Si nos figuramos un triángulo, cuyos lados no pasen más allá de veinte kilómetros, pondríamos en sus vértices Segovia capital, Torre Caballeros y Cantimpalos, y nos encontraríamos con la “Casa Rural el Trillo”.
♦ Y ahora, si no tienen nada mejor que hacer, nos daremos un paseo por este territorio tan cercano como desconocido. Saliendo del pequeño jardín de la Casa Rural, en Cabañas de Polendos, parte un camino que atraviesa el río Polendos por un pequeño puente: en sus márgenes chopos, sauces y verdegueras, a continuación esta la pradera. Los viejos fresnos…, bajo sus amplias sombras dormitan siempre pacificas las ovejas. Las cigüeñas planean con hojas y palos en el pico sobre el nido de las águilas y, aún más arriba, los buitres dan vueltas al compás de las corrientes de aire. Una oropéndola se maquilla entre las zarzas, mientras una bandada de abejarucos pasa como una lluvia de flechas: “pi-pi-pi-prruut”, “pi-pi-pi-prruut”.
Si continuamos dejando atrás la dehesa, hasta las naves de Fernando, a la derecha nos saldrá un ramal bordeando los campos sembrados de cereal, viñas y girasoles, que nos llevará hasta el pequeño altozano de la ermita de las Agejas. Si seguimos al frente, pasando los perdidos -donde por Noviembre las setas de cardo no nos faltan-, a unos cinco kilómetros estaremos (con un excelente apetito) en Adrada de Pirón. Nada más entrar nos encontraremos con el Horno de Don Juan: medio kilo de chuletillas de cordero con patatas, ensalada y una botellita de tinto de la Rivera del Duero. Podríamos llegarnos también hasta la “La Venta de Pinillos” con el amigo Juan, donde su menú no guarda dudas: dos huevos fritos con puntilla, un trozo de lomo de orza, otro de chorizo con una ensalada y una botella de vino cosechero de un color almibarado; todos los productos son suyos, baratos y garantizados: ¡cuántos huevos se habrán frito en esta venta con más de ciento cincuenta años de historia!
En cambio, si decidimos dirigirnos hacia la izquierda del camino, deberemos tomar por “el camino del lobo”, para atravesar las barrancas que nos subirán al monte entre encinas y chaparros (donde las torcaces y las perdices saltan al aire entre los caminillos que dejan los jabalís) hasta llegar en lo más alto al Camino Real. Desde este punto podríamos escoger distintas rutas, pero como queremos llegar a Peñarrubias del Pirón, volveremos cuesta abajo en dirección de nuevo al pueblo de Cabañas de Polendos y, antes de cruzar el río y de alcanzar el frontón, nos desviaremos a nuestra derecha por una senda estrecha que sube suavemente entre tierras de labranza, que se irá ensanchando o encogiendo según bordea las escurrideras y caceras hasta llegar a las tierras más altas del territorio. Allí arriba siempre sopla el viento y es fácil encontrar, revueltos, grupos de buitres negros y leonados luchando por su carroña. Ahora, apenas nos quedan un par de kilómetros de bajada acompañados por los cantos y los ondulantes vuelos de las calandrias y las alondras.
“Ser por siempre,
al olor de la mies mojada,
canto de alondra
en rastrojera, dejándose llevar.”
que nos dice el poeta soriano Fermín Herrero.
Hasta llegar al enebral, que en lo alto deja ver ya las rocas bermejas, horadadas por numerosas cuevas que dan nombre a la población, donde encontramos la otra “Casa Rural el Trillo”, en la calle Corta, donde podremos disfrutar y descansar. Saliendo de la casa, pasando la calle Corta, y dejando las eras atrás, llegamos a la calle de las Hoyadas. Se continua el camino hacia Adrada entre tierras de cultivo arcillosas. A nuestra espalda se divisa la preciosa ermita de la Virgen de la Octava en lo alto del cerro, sobre las tejas vueltas del pueblo. Continuamos hasta encontrar en un claro donde se abre el camino una baliza de madera situada en el margen izquierdo; una vez descubierta, abandonamos la pista de tierra y descenderemos por un pequeño sendero que nos introduce en un bosquecillo de encinas en el que a veces uno tiene que apartar sus ramas de la cara, hasta llegar a las orillas del río Pirón en el Molino de Corbatillas. A partir de este punto, ya no abandonaremos sus orillas y el bosque de ribera: quejigos, sauces, álamos negros, fresnos, sabinas, retamas, torviscos, líquenes, escaramujos, gordolobo, rosales silvestres… Nos iremos encontrando el puente medieval del siglo XVI y la fuente de Covatillas con sus leones soltando a chorros por sus bocas el agua de manantial, el Santiaguillo dentro de la roca, la cueva de la vaquera que nos traga tras el longevo saúco desde el Neolítico, la Torca profunda en donde anidan las chovas piquirrojas, la cueva de la Mora con su tumba de niña esculpida en la piedra en el cañón del río Viejo. Y nos encontremos el Corral de Máximo, horadado en la roca, donde entre sus almendros abandonados tan solo se posan los grupos de jilgueros y las avefrías, y donde pasean los corzos y las zorras y sobrevuelan los alimoches y las águilas ratoneras.
Es un rincón dentro de la meseta castellana que nos sorprende y que a mí, tras casi veinte años, aún me queda por caminar. Y después de tanto andar, bien se puede ir uno al Merendero de Villovela, también a las orillas del río Pirón. Y entre los mirlos y las gallinas correteando, bajo su techumbre de troncos de árbol, pedirle a Alejandro una sartencilla de cangrejos de río y una parrillada de verduras. Y, si queremos algo más lejos y aún más exquisito, podemos llegarnos en un pispás a Carbonero el Mayor.
Yo conocí el Restaurante el Riscal cuando éste era poco más que un mesón de carretera, con una barra y un saloncito rústico para las comidas. Lo he visto crecer año tras año, con su dueño buscando los mejores bueyes de más de mil kilos por toda España. Ahora no sé cuantos salones tiene, he perdido la cuenta, pero sigue siendo unos de los mejores sitios para comer que, humildemente, yo he llegado a conocer. Podríamos comenzar con un plato de ‘cardo con jamón y piñones’. Y después, es inevitable, un ‘Cabu a la teja’ (auténtica carne certificada de buey) que tú mismo te preparas, con unas patatas panaderas aparte. Del vino, lo tengo comprobado, hay que dejarse guiar por la recomendación del jefe de sala, pues suele sorprender con algunos tintos de Castilla y León nada caros que nunca te atreverías a probar.
Bueno, ya está bien de andar y comer. Premeditadamente, no sé si se fijaron, pero no les he contado nada de la Casa Rural el Trillo, ni del pequeño pueblo de Cabañas de Polendos y Peñarrubias de Pirón. Y es que todo eso, es para vivirlo y sentirlo a flor de piel, no para continuar aquí leyendo…
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