Un muro puede ser un monumento histórico y orgullo de la humanidad, como es el caso de la muralla china y de tantas murallas como tenemos en España: Ávila, Soria, Lugo,… En esas épocas, el muro era una forma de defensa. Esos muros o murallas son parte de nuestra historia y orgullo de nuestras ciudades.
Hay otros muros que son absolutamente anacrónicos, como el muro de Berlín, ese muro que se llamaba y que era “el muro de la vergüenza”, con el que el mundo comunista pretendía detener las ansias de libertad del pueblo. Cayó ese muro sin que mediara un solo disparo y apenas queda pequeñas reliquias de él, porque no podía permanecer en pie algo que significaba vergüenza de un sistema que decía ser el libertador de los oprimidos, pero también la vergüenza del mundo occidental, acostumbrado a resolver sus divergencias mediante las armas.
Los que hemos tenido el privilegio de vivir en Berlín sabemos que el muro que Trump pretende construir jamás se podrá comparar al muro que separaba las dos partes de Berlín, y no porque consideremos a Trump incapaz de hacerlo, sino porque el capitalismo americano, ese mundo que está celebrando con sus subidas en bolsa la llegada de Trump, sabe que un muro como el de Berlín solamente se puede construir con una dictadura férrea, no con una dictadura blanda o semidictadura capitalista, y hasta ese punto no los americanos no están dispuestos a llegar. Los campos de minas, la vigilancia por tierra y aire, los perros policías, los caballetes antitanque, que los llaman “jinetes españoles” (spanische Reiter), los innumerables policías que rodeaban al muro de Berlín, todo esto es algo más que un muro.
Y si el muro de Berlín cayó, también caerá el muro de Trump. Y si el muro de Berlín fue una vergüenza para todo el mundo comunista, el muro de Trump sería una vergüenza imborrable para todos los norteamericanos. Que no se hagan ilusiones, no es a los mejicanos a quienes más va a perjudicar Trump, sino a los mismos norteamericanos.
Y en el mundo occidental nos preguntamos cómo es posible que a alguien en su sano juicio se le ocurra levantar este muro en el siglo XXI. Pero también deberíamos preguntarnos por otros muros: el muro entre los pocos que cada vez son más ricos y los muchos que cada vez son más pobres, el muro entre los niños que pueden ir a la escuela o al médico , y los que se ven privados de ambas posibilidades, o tienen que esperan meses hasta que un médico los puede atender y operar, el muro entre los países ricos y los países pobres, y , si pensamos en los mismos Estados Unidos, el muro entre los que se pueden pagar un seguro de enfermedad y los que carecen de toda seguridad social.
Hay muchos muros en nuestra sociedad occidental, y tan vergonzosos como el que pretende construir Trump. Trump lo podrá construir porque ya estamos acostumbrados a otros muros y, por tanto, se lo vamos a permitir. Pero el más vergonzoso de todos los muros es el que separa al ciudadano de a pie de sus representantes en general, es decir el muro que separa el mundo de la realidad y el mundo de la política, el mundo de la austeridad y el mundo del despilfarro, el muro que separa el mundo del que tiene que trabajar 50 años para cobrar la pensión y el mundo del que la cobra al cabo de cinco, el muro que separa al que trabaja y al que vive del trabajo de los demás.
El muro de Trump caerá por si solo. Pero son muchos más soldados los que están defendiendo a los otros muros, y estos no caerán, mientras no se derribe el muro levantado por los políticos, que es el origen y el prototipo de todos los demás, y ese muro, a su vez, no caerá porque, lamentablemente, no es la vergüenza sino el orgullo de todos los políticos.