ESPECIAL

Viajando en silla, ¿es Leganés una ciudad accesible?

 

Lo ideal sería no ir mirando al suelo, buscarse trucos o darse siete vueltas para llegar a un lugar”

La comisaría o el Ayuntamiento de Leganés no son edificios públicos 100% libres de barreras arquitectónicas


 

 

18h. Glorieta de LE-GA-NÉS (más conocida entre los vecinos como la de Los Cabezones). 38°C a la sombra marca el reloj digital que acompaña a esta rotonda. Tengo cita con dos personas de la Asociación de Esclerosis Múltiple de Leganés, Begoña Martínez y Mar Álvarez. El objetivo y la pretensión es responder a una pregunta cada día más importante en nuestra sociedad actual, ¿es Leganés una ciudad accesible? Para ello, me pondré en su propia piel. Begoña lleva siete años de sus 44 en silla de ruedas, mientras que Mar alcanza un lustro de sus 49. En el día a día de una enfermedad como la Esclerosis se trata de ir luchando contra ciertas barreras. Algunas de éstas son, precisamente, las arquitectónicas. De alguna manera, somos conscientes de estos verdaderos quebraderos de cabeza cuando nos toca vivirlo en primera persona o tenemos algún familiar, amigo o alguien cercano que lo vive. Si tenemos la fortuna de no dirigir una silla de ruedas, por lo general, no caemos en la cuenta de que hay que salir con mucha más antelación de casa por lo que pueda ocurrir durante el camino. No somos conscientes de que nuestro trayecto depende de la autonomía de una batería, de no saber si podremos entrar en un sitio, de quedarse encajado entra baldosines, de optar por la calzada cuando la acera es inaccesible para la silla y un largo etcétera… Por todo ello, y para conocerlo de primera mano, me esperan ya Begoña y Mar a un lado de los tres cabezones que sostienen las sílabas de Leganés.

Vamos a emprender nuestro paseo por algunas de las calles más céntricas de la ciudad. Iremos buscando la sombra; el sol y la esclerosis múltiple no se llevan bien. A partir, de este momento me pongo a su disposición y son ellas quienes guiarán mis próximos pasos por Leganés.

No vamos a tardar en encontrarnos nuestra primera barrera. Enfilamos la Avenida 2 de mayo con dirección a la Universidad. A mano izquierda, unos bloques antiguos cuyo vestido blanco se resiente por el paso del tiempo; a mano derecha, la carretera. “Cuidado con esto”, se avisan entre sí. Miro hacia atrás y señalan algo que yo ya había dejado atrás (foto cinco). Podría resultar insignificante, pero no lo es. Las calles levantadas, adoquines fuera de su sitio, baldosas rotas… Es una situación que hay que evitar. Los amortiguadores se resienten y la silla baila, como males menores. Es algo que para los demás puede pasar inadvertido. Es importante mirar el estado de las calles por las que se transita. La vista previa al suelo se antoja más necesaria que nunca. Ahora me posiciono detrás de ellas. El siguiente sorteo no se hace esperar. “No sé si pasaremos por aquí”, oigo a Begoña que avisa (foto siete). Miro a mi alrededor y veo un árbol en medio de la acera. Una acera que termina en unas escalaras (camino a ninguna parte para nosotros) si bien a mano derecha hay un paso de cebra. No en vano, no conseguiremos llegar hasta él. Begoña acaba de comprobar que no cabe la silla. Nos dice que hay que darse media vuelta y desandar lo ya recorrido. Puede parecer un fastidio y, efectivamente, lo es. Mientras hacemos maniobra para darnos la vuelta, Mar me señala que “esto es muy normal que pueda suceder. Aunque ya con el tiempo calculamos las distancias y cuando vemos algo así sabemos si nos alcanza para pasar o no”.

Pensaba hace un momento que estas tesituras pueden producir fastidio. Hablando con ellas me doy cuenta de que puedo tener razón, pero esto sólo ocurre al principio. Es decir, en el inicio de la silla de ruedas. Poco después, hay que asumir la buena filosofía del humor e incluso saber reírse de estas situaciones. Desde luego, Begoña y Mar son un gran ejemplo de ello. Si se ha medido mal una distancia y hay que darse la vuelta, se da con una sonrisa.

Ahora nuestro itinerario nos lleva hasta una de las más conocidas calles de Leganés, Juan Muñoz. Antes de eso, pasamos por la comisaría. Es un edificio público, pero no está al 100% adaptado. Sorpresa notable. La entrada para la comisaría de Leganés está presidida por una gran escalinata cerrada. Esto, sin rampas ni similares. Hay una solución, pero como me comentan mis acompañantes no funciona siempre. Esa solución se llama elevador para las personas en silla de ruedas. Aquí viene una de las anécdotas de mano de Mar. Me cuenta que en una de las renovaciones del DNI le pilló estropeado este elevador con el consiguiente cambio de cita y día. Debe ser un derecho que cualquier vecino pueda acceder en cualquier momento del día a un edificio como es una comisaría y que, para los que no pueden subir escaleras, no tengan que depender del (mal) estado de un elevador.

Ahora sí, en Juan Muñoz. Se trata de una las calles más conocidas y concurridas de la zona céntrica de Leganés. En un primer momento, parece que es un buen lugar para poder caminarlo con silla. Pero, como ocurre a menudo, no todo es lo que parece. Una de las características que acompañan a Juan Muñoz son los números comercios y tiendas de barrio que dan vida a esta calle. No en vano, son inaccesibles para las personas con sillas de ruedas. Abundan los bordillos altos o ese escalón en la entrada que imposibilita el acceso. En este punto, me comenta Mar lo incómodo que es, en ocasiones, ir a una zapatería y que tengan que sacarte los zapatos para poder probarlos en la calle. Como me apuntan ambas, la accesibilidad para este tipo de negocios está, supuestamente, regulada a través de una ordenanza, pero que no siempre se cumple. Es, en gran por esto, por lo que, en muchas ocasiones, no les queda otra opción de acudir a comprar a las grandes superficies.

Sin embargo, siempre hay cosas positivas y que marcan una gran diferencia. Y éstas también las encontramos en la misma calle de Juan Muñoz. Un pequeño y sencillo gesto puede derribar, de un solo golpe, toda una barrera. Una prima de Begoña vive en uno de los portales de esta calle (foto tres). Ella no podía visitarla en su casa, pero gracias a esta rampita que han colocado desde la Comunidad de vecinos puede pasar todo el mundo. Es una solución no complicada y barata que, como afirman mis dos acompañantes en este paseo, la podrían también poner en práctica los comercios.

El calor sigue siendo un invitado más en nuestro camino. Continuamos la marcha y llegamos al edificio público municipal por excelencia, la Casa Consistorial. Más allá de las últimas cerrazones (literales) que el alcalde ha practicado, es de suponer que es un lugar abierto para todos. Pues, no exactamente. Para empezar, no se puede acceder con silla desde los bolardos que guardan el Ayuntamiento (foto dos)  y habría que seguir hasta el final donde hay un recodo para pasar. No en vano, si esta entrada fuese rasa se habría acabado con el problema. Después viene la puerta giratoria que preside la entrada, la literal, no nos referimos a ninguna posible de índole metafórica. Ahí es imposible meterse con silla. En este caso hay que solicitar ayuda  o esperar a que venga algún empleado municipal, que tenga a bien abrir las puertas fijas de los laterales y poder acceder. Esto supone depender de un tercero y de lo que se trata es que, de igual forma que cualquiera, las personas en silla de ruedas sean lo más autosuficientes posible.

Dejamos el Ayuntamiento atrás y nos adentramos en la Plaza Mayor. Un lugar relativamente nuevo, pero con algunas cosas que mejorar. Como se puede apreciar en la foto uno, hay un empedrado desigual que dificulta atravesar la plaza en silla, pero, sobre todo, lo que se ve en la foto cuatro. Rejillas totalmente descoladas, que generan agujeros, y que son una invitación al tropiezo. Al tropiezo también de cualquier viandante exento de silla.

 

El bordillo del terror

Seguimos caminando hacia delante y es ahora cuando nos encontraremos con una de las situaciones más inverosímiles. La foto nueve corresponde a la calle Legazpi, perpendicular a la calle Pizarro. Como se suele decir en estos casos: señoría, no hay más preguntas. Ese bordillo es totalmente insuperable por una silla de ruedas.  Por su parte, la foto diez, calle La Luna al lado del Psiquiátrico, hace también harto difícil el paso teniendo que, en este caso y por supuesto en el anterior, tomar otros caminos más largos para rodear y terminar llegando a dónde se pretendía.

Es duro no poder acceder a ciertos sitios que deberían  ser totalmente accesibles y de los que el Gobierno local tendría que tomar muy buena nota. Me refiero a los parques (foto ocho). En la Avenida de la Universidad hay uno en el que Begoña no puede entrar con el peque de la familia. Con eso está todo dicho. No es justo que nadie se quede mirando desde la barrera.

 

El camino al Severo Ochoa, un calvario

Otro sitio frecuentado por los vecinos de un municipio es su hospital. Además, ellas que luchan contra la esclerosis múltiple suelen, desafortunadamente, visitarlo a menudo. Sobre el camino al hospital, Begoña y Mar reconocen que “está muy desvirtuado. O vas por el camino que da el sol o no vas (recordemos que el sol no es amigo de la esclerosis). Es como nuestra segunda casa, pero es un caminito fino. Cuando vas por la Avenida de Fuenlabrada o por la Avenida Orellana hay que ir esquivando agujeros, empedrados, vas pegando botes… Y si quieres ir al hospital tienes que pasar por ahí, no hay otra manera”.

Efectivamente, hemos podido cotejar que varias aceras no están en muy buen estado, como se ve en la foto seis que corresponde a las cercanías de las Cuatro Esquinas. Quizás, para los que tenemos la suerte de no ir en silla no reparamos en la cuenta de los agujeros, desniveles, roturas, baldosas mal avenidas… Pero, una silla se resiente, los amortiguadores sufren, se dan botes y se pueden originar  caídas que resultan peligrosas.

También cabe apuntar lo que nos cuenta Begoña sobre el cementerio viejo de Leganés, “hay algunos pasos que están muy mal. Hay zonas en las que no hay ni aceras y hay que ir por la calzada”.  Esto último resulta un peligro y hay que ir muy pendiente de los coches.

De todas estas situaciones debería ser consciente el alcalde. Aunque no parece muy cercano. “En el Salón de Asociaciones, en campaña, dijo que si era alcalde se reuniría con nosotros. Debe estar muy ocupado porque de momento no”, expresa Mar mientras que añade que “a las cosas de discapacidad va poco”.

Ha llegado el fin de este paseo cuyo objetivo era empatizar con quienes van en sillas de ruedas. En esta oportunidad, Mar y Begoña han sido mis ojos y me han mostrado todas las cosas que hay que tener en cuenta y con lo que uno se encuentra en esas situaciones. Ambas coinciden en que se han hecho cosas por intentar mejorar la accesibilidad en la ciudad si bien hay que continuar haciendo otras tantas. Y tienen razón porque nunca sabemos lo que puede impedir un escalón. Begoña se despide diciendo que “estaría bien no tener la necesidad de ir mirando al suelo constantemente ni buscarse trucos o darse siete vueltas para llegar a un lugar” mientras que Mar finaliza con que “lo más cómodo sería construir igual para todo el mundo”.

 

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