“¿No tendrás puesta alguna lavadora? Te lo digo, porque hace dos horas que hemos cortado el agua… Joder no te quejes, que si quieres te digo donde está la fuente. Peor fue la semana pasada que se fueron los plomos de la luz todo el día”. Lo deje pasar, además tenía que ir al baile. En ocasiones coincidimos varias personas adultas, en el alto de las eras y hacemos posturitas, acompañados de movimientos rítmicos oteando el horizonte. Para cualquiera no iniciado, pensaría que estamos de la chaveta, pero lo cierto es que es la única manera de conseguir cobertura en el teléfono móvil y así lograr comunicarte con el exterior.
“Como en el pueblo, en ningún sitio”, me dijo mientras me serbia un botellín. Veinte céntimos más caro ¡claro! Para eso estamos en el pueblo. Eso se aprende cuando vas al colmado que está, a dos pedanías más allá (aquí un coche en propiedad y pagar el seguro, resulta totalmente una necesidad básica), en donde se echa la mañana entre tenderos sin estrés y abuelitas dubitativas y el rollo de papel higiénico cuesta diez céntimos más.” “¡Es que hay que traerlo!”…
Se esta tan ricamente, hay que reconocerlo… si pasamos por alto las moto sierras, excavadoras, el trasiego de inmensas maquinarias agrícolas y los atolondrados ladridos de los perros. El hedor de los purines, las plastas de los bóvidos, los pasos de los rebaños más diversos y las nulas depuradoras… se está muy tranquilo y a veces huele de maravilla, muy a gusto en definitiva.
“Colchones… ha venido el colchonero. Retiramos su colchón viejo”… “Melones de la mancha, piel de sapo auténticos. Pura miel”… Ese silencio rural, tan enaltecido. Si tan solo chirrían tres pitidos después del mediodía es el del pan o el pescadero. Pero ese, el de los congelados tan solo los miércoles, que también por la mañana está el médico. El resto de la semana mejor no ponerse malo, que el autobús de la mañana que lleva a los tres niños a la escuela del pueblo del colmado, cogiendo otro nos llevaría al hospital más cercano y no hay muchas ambulancias para tantas prisas.
“Como en el pueblo no se vive en ningún lado”. Es muy corriente escuchar la repetición de esta frase hecha, en todas sus variantes. Cuando a la fresca, ya se puede salir, las cuatro almas que por allí andamos nos juntamos en buena compaña y nos tomamos el botellín encarecido (¡Es que hay que traerlo!). “Lo único que no hay curro y del campo ya casi ni se puede vivir los pocos que estamos, que si no. Como en el pueblo en ningún sitio”.
“Pues menos mal”- les digo.
“Vosotros los de ciudad, siempre lloriqueando sois de mal conformar. Siempre quejándose por un quítame de allá esas pajas. Nosotros pagamos los mismos impuestos, llevamos toda la vida viniendo a misa los domingos y votando a la derecha, como esta mandaó. Tenemos poco transporte público, poco medico, poco servicio y ninguna escuela… Pero como en el pueblo…”
Acabemos con la sátira, que espero se haya leído como corresponde: Con espíritu crítico ante la realidad y por encima de todo, con sentido del humor. Dicen que el humor es una determinada distancia desde donde se pueden decir todas las cosas, con respeto, pero anestesiadas necesariamente. La distancia que a mí mismo me queda, por llegar a vivir definitivamente en una de estas excelentes poblaciones.
Mis mejores deseos, para las gentes del mundo rural.
Y a arremangarse si queremos tener un futuro…