La razón de ser de una farmacéutica es ganar dinero pero no a cualquier precio.
“El Informe Belmont –escribe Victoria Camps–, en el año 1981, estableció los principios de la bioética –beneficencia, autonomía y justicia– y puso los fundamentos de una reflexión que hoy tiene alcance universal”
MODESTO GONZÁLEZ ♦ Es inaceptable defender que, puesto que los nuevos medicamentos que curan la hepatitis C son aparentemente muy caros, tan solo se les prescriba a los casos más graves, a los que pueden morir de cirrosis o cáncer de hígado en pocos meses. El precio en el mercado impuesto por las farmacéuticas en nuestro país es de 45.000 euros pero el Colegio Oficial de Médicos afirma que “el coste real de producción de los fármacos antivirales orales –los que pueden curar la Hepatitis C en un 95 por ciento- puede oscilar entre los 50 y 100 € por paciente”.El resto, es decir, la totalidad de los portadores de este viro silencioso pero no por eso menos asesino, no les queda otra salida que refugiarse en su casa con la esperanza de morir de cualquier otra enfermedad.
No solo es inaceptable defender este planteamiento, además es inmoral, contrario a los más elementales principios de la ética, en este caso concreto de la hepatitis C, de la bioética. “El Informe Belmont –escribe Victoria Camps–, en el año 1981, estableció los principios de la bioética –beneficencia, autonomía y justicia- y puso los fundamentos de una reflexión que hoy tiene alcance universal”.
El principio de autonomía se refiere a que el enfermo sea cual sea su enfermedad es quien tiene la última palabra. El enfermo de hepatitis C, por ejemplo, es quien decide si quiere o no que se le prescriba el medicamento de nueva generación que puede curarle.
El principio bioético de la beneficencia es tan importante como el anterior. Una beneficencia que no hay que confundir como ocurría no hace mucho en nuestro país con la medicina para los pobres de solemnidad. Incluso se celebraba todos los años una corrida de toros en Las Ventas para recaudar fondos, la llamada Corrida de La Beneficencia. El Gobierno da pruebas de querer volver a instaurar en nuestro país ese modelo de sanidad pública. El principio de beneficencia, que tome nota el actual ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, consiste en prescribir y suministrar el tratamiento más eficaz al enfermo sin que importe la edad, el color de su piel, el barrio o la ciudad en la que viva, su orientación sexual o cualquier otra circunstancia. Está muy claro, al enfermo de hepatitis C, sea quien sea, la ética obliga a los hepatólogos, en primer lugar, que los nuevos medicamentos, sin más, estén ya aplicándose a todos los enfermos de forma universal y gratuita. Es de justicia.
El tercer principio bioético es el de la justicia. Pudiera ocurrir, por ejemplo, que en nuestro país hubiera unos 30.000 enfermos de hepatitis C y tan solo fuera posible adquirir una medicina que cure, dado lo elevado del precio de la misma, para tan solo 7.000 de estos enfermos. En ese caso habría que aplicar unos criterios de justicia distributiva. Ese criterio, nunca debería basarse, en si se es más rico o más pobre, en si has nacido en Extremadura o en el País Vasco, si has venido del pueblo o naciste en la ciudad, si no sabes leer o eres profesor de filosofía… si tu hospital es el Quirón o el Severo Ochoa.
Las autoridades sanitarias con el Gobierno a la cabeza, poniendo de manifiesto su falta de principios éticos, por mucho que digan que son devotos de la virgen del Rocío o del Jesús de Medinaceli, nos han dicho que por culpa de la severa crisis económica que padecemos no es posible suministrar este medicamento a todos los enfermos. El principio ético de justicia, en este caso concreto, no puede ser otro que obligar, por las buenas o por las malas, a las farmacéuticas a entrar en razón y abaratar al máximo el medicamento. La razón de ser de una farmacéutica es generar nuevas medicinas además de ganar dinero, sí, pero no a cualquier precio entre otras razones porque la salud, que lo sepa todo el mundo, el Gobierno el primero, es lo último que se pierde.