►Se trata de la primera obra del novedoso sello editorial Isla de Delos.
►La autora fue primer Premio Ciudad de Leganés en 1988.
Septiembre, o al menos a mí me lo parece, suele ser un mes un tanto conflictivo. No lo suelo recibir con mucho entusiasmo, pues me corta el tiempo en que las noches, calurosas, se acuerdan de las estrellas y riega la luna los encuentros sobre hierba recién cortada, mientras los versos se hacen carne. Sin embargo, septiembre se reconcilia, al menos conmigo, por su cariz esperanzador. En su aparición irrumpe el horizonte que dibuja nuevos desafíos y abre el mar de las promesas que baña de nuevo las ilusiones del comienzo.
En esas, ha llegado una nueva promesa. Lo ha hecho para quedarse. Se ha estrenado de la mejor manera. Con Marisa Vaquero. Poeta. Persona de reconocido prestigio en las letras pepineras. Suyo es el primer Premio Ciudad de Leganés, por ‘Jardines de piedra’, logrado en 1988. Extensa es su vivencia para con la tierra local, a cuya alma imposible le es descoserse de forma absoluta. Hoy, asentada en Medina del Campo, la autora acudió a presentar su última obra, todo un certero disparo a las agujas del alma, con la bala de la precisión que sólo otorga la palabra bien cosechada. ‘El canasto de la ropa marchita’. La tarde tenía todo para ser especial. Efectivamente, lo fue.
Septiembre ha traído un ambicioso proyecto a la firma de Luceat Ediciones S.L. Será, inequívocamente, generador de alegrías y buenos momentos al amparo del roce entre copas. Nace el sello Isla de Delos. El alumbramiento tendrá para la historia a esta artesana de las palabras.
El escenario elegido es icónico. Punto de encuentro de la inquietud. La Libre de Barrio. Autores de reconocido prestigio oriundo, profesores, periodistas, amigas, amigos, gentes, en definitiva, que beben de la alberca de la Cultura completaban el aforo. Iban tomando asiento alrededor de la mesa central. Luz tenue. La tarde amarraba tintes de reunión familiar. Y en esa idea irrumpía la presentadora, María de la Vega, vecina vinculada tantos a años a la Educación. “Marisa forma parte del paisaje de nuestra vida. Su poesía me emociona y me resulta especialmente dolorosa”, arrancaba. No por la costura de su amistad para con la protagonista exprimía el zumo de la amabilidad. Era un relato sincero. Un abrazo que vuelves a dar a una ‘vieja’ amiga. Marisa, aún sin abrir su poesía, hacía chispear los sentimientos. Electricidad. Ellos la conocen. Ella los conoce. Han pasado los años. No la memoria. Que no es madera, sino metal conductor. Veda abierta al afecto y a las huellas del recuerdo.
Mariano García es el editor. Lo primero que hace es agradecer la confianza de Marisa en la empresa y a La Libre por prestar su espacio. “Es nuestro primer ‘hijo’, que viene con este verde de esperanza”. Septiembre; pienso yo, que escucho atento desde el público a los ojos de Mariano que brillan el suero de la amistad profunda. Aquella que comparte morada con la admiración. En su puesta de largo en sociedad, García explica el germen del nombre del ‘hijo’, “el culpable es Óscar Martínez, profesor y traductor. Él lo sugirió”, al tiempo que aclara el mimado y debatido diseño del isologo de la marca, “estos grandes pilares representan la Cultura. Y el nombre… Allí nació Apolo. Nos provoca la belleza, la perfección”. Mariano García nos recuerda que la autora “es de producción serena” y que “fue cofundadora del Colectivo Literario Leopoldo María Panero”, mientras que describe su trabajo como “poesía intimista, de versos cortos, suaves, a veces; duros en otras y sorprendentes siempre. Es ese mar que dice María”.
Ahora era su turno. Marisa se abría ante su gente. Ante los de entonces y que la acompañan ahora, en ese camino a cuestas con el canasto. “Sueños que fueron, nostalgia por los que ya no están, es lo que contiene”, comienza. El libro está cogido por una horquilla de dos años. Según continúa Marisa, estos “no fueron fáciles, me ahogaron, pero también recuerdo, por ejemplo, la escalera de la casa de mi abuela, cosas de mi madre o de un baile de pasión”. Y es que Marisa soñaba con convertirse en mariposa y despertarse “como un arca”. A menudo “pensaba que ya no quería más. Imaginaba cómo sería mi muerte. Cuándo llegaría. Relajada y tranquila…”.
Y así le fueron surgiendo los poemas, paridos desde una habitación con una gran ventana con mucha luz y mirada al Sur. No obstante “aunque fuera soleada, era un zulo”, reconoce al tiempo que la sinceridad le desnuda el interior, “me da mucho pudor hablar de los poemas, pues están realizados por la experiencia de vida que tengo. Y, durante años, ha habido una sucesión de ausencias, que ha dejado un vacío en mí imposible de que yo pueda llenar”. Ha decidido dar la espalda al “amargor” y presentarse tal cual, “cuando viene la oscuridad solemos reflejarla. Salí huyendo de Leganés y no sabía de qué. Ahora sí lo sé. De mí misma. Ahora vivo en un pueblo que me hace feliz. Soy otra persona. Y hasta tiempo tengo de terminar otro poemario que nada tiene que ver con esto”.
Tras esto, era el momento de abrir la caja. Marisa dio la responsabilidad de sacar algún poema del canasto a Mariano. Su profunda voz entonaba con certeza los cantos del primer libro de Isla de Delos. Deleite del público escuchante y pellizcos al latido. Mariano García hace un paréntesis mientras sigue la guía de sus adhesivos de colores en busca de algún poema más. Pasa por uno dedicado a su persona. “Éste no lo leo. Comprendan que sería un exceso de egolatría”. El punto llega cuando lee los que están dedicados a las tres hijas de la creadora, Marisa, Gema y Vanessa.
Cae la noche. Se perpetúa el momento. Otro tatuaje más entre Marisa y los suyos. Los asistentes la saludan y coinciden en dos palabra para etiquetar el aroma de la cita, “qué agradable”.
Septiembre ha traído en cierta manera un recodo del verano. Que ha habido calor, aún en lo marchito. Hay luz. Salud.