El “camino de perfección” no puede ser convencer a un grupo de buenas mujeres a vivir de por vida encerradas entre las cuatro paredes de un convento, fuera del mundo.
♦ El error de Teresa de Jesús fue confundir el vivir de cada día con el “camino de perfección”. El vivir de cada día es un campo de batalla en el que hay que pelear duro, el “camino de perfección” es otra cosa. Un campo de batalla en el que hay elegir entre ser injusto o padecer la injusticia y pelear contra ella como nos hacía reflexionar Platón en su Gorgias. El “camino de perfección” no puede ser convencer a un grupo de buenas mujeres a vivir de por vida encerradas entre las cuatro paredes de un convento, fuera del mundo, ese fue el error de Teresa de Jesús y al mismo tiempo su utopía. Culpable pero no responsable.
Su utopía porque como muy bien escribe fray Luis de León: “… la vida que vuestras reverencias viven –refiriéndose a las carmelitas descalzas– y la perfección en que las puso su madre –Teresa de Jesús–, ¿qué es sino un retrato de la santidad de la iglesia primitiva? Lo que fray Luis valoraba por encima de cualquier otra cuestión era el estilo de vida de las carmelitas y no tanto las condiciones a las que estaban sometidas las mujeres por razones más o menos justificadas hace quinientos años.
En el siglo XVI, las mujeres, salvo que fueran ricas y viudas, estaban sometidas a la voluntad y necesidades del hombre. “La dicotomía hombre-mujer –apunta el historiador Antonio Domínguez Ortiz– era fundamental y estaba cargada de contradicciones; la tradición cristina por un lado ensalzaba a la mujer y la declaraba igual al hombre; por otro, veía en ella la descendencia de Eva, pecadora, tentadora de Adán, causa de la ruina del género humano”.
El Ávila, en el siglo XVI, la casa de doña Guiomar de Ulloa era el lugar de reunión de un grupo de mujeres dueñas de sus vidas y alguna de ellas, también, de sus abultadas haciendas. Les movía el deseo de compartir y vivir con más autenticidad su fe religiosa sin poner en cuestión los dogmas de la iglesia Católica. Tres eran los pilares del cenáculo en cuestión: la propia Guiomar, Mari Díaz y Teresa de Jesús. Al mismo tiempo, en la ciudad de Valladolid se celebraba un auto de fe por todo lo alto en el que se quemaba a un grupo de personas acusadas de luteranas, lideradas por el doctor Cazalla, algo más que una novela aunque la haya escrito Miguel Delibes.
El gran fray Luis de León lo vio con claridad, Teresa de Jesús aspiraba a seguir una enseñanza que hundía sus raíces en la vivencia del evangelio tal como dicen lo practicaban los primeros cristianos según los Hechos de los Apóstoles y que Francisco de Asís, en el siglo XIII, intentó seguir hasta la extenuación en medio del mundo, frente a una Iglesia oficial amante del poder y la riqueza. Teresa de Jesús, sin dejar de ser carmelita, se empeñó en seguir sus pasos trecientos años más tarde aunque tras los muros de un convento. Un estilo de vida que consistía en ponerlo todo en común, vivir como hermanos, ejemplo del más alto ideal socialista.