Menos ella, todos hemos discutido y hablado durante semanas sobre este viaje. Tanto grito, tanta charla, tanto aspaviento. Tanto huir del silencio. Tanto para nada. No importa, no sirve; es inútil. Nada desaparece. Ya nadie dice nada, ninguno calla. Donde hay tantas palabras, se pierde el verbo.
Pero de nada nos vale. Nada desaparece. Me niego a predecir el futuro. Conocer el último porqué de nuestros actos, no es posible. Al fin, no nos queda otra alternativa, hay que actuar de una u otra forma, no nos podemos quedar al margen y hemos de tomar una decisión. ¿Entenderla, para qué? Me niego a predecir las consecuencias del presente.
Las carreteras discurren entre dos filas de árboles centenarios, de tronco grueso, cuyas copas forman un túnel de follaje. De reojo, mientras conduzco, observo una vibración breve en las manos de mi madre. Secretamente envidio su ceremonia, la serena inmensidad de sus horas.
Mi madre baja del coche, vestida de negro, se dispone a morir sola en las próximas semanas en esta residencia. Me lo ha dicho concisa y seriamente.
Me pregunta por las pesadillas que tenía de pequeño, las recuerda aún mejor que yo. Soñaba con que me tragaba una serpiente gigantesca y despertaba aterrorizado, cuando llegaba a mi nariz un olor terrible… A veces, caminaba por el campo de noche. Al cabo de un tiempo escuchaba unas pisadas y el jadeo de un lobo a mi espalda. Paralizado giraba la cabeza y me quedaba hipnotizado mirando a sus ojos fríos, bajo la luz de la luna. Me sentía solo e indefenso ante la bestia, pero seguía mirándole…
No ya no tengo pesadillas. Ella ha asentido y no ha dicho nada. Ha dejado la maleta sobre la cama de su nuevo cuarto, y yo me he ido a hablar con las cuidadoras…
