La soberanía del pueblo se barre de un plumazo, tornándose lo colectivo en individual con tan sólo retorcer cuatro normas estatutarias, cual harapo mojado
Julián Puerto Rodríguez
Nicasio.- Buenos días don Silverio.
Don Silverio.- Buenos días Nicasio
Nicasio.- Qué hace usted don Silverio
Don Silverio.- Dando una vuelta
Nicasio.- Yo por más vueltas que doy, siempre en el mismo sitio estoy.
Don Silverio.- Eso es porque sigues sin comprender el harakiri socialista.
Nicasio.- Desde el comienzo, don Silverio, lo coja por donde lo coja, así que pase el tiempo. No entiendo porque algunos hombres siguen empeñados en creerse dioses y además lo niegan
Don Silverio.- Porque realmente están endiosados. Cuando se ocupa el poder mucho tiempo, rodeados de pomposidad, palmeros y poderosos, los hombres se envanecen, se tornan soberbios.
Nicasio.- Pero pienso que cada uno debe asumir la responsabilidad de sus actos.
Don Silverio.- Ya te he dicho en muchas ocasiones que, convencidos de que Dios se hizo hombre, pretenden los hombres hacerse dioses. Y ese es un mal oficio.
Voz en off.- Aún siendo para mí difícil la comprensión de la eternidad y del infinito, pienso que todo tuvo un principio. Incluso los dioses tuvieron un principio. No importa mi nombre, bueno… es importante, pero no ahora. Soy el responsable principal de que, después del caos y de un vacío de más de cuarenta años, surgieran todos los elementos necesarios para reinventar la política y modernizar el país. Sin mí no existiría nada sólo el vacío más insignificante. Yo encontré un Estado inerte y totalmente desorganizado. Por eso os digo que si yo estuviera en el Olimpo yo tendría el título de primer Dios ya que todo el principio dependió de mí. Por eso todos me deben reverencia y respeto. Sólo quiero recordaros que en este mismo sitio todo fue una oscuridad plena y una sombra total capaz que llenar cada rincón de nuestro país. Pues bien, pese a quien le pese, yo lo volví a iluminar y todo ello me da la potestad necesaria para que todos los vivos y todos los muertos pasen ante mí.
Nicasio.- No se olvide usted, don Silverio, que cuando Dios decidió bajar a la tierra, lo hizo en el Cerro de los Ángeles.
Don Silverio.- Si, ja jajá … Recuerdo con nitidez la confusión y el desconcierto que se organizó y la narración perfecta que nos legó Jardiel Poncela, pero del que tú hablas, tengo entendido que pasó por aquí como cualquier otro, quiero decir que, en una comparación innecesaria, me pareció más hombre que Dios.
Nicasio.- Yo no debería preocuparme por esas cosas, prometí mi retraimiento político.
Don Silverio.- Has dejado la acción y has retomado la reflexión, has empeorado, así no te relajas.
Nicasio.- Mire don Silverio, llevo dándole vueltas a todo esto, recriminado por votantes que creyeron mis historias, y he llegado a la conclusión de que algunos líderes mueren para vivir.
Don Silverio.- Pero eso ya se lo cantaban al sacerdote Camilo Torres.
Nicasio.- Poca Broma, don Silverio, que no está el campo para truenos.
Don Silverio.- Yo en tu lugar, Nicasio, separaría el grano de la cizaña. ¿Qué pueden importarte esas farsas de comediantes donde hay concertantes, monólogos y movimientos de rigodón…? ¿para qué?
Nicasio.- Para fijar dónde está la soberanía popular.
Don Silverio.- Ya, y resulta que la soberanía del pueblo se barre de un plumazo, tornándose lo colectivo en individual con tan sólo retorcer cuatro normas estatutarias, cual harapo mojado.
Nicasio.- El otro día me comentaba un amigo que los dirigentes socialistas habían decapitado a su líder para luego volverlo a la vida. Eso le daría más fuerza delante de los militantes, simpatizantes y votantes. Por eso decía yo lo de morir para vivir.
Don Silverio.- Siendo esa reflexión digna de imaginación, hay que tener en cuenta, amigo Nicasio, que nos hemos redimido de la opresión de los grandes generales y de los grandes caciques y ahora venimos a ser esclavos de cuatro personajes sin el más mínimo pundonor.
Nicasio.- Eso ya se lo había oído, pero compréndame que una locura como esta no puede estar perpetrada sin una estrategia previa, sin unos objetivos claros, sin unos fines definidos.
Don Silverio.- En muchos casos para conseguir proyectos determinados se hacen con los poderosos contratos financieros que nos dejan arruinados.
Nicasio.- Otras veces nos conformamos con el hueso mondo con que obsequia el amo a sus podencos.
Don Silverio.- Yo recuerdo a un partido progresista que quedó totalmente desprestigiado por una infructuosa guerra que sostuvo durante tres años y que terminó con una bochornosa paz.
Nicasio.- Gracias por sus ánimos don Silverio. Mañana hablamos del desastre del 98.
Don Silverio.- Ya no te acuerdas, pero te dije en una ocasión que al poder se llega por una escalera estrecha, cuyos primeros escalones se han ido rompiendo por el excesivo uso. El problema importante y la lucha difícil consiste en dar con éxito el primer salto y colocarse en peldaño firme. Después cada ambicioso empuja al que va delante y el camino es breve y cómodo (1). Aquí parece que no fue posible esto. Los ambiciosos amañaron la escalera para colocarse delante en el peldaño.
1.- Lanza, Silverio. “Noticias biográficas acerca del exmo. sr. Marqués del Mantillo”. Ayuntamiento de Getafe. Ediciones Libertarias. Madrid 1992.
2.- Foto.- “La Torre de Babel”, ( 1563). Pintura al oleo sobre lienzo. Pieter Brueghel el Viejo (1530-1569). Kunsthistorisches Museum. (Dominio público).