♦ Tenía un nombre sencillo y silencioso, como él mismo. No había registro de su nacimiento en la parroquia ni en el Ayuntamiento. Hijo único, su madre, soltera, fue cocinera en la casa grande y falleció en el parto. Y él toda la vida por los campos, nunca formó familia. Siempre sirvió en la finca de Cantarranas, en cuya Tenada —apenas un cobertizo en donde se refugiaban a la anochecida las ovejas y las cabras— todos decían que nació. Ya estaba mayor y le tenían casi de caridad, haciendo cuatro mandados y arreglando los pesebres.
“Llevo enterrados ocho perros”, nos decía a menudo las mañanas de domingo que libraba, tomándose un chato sentado en una de las sillas verdes de madera a la entrada de la taberna de Villamantilla, mientras disimuladamente le rascaba la cabeza a la Cuca, que siempre le andaba hociqueando entre las piernas.
Por eso, cuando el Tenao se subió a las escurrideras para enterrar a la Cuca, me dieron los temblores. Desde el campanario lo vi, el saco colgándole a la espalda. Me llegó un viento frío al bajo vientre, un mal presentimiento, una premonición. El Tenao era un hombre de bien, cumplidor y razonablemente cristiano; pero cuando le vi subirse por el camino del cementerio, huesudo y como siempre un tanto desmadejado, con uno de los sacos de cisco al hombro de los que nos traía el Elías llenos en invierno, me dieron los temblores.
Visualicé a la perra muerta hecha un ovillo temblequeante golpeando desde dentro, con sus patas largas e inertes, en las costillas de su amo. Y me entraron las ganas de meterme en la sacristía y rezar; antes, cuando llegué de nuevo, siempre lo hacía, pero ahora ya no, creo conocer a esta gente y sé que eso ya no les ayuda. Bajé para tomar un vino en el Tío Pepe. Don Avelino me discutió lo de siempre: en octubre o noviembre, cuando llueve y hace sol, es cuando salen las hormigas de ala; yo al menos lo veo así, y él no quiere entrar en razones.
Me fui para la plaza dándole vueltas al sermón que tengo que preparar para Cuaresma; esta gente no está tan mal, deben replantearse todo lo que disfrutan… Viven la vida con autenticidad. Son prácticos y objetivos. Disfrutan en su mayoría de una madurez relajada. Deben saber que la felicidad no existe, existen momentos felices. Deben ser pacientes y servir bien a los amos…
En la barbacana de la iglesia los viejos tomaban el sol. El Tenao fumaba un pitillo, con los ojos idos, junto a ellos. La Cuca había sido su última perra, eso lo sabíamos todos y él, el primero. El Tenao tenía pupas en los labios, donde se posaban las moscas, y calvas entre sus mechones de pelo debilitado que, según decían, le producían los pájaros con los que a veces trapicheaba, cazados a liga.
Detrás de la torre de mi iglesia se ven los campos, ni una casa, ni un pajar. Y por todas partes un silencio deshabitado. Las cosas eran así entonces. Así eran las cosas en ese lugar y no había que darle más vueltas.