► Según datos no oficiales, al menos 4.000 personas fallecieron en España a causa de esta enfermedad mientras el Gobierno no les facilitaba el acceso a la medicación
► Critica que desde la Plataforma “se hayan olvidado de hacer justicia a quienes se quedaron en el camino”
¿Y esas 4.000 personas? Ramón Dorado, vecino de Leganés, las tendrá siempre en su memoria y de manera más concreta a su mujer. Ella falleció en abril de 2015 a causa de la Hepatitis C. Tenía 66 años. Como el resto de esas almas, lucharon por la medicación que les salvase la vida. No lo consiguieron, pero sí fueron claves en que otros afectados corriesen mejor suerte. Eran tiempos difíciles, por no decir imposibles, de cara a obtener el fármaco para esta patología, el Sovaldi. El Gobierno, el PP de la mayoría absoluta, se ponía de perfil, mientras la industria farmacéutica pedía cantidades que se escapaban de las realidades de las cuentas corrientes de la media. El medicamento proporcionaba, prácticamente en su totalidad, la salvación. Hace tres años los encierros y las manifestaciones se sucedían. Ramón es tajante; “no hay derecho. Considero esas muertes como presuntos genocidios de Estado. Si una medicina puede salvar y no se facilita, ¿cómo se llama eso? Te diría que nunca se llegó a conocer el coste, pero a una vida no se le puede poner precio”, afirma Ramón. Otrora también pregonaba ese pensamiento la Plataforma, sin embargo y según Ramón “se prohibió más adelante” llevarlo como leitmotiv. Ahí algo le empieza a chirriar al protagonista de este reportaje, que agradece el trabajo de los hepatólogos del HUSO, si bien opina que “estaban atados de pies y manos. Hablé con el gerente y me dijo que no podían hacer nada. Ellos hacen un juramento en pos de salvar vidas. Mi dolor e impotencia es que ni un gesto tuvieron en ese sentido estos señores. Ignoro si por miedo o qué, pero si hay un medicamento que puede salvar vidas y no realizas ni una manifestación como profesional, creo que lo mínimo es no contribuir con silencio a esa falta de medios”.
La vida de Ramón cambió radicalmente. Es sincero cuando cuenta que no se ha sobrepuesto y que piensa en ella y en ello varias veces al día. Es un hombre embargado por la tristeza, pero sin revancha, “no conseguiría nada con eso”. No obstante, esto no quita para que desvele que le gustaría ver a los responsables dando cuentas ante la Justicia, aunque, con dosis de realismo, duda que esto pueda suceder. Alguna esperanza más guarda en que “algún partido político u organización se acordasen de las 4.000 personas que quedaron por el camino y con su fuerza recobrasen el tema, sobre todo, para que no vuelva a pasar”
¿Fondos para qué?
Le pregunto si, en algún momento, alguien les habló de dinero y les expresó claramente la contrapartida de salvar la vida de su familiar, “no se nos informó a las familias, eso sonaría muy mal. Ni siquiera se nos facilitó adquirir esas medicinas. Aunque, para quien no conocemos los paraísos fiscales y que somos gente sencilla que trabajó por levantar este país habría sido inasumible llegar a las cifras de las que se hablaban. Pero que lo hubiesen dicho porque si mi última opción por salvar a mi mujer hubiese sido hipotecarme lo que me quedase de vida, lo habría hecho”, mientras añade sobre los laboratorios que “tienen más poder que los gobiernos y éstos creo que no hacen por socializar las patentes y hacer servicio de ellas. Nosotros somos una hormiga en la sociedad. Yo soy casi analfabeto, pero, de vez en cuando, veo que salen presidentes, ministros con las puertas giratorias abiertas en laboratorios, eléctricas. ¿Es casualidad? El capital puede todo. A los pobres como yo, nos llega tarde, mal y nunca”.
Para él, este tema, a diferencia de otros, quedó sumido en letargo. Guarda la esperanza de que contando su historia “remueva alguna conciencia o bien otros lo retomen. Hagamos un llamamiento a la memoria porque hay quien no se va a olvidar”. ¿Y si tuviese enfrente a Ana Mato, la entonces ministra de Sanidad y famosa por no saber dónde guardaba sus coches?, “ni sé mi reacción. Desconozco cómo puede haber personas así, estarán vacunadas. Y van a la iglesia y se ponen la banderita. Eso no puede tapar sus vergüenzas. Yo he hecho cosas mal, pero no estar en la situación de poder salvar una vida y mirar para otro lado. En este mundo hipócrita hay maldad producida por los intereses económicos”.
La desmemoria de los salvados
¿Qué ocurrió con la Plataforma? “Borraron de sus recuerdos a los que quedaron en el camino. Pasaron tres presidentes y el tema se fue olvidando. Se dijo que había que centrarse en los que tenían posibilidades. Me conocen de sobra, si alguno lee este reportaje y se le remueve algo… Aquí estoy. Les tendría que doler haberme dejado en la estacada. ¿Todos se han vendido? Yo me alegro muchísimo por los afectados, y sus familias, que salvaron su vida. Pero que tengan muy presente que también se debe a movilizaciones y apoyo que en su día tuvieron del pueblo y esas 4.000 víctimas también participaron. Es muy ruin que personas salvadas se olviden de quienes participamos”. Y es que Ramón estuvo siempre, hasta el día en que fueron a La Moncloa, tan de moda estos días, y el malogrado (políticamente hablando) Rajoy les respondió “yéndose a Toledo a comer perdices. Parecíamos casi delincuentes”.
Según me cuenta, los abogados de la Plataforma acordaron llevar querellas exigiendo esas responsabilidades, que no curarían a Ramón, pero algo tranquilizarían. Se rechazó para su sorpresa en una asamblea. La denuncia iba por las víctimas que habían fallecido por no serles facilitado el tratamiento. “La inmensa mayoría se apartó y dijeron que eran temas individuales. Que cada uno nos defendiéramos cómo pudiésemos. Algunos votaron a favor, pero muy pocos. La mayoría a toque de cencerro de los representantes que opinaban que esas víctimas estaban bien donde estaban. Y la abogada, que era maravillosa, terminó llorando abrazada a mí. ¿Cómo puede ser que personas que habían salvado su vida, insisto, entre otros factores, por los que se quedaron en el camino, se les negase la posibilidad de que se hiciese justicia, de solidaridad? Fue un mazazo”, recuerda Ramón.
A sus 74 años, comenta, le es complicado empezar de nuevo. “No he podido olvidar. Voy a un psicólogo de la Seguridad Social cada tres meses y a un grupo de terapia semanalmente. Intento hacer otras actividades, pero no acepto la soledad. Tengo dos hijos estupendos, pero ellos tienen su vida y han de hacerla”.
Ramón no dejará de pensar en esas 4.000 almas cuyos decesos entonces sí consideraban desde la Plataforma que “no eran muertes, sino asesinatos”. ¿Por qué desmemoria ahora? ¿Dónde ha quedado? Su corazón guardará para siempre el aroma de la mujer que conoció con 14 años. ¿El dinero de este mundo les rompió la historia?, reflexione el lector. “Ella avisó de su enfermedad y se le podría haber puesto el tratamiento. Esa herida me la harán llevar a la sepultura. Aunque yo no lo vea, ojalá paguen los responsables; pena más grande que la mía no les va a poner un juez”, concluye.