DIARIO DE UN JUBILADO

El final de la utopía, el principio de la esperanza

utopia

El cartel prometía el mejor de los mundos jamás soñado a la clase trabajadora que había venido del pueblo a trabajar en las grandes fábricas de la zona sur metropolitana madrileña.

Para el pensamiento neoliberal, escribe Juan José Tamayo, “la raíz de todos los males es el amor a la justicia social y la raíz de todos los bienes es el amor al dinero, al mer-cado y al capital. ¡La ética al revés!”.

♦ Para Almudena Grande, los de abajo hemos perdido la guerra contra los de arriba pero no es verdad, porque aquí, lo que ha sucedido, no ha sido una guerra sino un brutal asalto bien programado al estado del bienestar que durante unos pocos años hemos disfrutado la última generación de españoles. En toda guerra al menos tiene que haber dos bandos enfrentados a muerte. Los de arriba se han comportado como el águila que ataca a las indefensas ovejas como si eso fuera lo más natural del mundo tal como lo explicaba el filósofo alemán Nietzsche.

Los de abajo, no solo estamos a punto de perder buena parte de los derechos y las alegrías que tan bien nos han venido a los hijos de los españoles que nacieron en la posguerra, sino algo todavía más importante, nos han arrebatado la utopía, la idea de que estábamos a punto de vivir en el país de las maravillas, en ese país que prometía Felipe González en las Elecciones Generales de 1982 a través de un luminoso cartel. España se iba a convertir en el país de la libertad y el progreso. En palabras de Alfonso Guerra no la iba a reconocer ni la madre que la parió. En pocos años la utopía quedó hecha añicos por culpa del desencanto.

El cartel prometía el mejor de los mundos jamás soñado a la clase trabajadora que había venido del pueblo a trabajar en las grandes fábricas de la zona sur metropolitana madrileña: los vecinos de Getafe, los vecinos de Leganés, los vecinos de Fuenlabrada y demás municipios colindantes. Unos vecinos que antes de ser envenenados por el neoliberalismo del sálvese el que pueda tenían conciencia obrera, es decir, o nos salvamos todos o aquí no se salva ninguno. En la actualidad, las fábricas han cerrado, los jóvenes apenas tienen futuro y los mayores disfrutan de una dorada jubilación.

Hemos sido derrotados. Nos hemos quedado sin la utopía y apenas si nos hemos dado cuenta. Para el pensamiento neoliberal, escribe Juan José Tamayo, “la raíz de todos los males es el amor a la justicia social y la raíz de todos los bienes es el amor al dinero, al mercado y al capital. ¡La ética al revés!” Pero entonces ¿para qué sirve todavía la utopía a pesar de haber sido derrotada y escarnecida?, se preguntaba Eduardo Galeano: “Para eso sirve… para caminar”. Las masas en estado de rebeldía de toda la vida, por desgracia, han pasado a ser las masas anónimas que llenan los estadios de fútbol, las misas del Papa en las explanadas de los aeródromos, conciertos de rock y, en ocasiones, las plazas de nuestras ciudades indignadas. Mientras tanto, ellos, los de arriba se están quedando con todo. A nosotros apenas nos queda seguir caminando.

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