfacción”.

El colegio

Se trata de un centro privado y concertado. Maía me cuenta que “siempre, a tope. Ahora mismo todas las plazas, cubiertas. De hecho nos llegan niños a la residencia, ahí nos llegan durante todo el año, y no pueden entrar en nuestro colegio porque no hay plazas y se les deriva a centros de fuera”. El cole de la CEMU es muy solidario, siempre pendiente de quien puede precisar becas o ayudas, cuenta con aulas de referencia para desdobles de necesidades especiales, aula de enlace, así como un aula especial para niños con problemas de aprendizaje o situaciones de absentismo escolar. En suma, “es un cole privado, concertado, pero trabaja mucho la integración y valores y es muy demandado”. Y para todo esto hay un motor en torno a 80 personas que cubre distintas responsabilidades y a quienes, desde la Dirección, se les invitar a tomar como propia la causa.

A corazón abierto

Más allá de lo puramente académico, aquí miran de frente a la vida. No se enfrentan con ella, no; sino con los problemas. Es posible que muchos muchachos y muchachas vengan en el límite. Sin embargo, siempre he pensado que los límites se abren en nuevas posibilidades. Le comento a Maía que yo me imagino a Alberto, a ella misma, a los educadores, sentados con un niño mientras tratan sobre sus desvelos. “Eso, todos los días. Y luego, además, tenemos otro tipo de encuentros más formales. Me refiero a una asamblea semanal con todos los niños desde los pequeñitos hasta los mayores presidida por los propios niños. Son ellos los que dan turno de palabra, opinan…  A los adultos también se nos da turno de palabra. Hablamos de lo que ocurre durante la semana y es un incentivo de participación importante. Desde el más pequeñito con tres años levanta la mano si lo necesita y se expresa y se les tiene en cuenta. La alcaldesa propone actividades”. Le expreso a Maía que estos chavales con sus problemas son gente con un corazón abierto y noble; “completísimamente de acuerdo. A veces, nuestra labor es quitarles la coraza. Al principio, a veces literal, a veces metafórico, no te dejan ni acercarte a sus problemas… Es un proceso. Los técnicos de la Comunidad de Madrid les irán a un sitio especial. En cuanto llegan ven a niños chiquitos decidiendo todos en silencio, que te da la palabra en el estrado una chica que dice que es la alcaldesa, o te dan un aplauso por haber llegado. Un recibimiento totalmente integrador”, ilustra Maía y prosigue, “Alberto siempre ha dicho en su teoría de educación que el adulto es importante, pero no es aparente. No es tanta la apariencia, pero sí importante su labor y presencia, les da seguridad. Respetando los tiempos, la privacidad. Cuando ven que están en un lugar que les importa, empiezan a adquirir compromisos y todo va mucho mejor…”

Así las cosas, muchos se sienten hijos de él, “muchos, muchos. Especialmente los de cierta edad le consideran un padre. Las últimas generaciones le consideran muy tío, le llaman así con un cariño especial”. Ahora Alberto está menos en las residencias porque “ya tiene una edad en la que empieza a estar un poco más cansado de la intervención directa y porque además está ahora en un momento de síntesis con sus trabajos”.

Abnegación minuto a minuto

Maía y Alberto tienen una hija en común. “Ella está muy integrada. Pertenece también a la corporación municipal, es una de las concejalas. Aunque vive con nosotros, tienen amigos entre los adolescentes. No hay celos, la verdad”. Sé que los dos, como el resto de personal, echan muchas horas. A Alberto le absorbe la gran cantidad de su tiempo, por no decir la totalidad. No me voy sin preguntarle a Maía cuáles son sus aficiones; ir al cine o pasear, me contesta. Otra duda me asalta, ¿suele salir el Tío Alberto de la CEMU? Antes de dar respuesta, Maía se ríe, “Alberto no sale casi nada porque es feliz aquí y no hay quien le arranque. Yo a veces le digo, Alberto tenemos que salir que parecemos dos setas que nos hemos anclado. Mira, ayer (16 de mayo) conseguí, era nuestro aniversario, irnos a cenar por la noche los tres, también era el cumple de mi hija”. “Pues ya si sois del Atleti (se proclamaba campeón esa misma noche), celebración estupenda”, me sale… “Ya cuando volvimos vimos lo del Atleti. A Alberto lo invitaron al palco en la semifinal en el Metropolitano. Excepcionalmente, salió. Hombre de vacaciones sí, pero pasamos mucho tiempo aquí…” En Nochebuena suelen marchar a León, pero en Nochevieja la festejan a lo grande aquí. El salón grande con chimenea acoge a esta enorme familia, ponen un mantel especial y los niños con pajarita al cuello.

Me despido de Maía, que continúa con sus tareas. Una amable educadora me hace una visita guiada por distintos lugares de la CEMU. Y así me marcho de donde tantas vidas vuelven a sonreír merced a la alquimia de los valores. Casi 50 años, en breve, caerán sobre la osamenta del Centro, sin embargo, pese al guarismo, se encuentra en pleno verano de su belleza. Por mucho tiempo más.

Epílogo:

‘Se puede crear pintura, escultura y música abstracta, pero una casa, un amor y un poema no pueden ser abstractos’, Gloria Fuertes.

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