CULTURA

Jesús Lucas presenta ‘No me vengas con cuentos del tiempo’ en un evento sin paredes

Foto: Leticia Petite

Algo de ventaja tuve por hablar con él en los días previos. Por esa razón, precisamente, conocía perfectamente que Jesús estaba igual que un niño en la víspera del seis de enero. La emoción se le dibuja en una cara que, de por sí, acostumbra a llevar fija la sonrisa. Y eso es capaz de transmitirlo incluso hasta por teléfono. Su ser ya masticaba la ilusión que le provocaba la presentación de su última obra. Pero Jesús no es de los que se come sólo la vida, le gusta compartir. Sabe también de la importancia de la antesala a la felicidad. Y ese plato lo iba configurando con sumo mimo. Total, sólo el tiempo, qué ironía, le separaba de su tan anhelada presentación.

Es verdad que los detalles quedaron configurados, aunque los asistentes estábamos invitados a la sorpresa. Sin embargo, una vez allí, podría pasar cualquier cosa. De las buenas, obviamente. Es Jesús Lucas.

Avanzaba yo por Aluche en busca de Yébenes 150, marco que cobijaría el parto de No me vengas con cuentos del tiempo. El calendario se bebía los últimos sorbitos de junio y los rayos del astro incandescente aún tenían fuerza para lo que restaba de tarde. No es para menos. San Juan estaba muy reciente entonces y la luz ganaba por goleada a las sombras propias de otros tiempos. De ella, de luz, habría muchos destellos en breve.

El acto comenzaba. No en vano, díganselo a Jesús, el tiempo es relativo y oficiosamente no le iban a dar el gusto de ser puntuales con tamaña imaginación. Ahora bien, atendiendo a las reglas de las agujas conocidas, arribé media hora antes al sitio testigo.

Todo dispuesto se hallaba. Jesús se rodea de gente que no cuidan ya, sino que crean detalles. Se respiraba un ambiente preparado. El trabajo de lo artesanal, de aquello cocido con calma y mesura hacía las veces de ambientador. Inhalar semejante fragancia adorna almas. La puesta de la largo de horas y horas. De tiempo, para este tiempo. Y para el que viene. Porque con justicia Jesús merece disfrutar de los tiempos de su libro. Hoy, me consta, ya recibe mensajes por diferentes vías que le dan la enhorabuena y le recalcan lo que más le pellizcó de sus líneas.

No precisa Jesús, créanme de nuevo, mensajes complacientes. No radica ahí su triunfo. Él ya lo asegura. El libro ahora también pertenece a todas y cada una de las personas que lo tienen porque así lo desearon. Al estilo de lo que una vez dijo Gloria Fuertes, “yo seré feliz mientras un niño tenga un libro mío en la mesilla”. Esa es su victoria. Compartir y dejar un poco de su trabajo en cada cual que lo tenga a bien.

Pronto me di cuenta de una extraordinaria situación. Conforme pasaban los minutos del tiempo que nos aproximaría al comienzo del acto, más invitados aparecían. No sólo eso, sino que el nutrido grupo de asistentes era sensacionalmente variopinto. Jesús lograba concitar a gente de la escritura, del periodismo, de la canción de autor, de la poesía, de la pintura, de la fotografía, de lo artesanal… Un buen puñado de manos con destrezas diferentes, pero corazones iguales que se adherían en un corpus donde todas las piezas casan. Ese puzle estaba perfectamente definido y entrelazado en el quicio de la hora indicada. Un puzle que dialogaba entre sus distintas partes. Conversación regada con el suero de la amistad del nexo en común.

La gente se encontraba a gusto. Si las vestidas butacas hubiesen tenido lo que a los asistentes no nos faltó, lengua, a buen seguro se habrían quejado. Llevaban ya solas un buen rato y no fueron concebidas para ello. Ahora sí. Iba a dar comienzo la aventura. No me vengas con cuentos del tiempo iba a ser también partícipe de la luz que prestan los viernes del siempre apetecible junio. Aunque él, el libro, terminaría por deslumbrar.

Jesús siempre sueña. No va a caminar por ahí sin objetivos que ponerse. Sin metas que agregar a su singladura. En esta oportunidad, él pretendía lo que se conoce como romper la cuarta pared. En la sala escuchaban personajes de la obra. De carne y hueso.

“No sé lo que va a pasar”, me decía Jesús ya instantes antes del pistoletazo de salida. Estábamos sentado a la mesa junto con el artista Julio Santiago. Era el momento. Comenzaba el espectáculo.

Por mi parte, fue un honor poder dirigir unas palabras al puzle tan maravilloso que se había congeniado. Pude explicar que Jesús es un tipo que de su pasión hace su forma de superación. No se conformará. No le asustan las olas. Eso, por encima de todo lo demás, que también es bastante, es motivo suficiente para hablar bien de alguien. Son, al fin y al cabo, valores. Y es que No me vengas con cuentos del tiempo no vino de la nada. Pase lo que pase, Jesús no dejará de creer.

Julio Santiago realizó una excelsa síntesis de lo que para él significaban cada uno de los cuentos que contiene la obra. Una voz autorizada, la del de Miajadas, que también quiso poner de manifesto la vertiente personal del autor. Por supuesto, con su toque de humor bien construido que caracteriza a Santiago.

A todo ello, se sumaron recitados. Pequeños fragmentos de lo escrito por Jesús brotaron de la tinta que los encadena en las hojas con el fin de ser cuasi cantados. Como debe ser con la poesía. ¿Acaso ese mar de emociones y sensaciones de aquella tarde no era poesía?

Tras esto, tendría paso el abordaje al escritor. Los ejemplares que estuvieron juntos durante la cita aceptaban que cada uno esperaría destino diferente. El personal iba comprando con convencimiento y posteriormente la firma del padre de la criatura se iba estampando en cada uno de ellos.

Qué tiempo tan bueno, pero aún quedaba más. No estaba siendo ni resultó, por supuesto, ser una presentación con corsés. El tiempo sí que se quedó afuera. La velada se prolongó hasta hacer, incluso, que los intercambiadores parecieren más lejanos. Pero eso, como diría el propio Jesús, es otra historia.

Entre brindis, abrazos y parladas seguía latiendo el asunto. Si bien, conviene dejarlo nítido, no cesará en su bombeo. Y es que aquello que se permite morar en el recuerdo, hogar de nuestras mayores riquezas, no muere. Sin embargo, para ser justos, a esa suerte de inmortalización colaboró sobremanera una sublime profesional de la fotografía como Leticia Petite. Hablábamos de la luz que nos mandan los rayos de junio. Muy bien, pero estoy seguro de que no osaría competir con la que proyecta este ser. Ella y su cámara llenaron de significado a la palabra posteridad para aquella tarde noche envuelta en dos impresionantes luceros azules.

Quería romper Jesús la cuarta pared. Creo que no quedó ninguna. Ningún frasco por destapar. Fue, en el mejor sentido, una presentación sin paredes. No hubo muros para el disfrute literario, para hacer amigos, para intercambiar saberes, para hablar de lo humano y lo divino mientras la cebada ayuda en el camino, para fundir artes y disciplinas, para acompañar a Jesús y para llevaros un pedacito en celulosa de él que nos acompañará siempre.

Algo, por cierto, también se escuchó sobre que vendrán más. Hay más proyectos. Larga vida y salud, Jesús. A seguir rompiendo paredes.

Foto: Leticia Petite

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