El desencanto frente a la integración europea es algo que viene
ya de lejos. No debemos asombrarnos, por tanto, ni debe cundir
el desánimo porque un juez alemán se haya creído el árbitro
supremo en la interpretación de la Euroorden al poner sus
propias condiciones a la extradición de Puigdemont. Aunque
estemos ante un tema que afecta directamente a la existencia
misma de la UE, esta utopía que nace con el deseo de derribar
fronteras y de superar nacionalismos y que después de 60 años
se encuentra ahora con un resurgir peligroso del nacionalismo y
de fronteras legales, esto no debe darnos pie para aflorar
nuestro propio nacionalismo profundo. Soltamos improperios
contra la UE porque un juez no español o algún político europeo
muestra simpatía por el independentismo catalán, cuando estamos
viendo cómo hacen esto mismo otros políticos españoles o
incluso cómo partidos políticos españoles llamados
constitucionalistas están colaborando con partidos
independentistas (tripartito, Gobierno del país vasco y un
largo etc.).
Tanto o más peligrosos que los nacionalismos regionales son
los nacionalismos estatales. Querer aplicar la Euroorden según
el propio criterio y según las normas del propio país, es un
nacionalismo peligroso que amenaza con dinamitar los
fundamentos de la construcción europea. Aplicar la legislación
de la UE como a cada juez le parece bien y según la legislación
nacional es decir que por encima de la legislación de la UE
está la legislación nacional, es volver de nuevo a los
nacionalismos, es levantar barreras entre los países y, por
tanto, entre los ciudadanos, es olvidarnos de que a pesar de
las deficiencias de la UE, ésta nos ha proporcionado a los
europeos el más largo período de paz de los tiempos modernos,
es olvidarnos de las muchas cosas buenas que nos ha aportado
estar dentro de la UE. Algo bueno debe de tener, cuando tanto
interés tienen Putin y Trump en destruirla.
Sin embargo tenemos que reconocer que hay mucho nacionalismo en
Europa. La simpatía que encuentra Puigdemont en Alemania o en
Bélgica ni es casual ni es fruto de la pericia de los
independentistas o de la impericia de los gobiernos españoles.
Hay mucho independentismo regional, porque hay mucho
nacionalismo de Estado. Y este nacionalismo de los Estados es
lo que está haciendo que Europa no funcione, que no pueda
afrontar los grandes problemas sociales y que los ciudadanos se
sientan desilusionados por la integración europea. Hace ya
mucho tiempo que los cuestiones importantes de Europa quedan
fuera del control de las Instituciones de la UE (Parlamento
Europeo, Comisión y Tribunal de Justicia), y se deciden en el
marco llamado intergubernamental, que no es el marco propio de
la UE. Caminamos hacia una Europa de gobiernos y no de
ciudadanos, hacia una confederación de Estados y no hacia una
Unión Europea.
Esperemos que los gobiernos se lleguen a poner de acuerdo sobre
la aplicación de la Euroorden o, en caso contrario, tengan la
suficiente modestia para recurrir al Tribunal de Justicia de la
UE -de Luxemburgo- en una cuestión prejudicial, como se suele
hacer en casos similares, para que el Tribunal decida cómo debe
aplicarse la Euroorden. En las últimas décadas los gobiernos
han venido poniendo trabajas tanto al Parlamento Europeo, como
a la Comisión e incluso al Tribunal de Justicia, y todo esto
con el consentimiento de los partidos nacionales. ¿Quién está
impidiendo que la UE no funcione? No son los funcionarios de
Bruselas.
Los nacionalismos regionales no desaparecerán en Europa
mientras en Europa sigan primando los nacionalismos de Estado.
A pesar de todo, no hay otro camino que la UE.