► Tiene esclerosis múltiple y su Comunidad «se niega» a construir una rampa
► «La agencia que vendió mi piso me aseguró que en este tendría accesibilidad»
Imagínense no poder salir de casa durante ochos meses, y sumando. Y, además, padecer esa suerte de cautividad en silla de ruedas. La vida de María Gracia, vecina leganense de 58 años, no ha sido fácil, y, desafortunadamente, el momento actual no es una excepción. Convive desde hace años con la Esclerosis Múltiple. Su enfermedad, entre otras cuestiones, le hace precisar de ayuda para situaciones tan cotidianas como levantarse de la cama, lavarse o preparar el desayuno. Vive sola. Hace un tiempo consiguió «escapar « de un matrimonio que le suponía un infierno. En consecuencia, el cambio de casa. No obstante, en lo que parecía un cambio de era, encontró una suerte de jaula. Una historia que, por desgracia, también lleva consigo el amargo ingrediente de la miseria humana.
«Lo que quiero es salir. Salir. Soy una monja de clausura», lamenta María Gracia nada más abrir la puerta a nuevocronica.es de su hogar actual, un bajo próximo a la conocida rotonda de LeGaNés. Aquí lleva desde finales del verano pasado. A través de una conocida agencia inmobiliaria, que cuenta con una sucursal en pleno centro del municipio, vendió el piso que le unía a su marido. En ese momento, en el horizonte de la nueva vida que emprendía estaba marcado como objetivo encontrar un nuevo techo.
Según relata, la misma agencia «me ayudó a dar con este. Pero también me dijo que habría un rampa para que yo pudiese acceder». No obstante, en el portal hay poco más que una plancha de chapa con cierta inclinación. Tal como se puede observar en la fotografía, no genera ninguna confianza y a Gracia le es imposible usarla ella sola sin escurrirse. Así, tan sólo ha respirado el aire de la calle, en los últimos ocho meses, en contadas ocasiones, todas ellas coincidentes con las salidas al médico para las que los voluntarios, entre ellos de Manos Solidarias de Zarzaquemada, se han prestado a acompañarla. Desde la agencia, han negado a este medio que se comprometiesen a gestionar una rampa razonable y que «el alquiler del nuevo piso de esta persona no fue un gestión comercial, sino un favor personal». No en vano, ella insiste, «me siento engañada por la inmobiliaria».
En cualquier caso, cuando Gracia es consciente de que por esa parte no habrá presión para que se haga la rampa, ya había pagado ocho mensualidades. «Me hicieron pagar hasta ocho meses por adelantado. No se fiarían. Claro, con ello pagado, tienes que aguantar aquí. Y ahora me han hecho ingresar otros tres meses a la vez». Así las cosas, según afirma, decide fiar su suerte a la bonhomía de una Comunidad de vecinos en la que, prácticamente, acababa de aterrizar.
Basta, en ocasiones, rascar un poco, para apreciar la verdadera piel. La que iba apareciendo no gustaba para nada a la afectada. «Fui, al poco de instalarme aquí, a una reunión de vecinos. De oyente. Se comentó lo de la rampa y se negaron». Fue demoledor para ella. Una amiga de Gracia, Esmeralda, presente durante la entrevista, agrega que «es que esto es por ley, no porque lo votes o no». No obstante, más allá de la legalidad, es de suponer que a esta cuestión le debería amparar cierto grado de humanidad. «Nada. Es que ni siquiera pensaron egoístamente. Quiero decir, esto cualquier día lo puede necesitar cualquiera. Porque tengas un bebé y para el carrito, porque eres mayor y te has caído o porque te pase lo que a mí. Yo no eché la lotería para que tocase la esclerosis».
Efectivamente, es una situación que no se elige.
«A decir verdad, la gente joven se mostró más favor de ponerla, mientras que los vecinos más mayores son los que se negaron. Concretamente hay uno que es el que parece que lleva la voz cantante, enciende a los demás. De hecho, el administrador dijo que no había pasado tanta vergüenza en su vida. No deja de ser un reflejo de la sociedad», comenta su amiga en alusión al comportamiento humano. En esa línea, Gracia recuerda que «este señor dijo bien claro en la reunión que si yo me quedaba, él se iba a su casa. Y así lo hizo. Yo no fui porque me guste o me divierta, sino porque me interesaba enterarme. Los hay que ni me saludan».
Enquistado de esta forma el asunto, Gracia asevera estar cada día más desesperada. ¿Y la asociación? «Pues hacen todo lo que pueden. Han ido al Ayuntamiento a preguntar, pero nada… En EMSULE no había la vez que preguntamos piso en alquiler».
La grisácea rutina
Por su parte, cuenta con asistencia por parte de la administración, «sí, vienen a levantarme y a acostarme. El rato que están las chicas conmigo es para sacarme o meterme en la cama, asearme y ponerme de comer. No da para que me puedan sacar». De todas formas, como sentencia Gracia, ella no busca exactamente quien la pueda sacar. A sus 58 años se ve capacitada para tener esa autonomía. Por tanto, su lucha está enfocada en la accesibilidad.
¿Y cómo pasan las horas? «Muy lentas. Y me viene al principio sin tele. Cuando se va la primera chica ya espero a la noche que venga la segunda. Mientras miro algún programa y poco más. Me paso el día de crucero, cruzo de la cocina a la habitación, de la habitación al salón… Me lo paso pipa», cuenta con un cierto toque de humor agrio.
Hasta principios de este verano, tiene pagado el actual lugar. Pero, ¿cómo se plantea el futuro? «Yo qué sé, yo qué sé. Quiero salir corriendo. Claro que quiero mirar otras opciones, pero tampoco puede salir… Evidentemente, denunciar a la Comunidad de propietarios sería una opción…», responde Gracia. Mientras, Esmeralda añade que «poder salir y entrar, es decir, tener accesibilidad, cambiaría totalmente su vida, pero estamos perdiendo la humanidad».
A Gracia le cuesta ser optimista en este callejón. «Quiero salir a la calle, pero el trato de la gente casi que duele más. Te sientes una apestada. Se me caducan hasta las recetas… Estoy rebotada conmigo y con el mundo», finaliza.
El mundo por una rampa. Quien no la necesita, hoy, parece no entender, pero la vida da más vueltas que una silla de ruedas 24 horas en algo más de 70 metros cuadrados.